_
_
_
_
_
CRÍTICA DE 'TABÚ'
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La ley (portuguesa) del deseo

Miguel Gomes vuelve a jugar con estructuras duales y con efectos espejo entre realidad y ficción

Al final de Aquele querido mês de agosto(2008), el director Miguel Gomes interroga a su técnico de sonido acerca de lo que parece un fenómeno sobrenatural: en algunas de las tomas rodadas, se manifiestan sonidos fantasma, pistas que no se corresponden con lo que ha capturado la imagen. Antes de llegar a ese punto, la película de Gomes ya se ha transformado en otra cosa: las tomas documentales de un equipo de rodaje, varado en el corazón de Portugal, acaban dando paso a una ficción, que funciona casi como emanación melodramática de esa realidad; un triángulo de tensiones amorosas con el tabú del incesto en uno de sus vértices.

Mar Diestro-Dópido ha definido de manera brillante el siguiente trabajo de Gomes como “una película soñada por otra”: en Tabú, el portugués vuelve a jugar con estructuras duales y con efectos espejo entre realidad y ficción —o entre distintos planos de una ficción construida como territorio provisional sobre las incontrolables aguas del deseo y el subconsciente—, pero no hay ninguna reiteración de fórmulas en esta nueva película recorrida por el melancólico y sofisticado humor del cineasta. Dividida en dos partes —Paraíso perdido y Paraíso, rodadas en 35 mm. y en 16 mm., respectivamente: el perfecto negativo del clásico de Murnau y Flaherty—, Tabú convierte la memoria mitificada del pasado colonial portugués en el territorio del deseo y la posibilidad. También en el espacio de la transgresión y la tragedia —sensacional el vínculo establecido entre un amor ilícito y el estallido de la guerra— o en la Zona Cero de la saudade del portugués contemporáneo.

TABÚ

Dirección: Miguel Gomes.

Intérpretes: Teresa Madruga, Laura Soveral, Ana Moreira, Henrique Espirito Santo, Carloto Cotta.

Género: drama. Portugal, 2012.

Duración: 118 minutos.

Esa granja en África, al lado del monte Tabú, que Gomes introduce evocando a Isak Dinesen, vendría a ser, para los personajes de la primera parte de la película, algo parecido, al menos en su funcionalidad simbólica y psicoanalítica, a lo que la isla de Perdidos fue para los personajes de esa serie de culto: Gomes encuentra la perfecta metáfora de la liberación del deseo reprimido en un cocodrilo infiltrándose en jardín ajeno.

El monólogo onírico, con carrusel de tragaperras al fondo, de la anciana ludópata es uno de los grandes momentos de un conjunto cargado de hallazgos. Tabú no se parece a nada y supone la mejor puerta de acceso al universo único de un autor que es ya insoslayable.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_