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CRÍTICA DE 'DJANGO DESENCADENADO'
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Reciclaje Tarantino

En obra de Quentin Tarantino se impone recoger materiales no considerados como productos de alta calidad, y convertirlos en verdadero arte

Javier Ocaña

Tras 20 años de carrera y ocho largos, en la obra de Quentin Tarantino se impone una palabra clave: reciclaje. O cómo recoger materiales no considerados como productos de alta calidad, aunque sí hitos de la cultura popular (o basura), y, previo paso por una concepción del cine en la que lo visual, lo musical y lo visceral se dan la mano en un conglomerado que atrapa lo puramente emocional, convertirlos en verdadero arte. Así, nunca el blaxpoitation, el kung-fu o el grindhouse lucieron tan estilizados como en Jackie Brown, Kill Bill o Death proof. Una operación que repite ahora con el spaghetti western y la torrencial Django desencadenado, título heredado de una película de Sergio Corbucci de 1966, de la que apenas recoge el tema central de su banda sonora y la inspiración para un desternillante gag sobre el Ku-Klux-Klan.

Ritmo, ingenio, banda sonora, ironía, tempo a la hora de graduar los diálogos y aderezos cómicos (¡esa carreta de dentista con la muela ondulante!) se unen en las extraordinarias dos primeras secuencias de Django desencadenado, portentos de violencia barriobajera y de insólita desvergüenza cómica que, como la secuencia inicial de Malditos bastardos, pasarán a la historia como parte de lo mejor del cine de Tarantino. Eso sí, a partir de ahí, y como le viene ocurriendo en sus últimos trabajos (no en los dos primeros, Reservoir dogs y Pulp fiction, deslumbrantes, perfectos), a Tarantino le puede un tanto la desmesura. Quizá como metáfora de esos disparos de las Smith & Wesson del siglo XIX que resquebrajan cuerpos como bazocas del XXI, las dos horas y 45 minutos de duración se antojan excesivas. Lo que unido al equivocado trazado del personaje de Samuel L. Jackson (un fantoche paródico en medio de una farsa grotesca, lo que no es lo mismo), provoca que se rebajen un tanto las prestaciones de un, por otra parte, festín visual de primera magnitud.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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