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‘Rayuela’ y la iglesia cortazariana

La novela de Cortázar creó seguidores, adeptos, creyentes. Ese carisma tiene una probable explicación: fue una tremenda propuesta vital, un modo de vivir y entender las relaciones humanas

Imagen del escritor Julio Cortázar en la exposición del Intituto Cervantes de París.
Imagen del escritor Julio Cortázar en la exposición del Intituto Cervantes de París.Antonio gálvez

Leer Rayuela hoy, 30 años después de la primera vez, me deja algo perplejo. Es, de un lado, una novela muy contemporánea, pero al mismo tiempo una narración sorpresivamente clásica. Me intriga que a pesar de su deseo explícito de dinamitar el concepto tradicional y autoritario de novela decimonónica, Julio Cortázar haya usado para los capítulos de argumento, en los que se sigue la vida de Oliveira, precisamente un narrador en tercera persona (¿por qué no desde el yo del personaje?). El mismo omnisciente de las novelas de Galdós del que Oliveira se burla. El resultado es que el espíritu juguetón del lenguaje acaba siendo un atributo del narrador, y con frecuencia ahoga a Oliveira y a los demás personajes. Hay aquí y allá primeras personas "engastadas" (las Morellianas, por ejemplo), voces y citas cultas y música y poesía e ideas, pero el tono general es el de la omnisciencia.

De otro lado, es en la fragmentación y en su carácter aluvional donde Rayuela sí es una novela muy contemporánea. O al revés: una parte de la contemporaneidad, por ese motivo, es cortazariana. La relectura que Roberto Bolaño hizo de Cortázar, por ejemplo, fue y sigue siendo una de las claves de la novela actual, en lengua española, por la búsqueda de estructuras más originales y expresivas.

Es en la fragmentación y en su carácter aluvional donde Rayuela sí es una novela muy contemporánea

Pero lo más llamativo, visto desde hoy, es lo que podríamos denominar la "iglesia cortazariana", ese ejército de lectores-muyahidines de España y América Latina (con excepción de Francia, donde vivía, Cortázar tuvo poca repercusión en otras lenguas) que daban la vida por él, que juraban en su nombre y se sabían de memoria pasajes de Rayuela. Más que lectores, Cortázar tuvo seguidores, adeptos, creyentes. Ese carisma tiene una probable explicación y es que Rayuela fue en su época una tremenda propuesta vital, un modo de vivir y entender las relaciones humanas. La gran revolución de Cortázar en Rayuela fue proclamar que la vida cotidiana debía considerarse bajo presupuestos estéticos, y en esto sí que fue un adelantado de su tiempo. Artistas como Sophie Calle, cuyas obras son "intervenciones" sobre su propia vida, parecen haber surgido de él.

La gran revolución de Cortázar fue proclamar que la vida cotidiana debía considerarse bajo presupuestos estéticos.

Recuerdo a mis compañeras de la Universidad Javeriana de Bogotá el día de su muerte, 12 de febrero de 1984. Eran las viudas de Cortázar, todas vestidas de negro. La "iglesia cortazariana" de mi ciudad estuvo abierta y en vela toda la noche, y ahí nosotros, tan lejos de todo aquello que nos parecía importante, en nuestra esquina provinciana y lluviosa del mundo. Yo no adopté el luto, pero me mantuve en silencio por 24 horas en señal de disgusto cósmico, y cuando recuperé el habla dije que iría a vivir a París. Tenía 17 años. También hubo una proclamación universal de dolor por parte de la internacional de "cronopios" unidos. En la "iglesia cortazariana" todos éramos cronopios, por supuesto, y esto es algo que, con el tiempo, señala una diferencia de época: hoy Rayuela es sólo una novela (ya no un texto sagrado), y a pesar de su enorme carisma la verdad es que el entusiasmo reblandece ante ciertos aspectos argumentales, como eso de que un grupo de varones desprecie intelectualmente a una mujer, La Maga, porque se pierde en los retruécanos culteranos del Club ("esto es el Meccano 7 y vos apenas estás en el 2", le dicen), pero siguen con ella porque todos, grosso modo, quieren llevársela al huerto. Según el narrador, Oliveira la ama, pero ese amor no se percibe más que en los celos sexuales o en la nostalgia que siente cuando al fin La Maga se va. Talita tampoco sale muy bien librada. Este machismo primario, que hoy produce algo de sonrojo, era invisible en los años sesenta. También el exhibicionismo intelectual sonroja un poco.

Lo que Rayuela cuenta es bastante clásico y reiterativo: el exilio y la escisión de dos mundos a través de una proclama libertaria y estética, con un argumento de amor tradicional en el que la mujer desaparece y el hombre la añora y busca. Como en Los novios, de Manzoni o en La Vorágine, de José Eustasio Rivera. Pero lo tremendamente moderno de Rayuela es su escritura. No por los saltos de capítulos y la supuesta "posibilidad de elegir" el propio camino (esto es más un artificio teórico que algo real, pues para hacerlo habría que leerla antes al menos tres veces). Es el modo de narrar lo que la hace moderna, lo que aún hoy sigue siendo deslumbrante e hipnótico. La escritura de alguien inmerso en la música y la poesía, con un oído magistral para el diálogo y una sensibilidad fuera de lo común. El episodio de Berthe Trépat contiene todo esto y es de lejos lo mejor del libro.

Es el modo de narrar lo que la hace moderna, lo que aún hoy sigue siendo deslumbrante e hipnótico

Me pregunto si hoy una editorial se atrevería a publicar una novela como Rayuela de un desconocido llamado Julio Cortázar, y la verdad es que lo dudo. Le dirán que es muy larga, que los capítulos prescindibles, en el fondo, sí que son prescindibles (y en muchos casos lo son), y que las referencias cultas dejan por fuera al 95% de los lectores. Si no le envían una carta estándar de rechazo, seguro que le dirán algo así. Porque Rayuela fue uno de esos libros que no buscó adaptarse al gusto de la masa lectora de su época, sino todo lo contrario: oponiéndose a ese gusto, lo que pretendió fue modificarlo, enriquecerlo, hacer que fuera más complejo y exigente. Y sin duda lo logró, lo que ya es mucho. Pero justamente por ese riesgo sus posibilidades editoriales, hoy, serían casi nulas.

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