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El precio del arte y el color del dinero

La inquietud de galeristas y artistas ante el impacto del IVA del 21% marca el arranque de la feria Juana de Aizpuru: “Se está despreciando la labor del coleccionista español”

El ilustrador Max posa con su obra 'Paseo astral' que protagoniza este año el estand de EL PAÍS en la feria.
El ilustrador Max posa con su obra 'Paseo astral' que protagoniza este año el estand de EL PAÍS en la feria.SAMUEL SÁNCHEZ

Tal vez se deba a la reciente celebración del 20º aniversario de su estreno, pero Arco, feria madrileña de arte contemporáneo que abrió ayer sus puertas a los profesionales, hoy recibirá la visita inaugural de los príncipes de Asturias y desde mañana permitirá la entrada al público general, cada vez se asemeja más a Atrapado en el tiempo. Ya saben, aquella obra maestra del existencialismo en la que Bill Murray se enfrentaba cada mañana a la misma hora con la eterna repetición del Día de la Marmota. Los malos augurios previos, el frenesí y los nervios de la apertura y el alivio que se respiraba al final de la mañana de ayer entre los galeristas que, una vez más (y ya van cinco ediciones de la Gran Crisis), parece que han salvado en mayor o menor medida los muebles… Todo se reprodujo (eso sí, con algún sobresalto imprevisto) en parecida secuencia que en años anteriores. Si bien es cierto que en este las cosas se presentaban peor que nunca.

Primero, el sobresalto: una escultura del artista mallorquín Bernardí Roig, uno de sus hombrecillos blancos de resina valorado en 58.000 euros, fue al suelo de la galería Max Estrella cuando alguien, en la confusión de un tumulto la empujó al final de la mañana. En ese momento se encontraban en el estand el arquitecto Norman Foster, junto a su esposa Elena y varios directores de museo. La pieza, titulada Prácticas para chupar el mundo (2012), acabó con los dos brazos seccionados, magulladuras en un dedo y en la oreja y finalmente fue retirada para su restauración. Alberto de Juan, director de la galería, confió en que la obra, que a esa hora ya tenía un pretendiente, podrá lucir entera esta misma mañana para terminar la feria erguida.

Aspecto del espacio de Nev Istambul.
Aspecto del espacio de Nev Istambul.SAMUEL SÁNCHEZ

Despachada la crónica de sucesos, pasemos con la económica. La negativa del Ministerio de Hacienda a condonar la subida del IVA cultural durante los días de autos ha colocado a los expositores en situaciones tan surrealistas como la siguiente: si un coleccionista llega con idea de adquirir una pieza de Heimo Zobernig (artista austriaco con exposición actualmente en el Palacio Velázquez del Reina Sofía) puede acercarse al estand de la galería madrileña Juana de Aizpuru. Pagará un 21% de IVA, frente al 18 de la edición anterior. Si sencillamente cruza uno de los anchos pasillos que esponjan la distribución de los dos pabellones este año y se decide por el mismo creador en el espacio que comparten Heinrich Ehrhardt (Madrid) y Bärbel Grässlin (Fráncfort), abonará un impuesto alemán del 7%.

De Aizpuru se quejaba el miércoles no tanto del dinero que dejará de obtener por esta subida como “por el desprecio que supone a la labor del coleccionista español [los extranjeros no comunitarios no pagan impuestos]”. “También es un agente cultural, encargado de preservar el patrimonio que adquiere y al que sin embargo se le tiene por un sospechoso que compra obras de arte como quien compra un yate”. Traducido: en Arco se asume que este año la tradicional frase “te hago un descuentito” mutará en “ya asumo yo el IVA”.

Ese tipo de apaños, en cualquier caso, poco ayudará a artistas españoles, como el tan en boga Secundino Hernández, que está en seis galerías y a primera hora ya había colocado una pintura por 36.000 euros a un coleccionista extranjero. Llegado el momento de aflorar sus ventas (con descuento o no) los creadores tendrán que pagar, como recuerda el galerista Álvaro Alcázar, un IVA que ha trepado del 8 al 21%.

¿Empujará todo esto a los marchantes al terreno, tan de moda en ciertos barrizales políticos, del pago en B? Pepe Martínez, de Espacio Mínimo, llega a esta edición, su decimonovena consecutiva, por primera vez “carente de ilusión”. “¿Qué ánimo se puede tener cuando uno trata con Bankia y la Comunidad de Madrid y le obligan a comer en un restaurante que paga en negro [se refiere a Arturo, concesionario de la restauración en Ifema]?”, se pregunta. E insiste en el color del dinero (más bien su ausencia) al recordar los años en que hasta “los Ayuntamientos querían pagar en negro y había que convencerles de lo contrario”.

'Post consumer art', serie de fotos que Natalia LL tomó en los setenta.
'Post consumer art', serie de fotos que Natalia LL tomó en los setenta.SAMUEL SÁNCHEZ

Cosas del pasado: primero, porque las administraciones, estranguladas por el déficit, no están ni se las espera en Ifema, salvo casos puntuales como el Reina Sofía (gastará 300.000 euros), el CA2M de Móstoles (que concede un premio consistente en una compra de un máximo de 35.000 euros) y el MACBA. Y segundo porque, todos lo juran por la tumba del legendario comisario de bienales Harald Szeeman, la porción de la economía sumergida en el mundo del arte nada tiene que ver con la de los alegres ochenta. “Creo que hace mucho que todo se hace legal”, dice Yolanda Romero, del Centro Guerrero de Granada. “Pero si ahora se les empuja a lo contrario, el responsable es el Gobierno”.

Hay que reconocer, con todo, que, como Murray en la película de Harold Ramis, los responsables, con Carlos Urroz a la cabeza, han puesto todo de su parte para introducir variantes en el Día de la Marmota: se han ensayado nuevas formas de comercio online (para venta de obras que no superen los 5.000 euros); se han dado facilidades para el pago de los metros cuadrados (lo que resolvió la crisis de la renuncia de las galerías catalanas en bloque; solo se echa en falta a Estrany de la Mota); y se ha hecho venir, asegura la organización, a 250 coleccionistas internacionales (por más que, como se maliciaba un director de museo nacional, los compradores importantes no necesitan que los invite nadie).

Ayer vagaban algunos de ellos entre los estands y los huecos que los separan (la impresión, si se efectuase una foto aérea, sería la de un laberinto oculto de vacíos entre el pladur de los espacios expositivos). Era su momento, el que se les reserva habitualmente y que pareció más abarrotado que de costumbre. ¿Y qué se encontraron? Abundancia de pintura y dibujo de pequeño formato, muchas banderas (hasta una española en negativo, de Luis Bisbe), una interesante zona de Solo Projects (ojo al chileno Álvaro Oyarzún), guiños a la fiebre del momento por la abstracción geométrica latinoamericana (en Dan Galería y Cayón) y la robusta presencia de los turcos, tan emergentes y tan ajenos al repetitivo existencialismo de la Vieja Europa.

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