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París cambia de piel

La colección de Phoebe Philo para Céline define las tendencias para los próximos meses.Vevers se inspira en la arquitectura de Bilbao en Loewe

Eugenia de la Torriente
Uno de los diseños de Loewe
Uno de los diseños de Loewe

Estos días en París los vientos de cambio te golpean con la misma fuerza que las ráfagas de frío. Y es igual de difícil ignorarlos. El arranque de la semana de presentaciones de las colecciones de otoño/invierno 2013 ha estado marcado por la primera temporada de Alexander Wang en Balenciaga y la segunda de Raf Simons en Dior. Se trata de la transformación profunda de dos de las más importantes casas de moda francesas y, cada uno a su manera, revisa sus cimientos para afrontar una nueva era.

Les llevan pocas temporadas de ventaja Humberto Leon y Carol Lim que encarnan uno de los mejores ejemplos de ruptura que hoy puede encontrarse en la industria. Su llegada a Kenzo, dos años atrás, provocó sorpresa ya que los estadounidenses no son diseñadores en su acepción convencional: su aval era una década al frente de un innovador concepto de tiendas, Opening Ceremony. Pero en este lapso han demostrado las posibilidades de su entendimiento del mercado y del consumidor al que se dirigen y su capacidad para ofrecer un producto relevante para una nueva generación. Si sus sudaderas de tigres son lo más cotizado esta primavera, las de ojos presentan candidatura para la siguiente.

En este contexto, no moverse equivale a parecer anclado en otra época. Y nadie quiere ser el cadáver que el cambio dejó en la cuneta. Pero algunos se rebelan contra la idea de la metamorfosis impuesta. Jean Paul Gaultier sabe que necesita escapar de las trampas de la excesiva teatralidad en la que han derivado sus colecciones. Sobre todo, para que su línea de prêt-à-porter tenga sentido y viabilidad comercial. El sábado, salió de sus salones en Rue Saint Martin, donde ha presentado invariablemente sus colecciones en los últimos años, y citó a su audiencia en la otra punta de la ciudad. Pero ese movimiento no era tanto un cambio como un regreso, un retorno al lugar donde desfilaba en los años ochenta. Algo parecido le sucedía a la colección, que parecía modificar el rumbo de las últimas temporadas pero en realidad volvía a los orígenes. Sus corsés con pechos afilados se convertían en armaduras pospunk desmontables, una síntesis de varios temas favoritos de Gaultier en sus casi 40 años de carrera. Era difícil explicar la fijación con un estampado que dibujaba ventanas y sombras de un edificio, pero las siluetas más sobrias dirigían los pasos de Gaultier en el camino de la redención.

En Loewe, el cambio ha sido gradual. Nada brusco. Pero sus resultados son obvios. El diseñador Stuart Vevers abandonó el sábado la escuela de medicina en la que desde 2008 ha mostrado sus colecciones para la firma. En el museo de historia natural, entregó un desfile que supone un salto en ambición. Inspirado por el contraste entre la arquitectura de Bilbao y el paisaje rural del País Vasco, Vevers combinó patchwork geométrico -que recreaba las formas del Guggenheim- con gruesos abrigos en pelo de oveja. La napa repujada mostraba el virtuosismo del taller de la casa y la seda se dibujaba con motivos de la cerámica andaluza. Pero lo más interesante es que el erotismo frío y adulto de las heroínas de Hitchcok y los volúmenes conferían al discurso de Vevers una presencia y madurez hasta ahora desconocidas.

Los cambios que mejor funcionan son los que tienen una razón de ser íntima, los que nacen de una transformación personal y no de una decisión estratégica. La nueva silueta de Céline se ha fraguado en las tres últimas temporadas, en paralelo a la tercera maternidad de Phoebe Philo. La británica presentó el domingo una colección deliciosa que mantiene el rumbo envolvente y generoso apuntado esta primavera, pero lo elabora de una forma mucho más pulida, rica y profunda. En una paleta delicada de tonos mantequilla, rosa empolvado, gris o azul marino, Philo logra un complicado equilibro entre tensión y delicadeza, precisión y espontaneidad, rigor y comodidad.

Humildes bolsas de la compra a cuadros se transforman en arquitectónicos abrigos mientras otras piezas simulan gruesas mangas anudadas sobre el tronco. El punto, el mohair, el cuero y el visón se moldean como esculturas hechas de espuma. La perfeccionista Phoebe Philo marcó ayer una serie de exquisitas pautas que la industria de la moda seguirá a rajatabla en los meses venideros y que, una vez más, generarán infinidad de copias. Eso sí, habrá que ver qué tal funcionan algunas de sus ocurrencias cuando se realicen sin su impecable acabado.

Philo abandonó Chloé para dedicarse a su familia en 2006 y la casa se vio forzada a un cambio que no cristalizó hasta la llegada de Clare Waight Keller cinco años después. Con su cuarta colección, la también británica se mostró suficientemente segura como para abandonar la ingenua dulzura del imaginario Chloé en favor del "espíritu independiente" de "chicas duras" (tanto como la casa permite, al menos). Novedad que se traduce en detalles utilitarios para ensoñados vestidos, bermudas de cuero o camisetas que crean una jaula de joyas alrededor del cuerpo.

En un diálogo que escribió Giacomo Leopardi en 1824, la moda le dice a su "hermana" muerte: "nuestra naturaleza común es la de renovar continuamente el mundo". Cada cierto tiempo, ese ritual de renovación se dirige hacia el propio sistema y, sí, estamos viviendo uno de esos momentos.

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