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La banalidad del mal, 50 años después

Una película sobre Hannah Arendt reconstruye una polémica de hace medio siglo Su crónica del juicio en Jerusalén contra el jerarca nazi Adolf Eichmann provocó controversias

El nazi Adolf Eichmann, en la prisión de Teggart (Israel), en un descanso de su proceso. 1961.
El nazi Adolf Eichmann, en la prisión de Teggart (Israel), en un descanso de su proceso. 1961.AFP

Una de las grandes polémicas intelectuales del siglo XX cumplirá pronto 50 años. El 16 de febrero de 1963 la revista The New Yorker dedicó 73 páginas a una crónica del juicio que había condenado a muerte en Jerusalén al teniente coronel de las SS Adolf Eichmann, encargado del transporte a los campos de concentración y exterminio. El texto era la primera de cinco entregas y lo firmaba Hannah Arendt, la pensadora alemana de origen judío que en 1951 había entrado en la historia de la filosofía con Los orígenes del totalitarismo.

La aparición del reportaje desencadenó una tempestad de acusaciones ancladas en dos puntos. Por un lado, el papel que los líderes judíos habrían jugado en la elaboración de las listas de deportados. Por otro, la idea de que Eichmann no era un ser demoniaco sino un diligente funcionario, lector de Kant, alérgico a la violencia y empeñado en cumplir las órdenes, un ser banal al que la irreflexión “le predispuso a convertirse en el mayor criminal de su tiempo”. Informe sobre la banalidad del mal fue precisamente el subtítulo que la politóloga puso a su crónica cuando, meses después, se convirtió en el libro Eichmann en Jerusalén. Existe Traducción española de Carlos Ribalta en Lumen y Debolsillo y Taurus ha publicado una versión reducida en su colección Great Ideas. Es todo un síntoma que Hannah Arendt (Hannover, 1906-Nueva York, 1975) sea la única mujer estudiada individualmente por Nigel Warburton en Una pequeña historia de la filosofía, recién publicada por Galaxia Gutenberg en traducción de Aleix Montoto. También lo es que el capítulo que le dedica esté centrado en el libro de 1963.

Casi medio siglo después, la polémica en torno a aquella obra sirve también de columna vertebral a la película de Margarethe von Trotta Hannah Arendt, que no tiene prevista fecha de estreno en España, pese a haber obtenido la Espiga de Plata en la última Seminci (Semana de Cine de Valladolid). Si Von Trotta fue musa de Fassbinder, la musa de Von Trotta es Barbara Sukova, impecable en el papel de la filósofa. La Hannah Arendt de Von Trotta arranca con el secuestro de Eichmann a cargo de los servicios secretos israelíes en Argentina, donde vivía de incógnito, y recurre a imágenes de archivo para reconstruir el juicio y al flashback para apuntar la relación de Arendt con Martin Heidegger, su maestro y amante antes de que este mostrara su apoyo al partido nazi y ella tuviera que huir a Francia para asentarse definitivamente en Nueva York. “Fuimos expulsados de Alemania porque éramos judíos. Pero apenas cruzamos la frontera francesa, nos convirtieron en boches”, escribió. “Aparentemente nadie quiere saber que la historia contemporánea ha creado una nueva clase de seres humanos: la clase de los que son confinados en campos de concentración por sus enemigos y en campos de internamiento por sus amigos”.

Hannah Arendt, en los años 60.
Hannah Arendt, en los años 60.Bettmann / CORBIS

En el número 370 de Riverside Drive transcurre la mayor parte del metraje de una película de ideas en la que el trabajo de los actores matiza lo abstracto de algunas discusiones. Junto a la propia Sukova-Arendt, brillan los encargados de interpretar a su segundo marido —Heinrich Blücher (Axel Milberg)—, a su gran amiga y defensora —la novelista Mary McCarthy (Janet McTeer)— o a su gran amigo y luego detractor Hans Jonas (Ulrich Noethen), condiscípulo de la pensadora en los cursos de Heidegger. “No diga mi nombre en la misma frase que el de ese nazi”, dice él en el filme.

“La imagen que habían creado era la de un ‘mal libro’; ahora han de probar que fue escrito por una ‘mala persona”, escribió Hannah Arendt al recordar las acusaciones que recibió. Algunos insinuaron que su informe nacía del odio a su propia condición de judía. No todos fueron tan sutiles: “¿Es nazi Hannah Arendt?”, se titulaba una carta colectiva publicada por Le Nouvel Observateur. La polémica es ya historia. No en vano, Von Trotta ha contado con la colaboración de los archivos sobre el Holocausto de Steven Spielberg, la Universidad de Jerusalén y la Organización Sionista Mundial.

Fuera del cine, el interés por la obra de Hannah Arendt no ha parado de crecer. Amén de sus obras filosóficas, solo en España hay disponibles tres biografías suyas y parte de su correspondencia. A ellas acaba de sumarse La batalla de las cerezas. Mi historia de amor con Hannah Arendt (Paidós. Traducción de Alicia Valero), que recoge los apuntes que su primer marido, Günther Anders, tomó cuando eran una pareja de recién casados que discutía a Leibniz en una habitación subalquilada de Drewitz. Siempre pegada a un cigarrillo, “profunda, insolente, alegre, mandona, melancólica, danzarina”, así retrata Anders a la mujer con la que se casó en 1929 y de la que se divorció en 1937. En 1940 ella se casó con Blücher. Ese año fue recluida en el campo de internamiento de Gurs, en el sur de Francia. Allí vivió sus mayores crisis, pero mantuvo la lucidez suficiente para desobedecer la orden que obligaba a los judíos a registrarse en una prefectura. Había aprendido a desconfiar de la policía francesa, decía, leyendo novelas de Simenon. Hannah Arendt se convirtió en apátrida, pero salvó la vida. Aquel registro se convirtió para muchos en el pasaporte hacia los campos de exterminio. A ellos fueron deportados, entre otros, parte de los 6.000 judíos que habían sido transitoriamente enviados a Gurs por un puntilloso funcionario llamado Adolf Eichmann.

Pasto de controversia

JUAN GÓMEZ

Por grandes que sean sus méritos, la vida de buena parte de los grandes filósofos parece casi tan poco cinematográfica como sus obras. Margarethe von Trotta, antigua colaboradora de Fassbinder, ha elegido el libro más controvertido y el más célebre de Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén, porque tiene acción, intrigas y una considerable carga polémica que interesará a cualquier curioso.

La película estrenada este mes cuenta la condena a muerte del criminal nazi Adolf Eichmann, oficial de las SS y funcionario del Holocausto, vista por Arendt, alemana y judía. En 1961, la pensadora fue enviada por la revista The New Yorker a cubrir la primera parte del juicio contra él en Jerusalén. Arendt, que era ya una intelectual de renombre, buscó una explicación para la formidable maldad de los actos de Eichmann, a los que asoció la inopinada cualidad de "banales". Ya el subtítulo de su libro, Un informe sobre la banalidad del mal, cayó como una bomba entre los intelectuales alemanes y entre los pensadores judíos de todo el mundo. Von Trotta cuenta la génesis de la obra en un biopic no apto para exfumadores recientes.

La "banalidad del mal" es hoy lugar común. Se entiende que Eichmann, aquel tipo gris, calvo y míope tan alejado de un Sigfrido wagneriano, se convirtió en asesino de masas por encargo, no por vocación. La Hannah Arendt de Von Trotta, interpretada con fría destreza por Barbara Sukova, se pasa media película intentando que su tesis no sea, a su vez, banalizada. En conversaciones privadas de la Nueva York elegante de los sesenta o en aulas universitarias y siempre —siempre— con un pitillo entre los dedos, la pensadora de Hannover defiende que "las mayores maldades son las cometidas por un don nadie". Como tituló Der Spiegel en una crítica, la Arendt de Sukowa "se tumba, fuma, piensa" con una "credibilidad que permite seguir la película con gusto y atención hasta el final". El estreno del filme ha provocado un revuelo considerable en Alemania, donde las tesis de Arendt son aún pasto de controversia. Un crítico del diario berlinés Die Tageszeitung afea al guion que pusiera en boca de Arendt que "Eichmann era incapaz de pensar", cosa que nunca dijo y que suena a disculpa. También el descafeinado flashback que muestra la historia de amor entre Arendt y su profesor de Friburgo Martin Heidegger. El nazismo militante del a la sazón rector universitario queda diluido en lo que el diario Frankfurter Allgemeine Zeitung califica de "sólida panorámica […] que renuncia a presentar a una pensadora […] tan controvertida como lo fue en vida".

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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