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POEMAS EN RED

Hablar solo, maldecir, ser un poeta…

Aparece en Lumen una amplia selección de la poesía de Hölderlin En una nueva versión al castellano de Eduardo Gil Bera con prólogo de Félix de Azúa, un declarado seguidor admirado del gran poeta alemán

'La cólera de Aquiles' (1847), de François-Léon Benouville
'La cólera de Aquiles' (1847), de François-Léon Benouville

Hölderlin, sin ser propiamente un romántico, fue todo lo desgraciado que se espera de un poeta romántico de pro. Su obra abarca 10 escasos años de su azarosa vida (en medio del muy idealizado y hasta sereno neoclasicismo), que tiene mucho de errante, por dentro y por fuera. Son legendarias sus amistades de juventud (compartió albergue con Hegel y Schelling) y su gran amor, también desdichado, por Susette Gontard, una mujer casada. La Diotima de los poemas de Hölderlin es siempre su Susette, a quien también dedicó el Hiperión. Ella y el ardoroso Friedrich fueron sorprendidos más de una vez por Jacob Gontard (el marido), con lo que el bardo perdió su empleo y debió salir por piernas. Su sensibilidad encontró asidero en la tradición grecolatina, donde buscó reflejos, temas y símiles. Ahora se edita Poemas (Lumen).

Hay varias y buenas biografías de Hölderlin (1770-1843), pero ninguna consuela, sino muy al contrario, cada detalle que se añade hace el paisaje más agrio. Los testimonios coinciden en que se perdía vagando sin rumbo y que las manifestaciones de la esquizofrenia se hicieron cada vez más dramáticas. De hecho, en su poesía hay algo, por encima de la forma, de río incontenible, de exaltación, de aliento enardecido por un fuego mortal y propio, y puede ser quizás que ese meollo, esa substancia ya trufada por la locura, vaya abriéndose paso desde el éxtasis a la sinrazón.

Cuando sus amigos ya no pueden con él, es especialmente su fiel Isaac von Sinclair quien lo interna en una clínica para enfermos mentales en Tubinga. Esto empeoró las cosas, al menos en la atribulada cabeza del poeta. El terapeuta de aquel centro era el médico Ferdinand Autenrieth, cuya verdadera especialidad era la medicina forense. Hölderlin fue encerrado en solitario dentro de una de aquellas habitaciones. Había “15 camas y 12 cuartos”. Salió y entró de la vetusta y fría casa varias veces, pero ya nunca más dejó de hablar solo, de responder airadamente a su fantasma. De hecho, en su magistral obra lírica (que Félix de Azúa distingue con acierto en su prólogo como “gran poesía”, como la de Shakespeare y Rimbaud) hay un lamento sordo a la nada. Azúa titula su prólogo “¿De qué hablan los poetas?” e hila de manera fina y exquisita al juzgar la traducción de Gil Bera como “música de cámara”. No todo el mundo ha tenido la ilustrada suerte de Félix de Azúa, cuyo primer “tropiezo” con la lírica fue precisamente Hölderlin.

 AQUILES

Espléndido hijo de los dioses, cuando privado de tu amada

fuiste a la orilla del mar y le lloraste al oleaje,

quejoso ansiaba ir tu corazón al abismo bendito,

al silencio, lejos del ruido de los barcos,

lejos y hondo bajo las olas, donde mora en gruta gozosa

la bella Tetis, la que te protegía, la diosa del mar.

Ella, poderosa diosa que tiernamente amamantó

al niño en la costa rocosa de su isla, era la madre

del joven y lo crió para héroe,

con la canción bravía de las olas y el baño vigorizante.

Y la madre acogió la queja del joven,

afligida ascendió del fondo del mar como una nubecilla,

aplacó con tiernas caricias los dolores de su querido,

y este oyó cómo ella cariñosa prometía ayudarle.

¡Vástago divino! Si yo fuera como tú, podría confiar

a uno de los celestiales la queja por mi secreto padecer.

Pero no veré tal cosa, y habré de soportar la afrenta como si

no fuera nada para aquella que me recuerda entre lágrimas.

pero, dioses benévolos, vosotros escucháis cada súplica humana,

y yo, oh bendita luz, te amo profunda y devotamente,

desde que vivo, y a ti tierra, y a tus fuentes y bosques,

y a ti padre éter, a quien mi corazón añora con deseo puro,

aplacad, oh benévolos, mi sufrimiento,

para que mi alma no enmudezca, ay, demasiado pronto,

para que viva y os dé gracias, sumas potencias celestiales,

con un canto piadoso en el día que huye,

gracias por el bien pasado, por la alegría de la juventud ida,

y acoged benignos al solitario.

* POEMAS. Friedrich Hölderlin (Edición bilingüe). Traducción: Eduardo Gil Bera. Prólogo de Félix de Azúa. Lumen, Barcelona, 2012. 16,90 euros

Poemas

Friedrich Hölderlin

DIOTIMA (segunda y tercera estrofas)

¡Cómo ha cambiado todo!

Cuanto odié y evité

armoniza ahora con benévolos acordes

la canción de mi vida.

Cada vez que suena la hora

me maravilla el recuerdo

de los días dorados de la niñez,

desde que hallé mi único bien.

Diotima, criatura feliz,

deliciosa, por quien mi espíritu,

curado del miedo de vivir,

se augura la juventud de los dioses.

¡Nuestro cielo perdurará!

Afines en lo insondable,

antes que nos viéramos,

se conocieron nuestras almas.

QUEJAS DE MENÓN POR DIOTIMA (Fragmento)

2

También es inútil, dioses fúnebres, una vez

habéis cogido y sujetado al hombre vencido,

cuando h malvados, lo bajáis a la noche espantosa,

buscarlo, suplicar o airarse entonces con vosotros,

o bien morar con paciencia en el terrible destierro,

y escuchar con una sonrisa vuestra fría canción.

¡Ha de ser así, olvida tu salvación, y duerme sin chistar!

Pero te brota una voz esperanzada en mi pecho,

aún no has podido, alma mía, acostumbrarte

y sueñas en medio de tu sueño de hierro.

No guardo fiesta, pero desearía coronarme,

¿es que no estoy solo? Pero algo querido debe

aproximarse a mí de lejos, y he de sonreír y maravillarme

de cuán dichoso soy en medio del dolor.

A LOS JÓVENES POETAS

Queridos hermanos, acaso madure pronto nuestro arte,

cuando, semejante al adolescente, tras el largo fermento,

alcance la serenidad de la belleza;

vosotros sed piadosos como eran los griegos.

Amad a los dioses y recordad con benevolencia a los mortales,

abominad de la embriaguez como del hielo, guardaos de

[adoctrinar y describir,

y si el maestro os atemoriza,

pedid consejo a la gran naturaleza.

(Traducciones de Eduardo Gil Vera)

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