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CRÍTICA DE 'EL LADO BUENO DE LAS COSAS'
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Excentricidad controlada, zumbados de diseño

Carlos Boyero
Jennifer Lawrence y Bradley Cooper, ensayando su baile en 'El lado bueno de las cosas'.
Jennifer Lawrence y Bradley Cooper, ensayando su baile en 'El lado bueno de las cosas'.

Hay referencias en algún momento de esta extraña película a Alguien voló sobre el nido del cuco y el primer escenario que nos presenta es un siquiátrico, esos lugares en los que pretenden controlar, aliviar o sanar los temibles trastornos del cerebro, el sistema nervioso o el corazón, su desencuentro con la realidad, la desgarradora convivencia o batalla mental con monstruos que son invisibles para los demás. El protagonista es un bipolar con el corazón roto y dialéctica anfetamínica. Sus padres han decidido que pueden cuidarle en casa, que la terapia será más efectiva, rápida, comprensiva y cálida en medio de los que le aman que entre enfermos y médicos.

EL LADO BUENO DE LAS COSAS
Dirección: David O. Russell.
Intérpretes: Bradley Cooper, Jennifer Lawrence, Robert De Niro, Jacki Weaver, Chris Tucker.
Género: tragicomedia. EE UU, 2012.
Duración: 122 minutos.

Pero la disparatada vehemencia, la hiperactividad, las obsesiones con causa o sin ella, los volcánicos estados de ánimo y el discurso febril de este hombre sufriente e insomne no solo poseen capacidad para atacar los nervios de los familiares y amigos sino que también pueden resultar agotadores para el espectador. Yo, al menos, me repito que le comprendo y le compadezco, pero, por favor, que se calle un rato, que deje de moverse, que no grite, que se tome la medicación, que no me asfixie. No hay manera. Y cuando el zumbado hipersensible conoce a una mujer problemática y sexy con pasado trágico, tendencia al desvarío y verborrea fiera, mi temblor es doble. Me atrae lo que veo y escucho pero también me crispa.

El tono no es lírico y triste como el que utilizaba James Gray al retratar al frustrado suicida y conmovedor esquizofrénico con hambre de amor que protagonizaba la admirable Two lovers. Aquí todo oscila entre la tragedia y la comedia costumbrista y excéntrica. Y sientes curiosidad ante cómo se va a desarrollar esta historia de gente que sobrevive en el límite.

Y, cómo no, deduces que aunque pretenda ser excéntrico cine de autor las leyes del mercado aconsejaron que el vértigo se tornara romántico, que la locura activa dejara paso a la historia de amor. Huyendo de las convenciones fáciles, por supuesto. Por ejemplo, vamos a imaginar que los dos náufragos mentales pactan sobre sus divergencias y opuestos anhelos para aprender a bailar —esa cosa tan liberadora y que espanta los demonios del alma— y presentarse a un concurso. O sea, como Dirty dancing pero en plan artista y culto. Dylan y Johnny Cash se acuerdan en impagable dúo de aquella chica del país del norte que alguna vez fue su verdadero amor. Nada de horteradas al gusto masivo. Que se note que David O. Russell es un auténtico creador y que los selectivos hermanos Weinstein solo se implican en el cine inquietante y de autor.

Si el arranque es compulsivo y danzarín el desarrollo, el final es edulcorado, verbenero y previsible. El fútbol americano puede hermanar al enfermo con su siquiatra, el amor devolverá la cordura a los locos y no sé cuántas tonterías más. Es una película que contemplo durante gran parte de su metraje con expectativas, sin tener claro si me gusta o no me gusta lo que me están contando. También se me derrumba al recordarla. No me la creo. Posee algún momento brillante, interpretaciones notables y ocho candidaturas a los Oscar. Excesivas a mi juicio. Alguien ha sabido vender inmejorablemente esta florida nadería, esta excentricidad tan controlada.

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