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Paisaje arquitectónico posburbuja

Los premios de la Bienal encumbran un diseño reparador y conectado con la sociedad civil que sustituye al derroche

Anatxu Zabalbeascoa
El Campo de Cebada (plaza de La Latina, en Madrid), una acción conjunta de recuperación urbana a cargo de arquitectos, agentes culturales, asociaciones vecinales y administración.
El Campo de Cebada (plaza de La Latina, en Madrid), una acción conjunta de recuperación urbana a cargo de arquitectos, agentes culturales, asociaciones vecinales y administración.

La reparación, el cuidado -no solo el mantenimiento, también la planificación-, la atención a caminos poco tradicionales y cierta desorientación es el mensaje que envía la XII Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo tras anunciar sus premios en Santander. Desde 1991, la BEAU señala lo más relevante erigido por los arquitectos españoles en los últimos dos años. Pero en esta ocasión la fecha es importante. Dado que la arquitectura trabaja con plazos largos, esta es la primera edición post-burbuja.

Más allá de juzgar la calidad arquitectónica, la selección permite medir la reacción de los proyectistas, y de quienes realizan los encargos, tras la época de escasa planificación y derroche que se saldó con tantos edificios vacíos diseminados por el territorio español. Así lo han entendido los comisarios de esta edición, los arquitectos Fuensanta Nieto y Enrique Sobejano, que ante el pasado reciente —”en el que el exceso ha terminado por tapar la calidad”— han querido defender un punto de inflexión para “proteger el territorio y el paisaje y revitalizar los centros urbanos”. De este modo se ha pasado de la inauguración a la recuperación. El mensaje es: los mejores arquitectos quieren y saben sanear lo que la codicia —firmada también por arquitectos— ha destruido.

En ese contexto, premiar dos rescates urbanos tan opuestos como la intervención en la Serrería Belga de Madrid —para transformarla en un “laboratorio cultural”— y la rehabilitación del hipódromo de la Zarzuela, lejos de ser diplomacia es todo un manifiesto. Cuando el mensaje es inmejorable, lo más acertado es callar.

Eso le sucedió a Jerónimo Junquera al indagar en el pasado del hipódromo madrileño, que comenzó a construirse en 1935, antes de que la Guerra Civil interrumpiera las obras. Tras la contienda, Arniches, Domínguez y Torroja no pudieron concluir su edificio. Por eso esta recuperación tiene mucho de responsabilidad y algo de justicia histórica. Lejos de trabajar el mimetismo, la rehabilitación ha investigado el proyecto original y ha rehecho la historia a partir de los escasos planos de estructuras conservados.

Otro de los cinco rescates premiados, el firmado por Langarita-Navarro en el Media-Lab Prado, es exactamente lo contrario: “Un combate dialéctico”, explican los proyectistas. Y es cierto que cuando un inmueble pide ayuda para sobrevivir en un contexto que no entiende es cuando el arquitecto debe arriesgar y asumir que la amputación y el injerto pueden ser mejor solución que el botox. El combate al que se refieren los proyectistas es otra manera de asumir responsabilidades. Implica la posibilidad de que el antiguo edificio logre hablar otro idioma.

Escuela infantil en Pamplona, de Pereda Pérez Arquitectos.
Escuela infantil en Pamplona, de Pereda Pérez Arquitectos.

Más allá de las reparaciones, esta edición ha eliminado el Gran Premio de la Bienal para multiplicar el reconocimiento a la excelencia arquitectónica. Entre los 15 ganadores de la XII edición hay símbolos cívicos contrapuestos. La escuela en Pamplona de Pereda Pérez, lejos de combatir el muro de viviendas sociales que la rodea, desaparece convertida en un zócalo capaz de iluminar y ventilar su interior. Su mensaje no es la lucha sino la adaptación. Sin levantar la voz indica que hay otras maneras de intervenir en un barrio. En esa línea de consolidación del territorio, el Auditorio de Cartagena de Selgascano es un edificio-inyección de los que atinan a alterar la ciudad más allá de satisfacer un programa. Sin embargo, inaugura época: lo que modifica el lugar no se anuncia, sucede en su interior.

Por su parte, la protección del territorio premia la “adecuación” del yacimiento romano de Can Tacó (Barcelona), de Toni Gironés, trabajada con poco más que muro y espacio para convertir los bancales en miradores. También premia los planes para recuperar el casco viejo de Vigo o el centro urbano madrileño, pero el reconocimiento más atípico lo han recibido acciones cívicas que, a pesar de construir las ciudades, no suelen ser consideradas arquitectura. Así, entre la mejor arquitectura “han aparecido proyectos basados en estrategias participativas llevadas a cabo por jóvenes colectivos profesionales”, afirma el fallo del jurado de la Bienal. Y es este último aspecto el que genera confusión.

De un lado no se puede decir que intervenciones, como la premiada El Campo de la Cebada sean nuevas. Recetas Urbanas, de Santiago Cirugeda, y muchos colectivos más llevan años realizándolas. De otro, asociar la intervención ciudadana a la juventud corre el peligro de identificarla con una moda. Es inequívocamente bueno que los solares vacíos tengan un uso social, aunque sea temporal. Es cívico —e inteligente— que los ciudadanos contribuyan a mejorar sus barrios —se valora lo que se cuida—, pero es peligroso que los ayuntamientos deleguen su responsabilidad de cuidar y crear espacios públicos a esas iniciativas ciudadanas.

En cualquier caso, el reconocimiento a proyectos colectivos, en los que los vecinos intervienen en la planificación y ejecución de nuevos espacios públicos, altera la relación entre obra y autoría. Y así, reconociendo al Campo de la Cebada como un trabajo conjunto de arquitectos y sociedad civil los cambios que afronta la arquitectura podrían ser tan radicales como una mutación genética. ¿Tendencia de crisis o vía de futuro? Las cada vez más frecuentes colaboraciones entre arquitectos y ciudadanos ocupan hoy un vacío urbano y legal. Integrarlas cambia las reglas del juego: las ciudades, la profesión y la viabilidad económica de ambas.

El estado de la cuestión arquitectónica queda resumido en los 15 proyectos ganadores y en las 27 obras finalistas, que podrán verse en el Matadero-Madrid el próximo noviembre en la primera de las escalas de una exposición que pondrá luego rumbo a Alemania para iniciar en Berlín su gira internacional.

Iconos de la crisis

Cineteca Matadero, Madrid, de Churtichaga-Quadra Salcedo

Museo de las Peregrinaciones, Santiago, de Manuel Gallego

Rehabilitación Hipódromo de la Zarzuela, de J. Junquera

Medialab Prado, de Langarita-Navarro

Biblioteca Hertziana, Roma, de Juan Navarro Baldeweg

Plan de Ordenación del Litoral de Galicia, de Manuel Borobio y Miriam García

Adecuación del Yacimiento Romano Can Tacó, de T. Gironés

Recuperación del Casco vello de Vigo.

Plan Estratégico Madrid Centro, de J. M Ezquiaga, S. Pérez Arroyo y J. Herreros

El Campo de la Cebada, Madrid, de El Campo de la Cebada

Viviendas Protegidas en San Vicente de Raspeig, de A. Payá

Oficinas de la Junta de Castilla León en Zamora,  de A. Campo

Escuela infantil en Pamplona, de Pereda Pérez

Auditorio de Cartagena, de Selgascano

Concello de Lalín, de Tuñón y Mansilla

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