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Sónar cumple años en la fría Islandia

El festival celebra su 20º aniversario con el exitoso estreno de su nueva sede en Reikiavik Modeselektor, Diamond Version o James Blake agotan las entradas del primer día

Daniel Verdú
El grupo islandés Gus Gus durante su concierto.
El grupo islandés Gus Gus durante su concierto.Bjargey Ólafsdóttir

Harpa es un hermoso edificio construido en el puerto de Reikiavik. Su fachada, una red tejida de hexágonos de cristal que se iluminan en noches de aurora boreal, se ha convertido en todo un símbolo nacional. En pleno levantamiento, el país entró en bancarrota y estuvo a punto de paralizar su construcción. Si no había dinero para sanidad, menos para bonitos edificios. Pero entre todos se empeñaron en seguir. Aquello iba a ser la metáfora de un pueblo capaz de levantarse apoyándose en su cultura. Ayer, tres años después de su inauguración, el festival barcelonés Sónar se instaló ahí dentro para celebrar su primera edición en Islandia. Y como la isla es -pese a su reducida población (320.000 habitantes)- un terreno hiperabonado en producción musical, el evento ha dedicado un 60% de su programación a explorar la escena local. Un éxito. La mezcla entre nativos y figuras internacionales como Modeselektor, Diamond Version o James Blake desembocó anoche –primera de las dos jornadas- en un sorprendente sold out (3.000 personas). Casi podría decirse que el recinto se le ha quedado pequeño el primer año.

Valgeir Sigurdson estrenó el evento. Toda una declaración de intenciones de una versión de Sónar mucho más abierta a los instrumentos orgánicos y al sonido clásico del que proviene mucha de la música moderna de la isla. El compositor y productor islandés (fundador del sello Bedroom Community) se coloca en segundo plano, unas veces al piano de cola (un Steinway nada menos) y otras a la guitarra. Dos de los artistas de su sello que lo acompañan alternan el violín y el contrabajo para sacarle a todo el asunto el sonido de lo que podría ser un triste poema de estibadores. El público, muy educadamente al principio, fue llenando el Sónar Hall con mucha tranquilidad. Incluso le afearon a un tipo que le sonase levemente el móvil. Insólito en un concierto de pop. Aunque para no faltar a la verdad, con un par de cervezas, esa delicadeza en tierra de vikingos comenzó a diluirse.

En todo caso, la inauguración de Sónar dejó claras varias cosas. Primero, las ganas con las que lo esperaban aquí. Luego, el exquisito cuidado por el sonido que ha tenido la organización. Perfecto. El enorme Harpa cuenta con una de las mejores salas de conciertos (se utiliza también para sinfónicos y ópera) del mundo. Pero los demás cuatro espacios habilitados se comportan perfectamente para un acontecimiento de este tipo. También pudo verse a mucho público extranjero. Reino Unido y Alemania especialmente. Son tres horas de avión y desde hace no tanto existen vuelos baratos desde esos puntos (de hecho parte de la iniciativa de este festival surge del interés de una de las líneas aéreas nacionales por llenar aviones en temporada baja). Y esa es la idea también, que el evento se convierta en un planazo de fin de semana para ese tipo de público. En cualquier caso, impresiona ver el nombre de Reikiavik en las banderolas junto al del Sónar, que este año cumple dos décadas y se ha expandido como casi ninguna empresa española en estos tiempos oscuros (Sao Paulo, EE UU, Japón, Suráfrica...). Al jefe de la patronal le convendría tomar nota.

A las diez llegó el primer gran grupo internacional del día. Diamond Version, el dúo construido (todo resulta muy industrial en ellos) por Alva Noto y Byetone, pareja de científicos de la electrónica que conducen el sello alemán Raster Noton. Lo suyo es lo más alejado del ser humano que existe en la música. O no tanto. Porque la idea consiste en extraer cualquier atisbo de emoción en las máquinas. Y la hay. A esa hora el Harpa ya estaba hasta arriba, y Diamond Versión consiguió el primer lleno de la noche.

Hasta que se dejaron caer por ahí Modeselektor. Porque el dúo berlinés habla un lenguaje en la música electrónica que todo el mundo comprende rápidamente: se llama fiestón. Y además son lo más parecido a una estrella que pudo pasar anoche por el Harpa. Son capaces de retorcer las máquinas setenta veces hasta que poco a poco, entre la rugosidad de las texturas, del ruido, empieza a reconocerse la melodía de alguno de sus hits como Evil Twin. En ese momento se desata la locura entre los islandeses (incluso pasarían por españoles) y todo el mundo empieza a elevarse del suelo inquietantemente. Porque sepan que la media de altura en este país no baja del 1,90 y su peso es inversamente proporcional al tamaño de la isla. Así que de repente el espectáculo se traslada a la pista de baile. Hasta que los dos tipos del escenario cortan los graves en seco y el bombo se relaja. Entonces el gigante de al lado sonríe como si nada. “No tenemos muchos clubes por aquí para bailar. Así que teníamos muchas ganas de esto”, resume uno de ellos fumando un cigarrillo en la puerta del edificio.

La noche fue de ellos y de algunas bandas islandesas como Sísy Ey o Gus Gus, que aquí son todo un orgullo nacional y lograron algo parecido a Modeselektor. Pero había otros mucho más pequeños, aunque intensamente promocionados por sus allegados. Porque lo curioso de la escena islandesa está tan concentrada que todo el mundo tiene un primo, un amigo o una hermana en una banda que tocaba ayer en Sónar. Durante el día, en cualquier tienda o bar de Reikiavik, algún empleado con la sospecha de que su interlocutor tenía planeado pasarse por el festival se acercaba y le soltaba: “No puedes perderte a Oculus. Es amigo mío y es increíble”. Y sí, Oculus estuvo muy bien.

Fue una buena idea también crear un espacio de baile en el aparcamiento subterráneo. Un lugar concebido como pequeño club, mucho más canalla, rodeado de coches. El único recinto, además, con Funktion One, uno de los mejores sistemas de sonido del mundo cuyos altavoces escupen una ventolera de sonido que te tira al suelo sin que se pierda un herzio de calidad. Ah, y no te rompe los tímpanos, cosa de agradecer. Fue arriesgado programar en un espacio tan pequeño la sesión de DJ de James Blake, la estrella británica de soul digital (por llamarlo de alguna manera) que está a punto de lanzar nuevo disco. Se llenó en tres minutos. Aunque mucho mejor que lo de pinchar (tuvo algunos problemas) se le da lo de cantar. Por suerte lo veremos hoy con las actuaciones de Olafur Arnalds, Squarepusher o Ryuchi Sakamoto, o las sesiones del catalán John Talabot y Pachanga Boys. En cualquier caso, está claro que el frío también le sienta de maravilla a Sónar.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona en 1980. Aprendió el oficio en la sección de Local de Madrid de El País. Pasó por las áreas de Cultura y Reportajes, desde donde fue también enviado a diversos atentados islamistas en Francia o a Fukushima. Hoy es corresponsal en Roma y el Vaticano. Cada lunes firma una columna sobre los ritos del 'calcio'.

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