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CRÍTICA: 'SOLO EL VIENTO'
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Gitanos a la intemperie

Como si de un espía en el antiguo telón de acero se tratara, el nuevo cine rumano ha traspasado la frontera con Hungría

Javier Ocaña
Un fotograma de 'Solo el viento'.
Un fotograma de 'Solo el viento'.

Como si de un espía en el antiguo telón de acero se tratara, el nuevo cine rumano ha traspasado la frontera con Hungría. Solo el viento, película del húngaro Benedek Fliegauf, Gran Premio del Jurado en el Festival de Berlín de 2012, tiene buena parte de las constantes de ese movimiento que, desde la Palma de Oro en Cannes a Cuatro meses, tres semanas, dos días,ha ido alimentando el circuito de muestras internacionales y cines de versión original de medio mundo, hasta conformar un ente en toda regla; una denominación que, por falta de representatividad, no pudo alcanzar Rumanía durante la eclosión de los nuevos cines de los años sesenta y setenta, y a la que sin embargo sí llegó Hungría con, principalmente, Miklós Jancsó e István Szabó.

Pero en muy poco se parece Fliegauf a aquellos Jancsó y Szabó, y sí mucho al Cristian Mungiu de Más allá de las colinas, y, sobre todo, al Cristi Puiu de Aurora, un asesino muy común, y al Florin Serban de Si quiero silbar, silbo (todas estrenadas en España): en su tono, en su ritmo, y en su punzada social; aunque también en una cierta autosuficiencia plomiza que provoca que, como en las dos últimas citadas, no en las de Mungiu, el viaje sea arduo. Más de lo debido. De hecho, en el primer segundo de película Fliegauf introduce un texto impreso con una frase explicativa sobre el hecho verídico del que trata el relato, y sobre su contexto social; una cita que, en principio, bien podría haber culminado la película en lugar de empezarla, si no fuera porque quizá el director tuviera miedo de que, pasado más de medio metraje, aún no se entendiese nada.

La película se asienta en los asesinatos de gitanos y la quema de casas por parte de una banda racista, pero en realidad el hecho real que parece haber provocado su nacimiento solo es una excusa para contar, al detalle, cámara en el cogote de los protagonistas, austeridad narrativa, como mandan los cánones actuales, el minuto a minuto de una familia de etnia romaní hasta, su mejor momento, el desenlace, donde Fliegauf demuestra que un simple travelling puede decir mucho más sobre el destino de sus personajes que cualquier visualización. Los 10 minutos finales son de una enorme potencia, lo que, unido a la capacidad de Fliegauf para transmitir el clima de degradación en el que por desgracia se desenvuelven sus criaturas, hedor físico, hedor moral, y su ausencia de maniqueísmo, convierten a la película en una losa que acaba sosteniéndose.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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