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EL HOMBRE QUE FUE JUEVES
Columna
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Elaine Stritch se despide

La actriz, que actuó hasta hace cuatro días, se marcha a los 88 años

Marcos Ordóñez

Tienes que ser muy grande para que el New York Times anuncie en primera plana tu retirada, y sin duda Elaine Stritch lo es: posiblemente la leyenda viva más veterana de Broadway. El pasado domingo, James Barron contaba que la Stritch se va, abandona el hotel Carlyle, donde ha vivido la última década, y vuelve a su Michigan natal. Se va porque ya no tiene la energía necesaria para levantarse por la mañana y “hit the street, really hit it”, acosada por la diabetes y una cadera rota y una memoria que ya no es lo que era, aunque, señala Barron, “todavía puede aguantar una nota a la manera de Ethel Merman”. Ochenta y ocho años tiene la dama, y hasta hace cuatro días ha seguido actuando en directo, ha aparecido como estrella invitada en Rockefeller Plaza y ha protagonizado un esperadísimo documental, Elaine Stritch: shoot me!, de Chiemi Karasawa, que se presentará a finales de abril en el Tribeca Film Festival. La actriz se ha despedido a lo grande con Movin’Over and out en el Café Carlyle, su feudo desde la muerte de Bobby Short; esta vez solo cinco noches y tres canciones (una de ellas se llama You’re the pop y es una parodia del You’re the top, de Cole Porter), pero, a cambio y como de costumbre, un torrente de historias faranduleras: 60 años de carrera dan para mucho. Público de lujo, que no quería perderse su último show:entre ellos, Tony Bennett, Michael Feinstein, James Levine, Liza Minnelli, Bernadette Peters y Tom Hanks.

La dama se retira, pero su trabajo sirve de ejemplo para seguir en el tajo. Cuando alguna actriz amiga está de bajón y planea seriamente abandonar los escenarios le pongo Elaine Stritch at Liberty, rodado en 2001 en el Public Theater. De entrada el nombre no les suena, porque aquí es muy poco conocida, pero han visto su cara en algún sitio. Esos ojos taladradores, vivísimos. Esa sonrisa que puede ser feroz o conmovedora. ¿No era la madre posesiva y fatal en Septiembre, de Woody Allen? ¿No hizo Two’s company, aquella serie de la BBC con Donald Sinden? Sí a las dos preguntas. Se casó con un actor inglés, John Bay, y vivió muchos años en Londres, pero esta nativa del Midwest ha acabado siendo tan quintaesencialmente neoyorquina como el Pastrami Special del Carnegie Deli: en la mejor época de Broadway estrenó Pal Joey, de Rodgers & Hart, con Gene Kelly. Y Sail Away: Noel Coward escribió a su medida el personaje de Mimi Paragon. Y Company, de Sondheim, por supuesto: fue ella quien cantó por primera vez The ladies who lunch, que se convertiría en uno de sus temas de cabecera.

No hace falta decir mucho más. Se apagan las luces de la sala, se levanta el telón. Un telón rojo, majestuoso. El escenario está vacío. Una pared de ladrillos. Una silla. Y ahí está ella, con una camisa blanca y las piernas, todavía espléndidas, enfundadas en unas medias negras, cantando y contando (¡qué narradora excepcional es Elaine Stritch, tierna, sardónica y sincera hasta el autodespellejamiento!) durante dos horas y media: el one woman show a la enésima potencia. Un material, como dicen los créditos, “estructurado por John Lahr”, el crítico teatral del New Yorker, y “desestructurado por Elaine Stritch”. Un espectaculazo que luego arrasó en el Neil Simon Theatre y en el West End y se llevó el Olivier y el Tony de aquel año. La Stritch cuenta su infancia, sus primeros estudios teatrales con Piscator en la New School of Dramatic Arts, pasando de la anécdota más cómica (sus desastrosas citas con Marlon Brando) a las confesiones más desnudas, su lucha contra el alcoholismo, todos sus hombres (con Ben Gazzara a la cabeza), su destructiva relación con otro actor alcohólico, Gig Young (que, por cierto, la dejó por Elizabeth Embrujada Montgomery), y los hilarantes apuros para combinar su trabajo con Ethel Merman en Call me madam, en Nueva York, y los preestrenos de Pal Joey en New Haven, y cómo perdió su rol en Las chicas de oro por malhablada, y mil cosas más. Y, por supuesto, las enormes canciones, desde Broadway Baby a Do the wrong people travel pasando por otro de sus himnos, el I’m still here de Follies. Una impresionante lección de teatro y de vida a cargo de un monstruo que pide, como epitafio, los versos finales de If love were all, de Coward: “The most I’ve had is just / a talent to amuse”. Un talento rugiente, desbordante. Y yo que no me acabo de creer del todo que se retire.

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