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De vidas ajenas, ¿o quizá un poco nuestras?

'Una pistola en cada mano', de Cesc Gay, está escrita con mimo, inteligencia y conocimiento de la naturaleza humana

Carlos Boyero
Javier Cámara y Alberto San Juan en un fotograma de 'Una pistola en cada mano'.
Javier Cámara y Alberto San Juan en un fotograma de 'Una pistola en cada mano'.

Como en el cine de Eric Rohmer y en el de Woody Allen, los personajes de Cesc Gay no serían concebibles sin el uso continuo de la palabra, para contar verdades, medias verdades o mentiras, para confesarse, seducir, lamentarse, sugerir, engañar, manipular, defenderse, convencer, atacar, sincerarse, trampear.

UNA PISTOLA EN CADA MANO

Dirección: Cesc Gay.

Intérpretes: Léonor Watling, Leonardo Sbaraglia, Javier Cámara, Alberto San Juan, Ricardo Darín, Luis Tosar, Eduard Fernández.

Género: Comedia. España.

Duración: 95 minutos.

Y nada de lo que dicen estos urbanitas ilustrados e instalados, con profesiones presumiblemente relacionadas con la cultura, dubitativos, ganadores o perdedores, con tendencia a la crisis permanente, tiene desperdicio. También es importante lo que callan y lo que revelan sus pequeños gestos y sus miradas, o sus silencios, aunque estos escasean, son estratégicos o sirven para reponerse de la estocada verbal que han recibido. Esto le puede salir mejor o peor (En la ciudad me parece espléndida, otras menos), pero su mundo y su estilo siempre son identificables. Igualmente, es difícil no identificarte con lo que le ocurre a su gente, aunque a veces eso te provoque el sonrojo.

Algún director lúcidamente maximalista afirmó alguna vez que lo fundamental para que una película funcione es que haya buenos actores y actrices y que estén convenientemente dirigidos. Yo sospecho que los verdaderamente grandes ni siquiera necesitan ser dirigidos. Les basta con ser como son para que te creas en estado hipnótico cualquier cosa que hagan o digan. Otros directores que alcanzaron con naturalidad el clasicismo están convencidos de que lo imprescindible es un buen guion. Admitamos que poseyendo ambas cosas, hay que ser muy tarugo para que una película naufrague.

El guion de Una pistola en cada mano está escrito con inteligencia y mimo, gracia y complejidad, con un conocimiento profundo de eso tan enfático llamado la naturaleza humana, del anverso y el reverso del personal, de lo que aparentamos y lo que somos, de la mezcla de las dos cosas. Y, cómo no, acumula un inmejorable reparto de intérpretes para hacer verosímil, sutil, inquietante y atractivo lo que nos pretende contar, sugerir, revelar.

Cesc Gay narra diversos encuentros entre parejas. La forman viejos amigos que se reencuentran casualmente y se ofrecen pistas sobre cómo les ha tratado últimamente la vida. Un matrimonio que se rompió y que pretende recomponer aquel que lo provocó al haberse quedado más solo que la una, un marido cornudo con el amante de su esposa (qué lujo de actor Ricardo Darín, cuánta química se crea en el jugoso combate dialéctico entre Luis Tosar y él), antiguos compañeros de trabajo oliendo sexo rápido, dos matrimonios amigos (el episodio que menos me interesa) revelando sus carencias o sus miserias sexuales, confirmando que nada es lo que parece. Y, por supuesto, todos estos ríos aislados conducen a un mar común, esos personajes mostrarán su relación en una secuencia final que recuerda la de En la ciudad. Y con ellas a flote, y con ellos resumiendo su situación con un tragicómico, resignado, castizo y realista: “Pues, así estamos”. Los mirones de estas vidas ajenas hemos sonreído y reído frecuentemente con sus cuitas y sus equívocos. Pero también te puede asaltar un escalofrío. Ya se sabe, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

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