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Borau mira por el retrovisor de la vida

Un libro ahonda en los misterios y las máscaras del director de ‘Furtivos’, un cineasta y escritor repleto de contradicciones, ahora retirado por su mala salud

Gregorio Belinchón
José Luis Borau, en 1978, durante la filmación de 'La sabina'.
José Luis Borau, en 1978, durante la filmación de 'La sabina'.Cortesía de pigmalión ediciones

José Luis Borau (Zaragoza, 1929) es algo... y su opuesto. Es cineasta y crítico. Rueda y da clases. Va de debutante literario y resulta uno de los grandes autores españoles de los últimos treinta años. No le interesa el cine experimental, y ha promovido la Semana de Cine Experimental de Madrid, el festival más antiguo de la capital. Tiene apariencia de abuelito y escribe a puñetazos, cortando la respiración al lector con directos literarios al estómago. Bernardo Sánchez Salas apostilla aún más: “Es español y extranjero. Es un gigante y a la vez es frágil. Borau siempre está a los dos lados. Pertenece a una generación de individuos que crean muchos individuos en su interior, que viven en un país con tantos dobleces que necesitan construirse multitud de caretas para sobrevivir”. Sánchez Salas es uno de los amigos más jóvenes del cineasta y el último estudioso en acercarse a su obra: hoy se presenta el libro Borau. La vida no da para más, editado por Pigmalión en su colección Lumière en una edición en la que colaboran la Fundación Autor de la SGAE y el Festival de Cine Experimental de Madrid.

Borau no se ha adaptado al libro, sino que el libro, por obra y gracia del tiempo y de la creatividad volcánica del entrevistado, deviene en miscelánea que intenta retratar a Borau. Escrito hace cinco años, según ha ido pasando el tiempo ha ido recibiendo capas de cebolla, nuevas adendas que completen el listado vertiginoso de labores de Borau. “El tiempo hizo su trabajo”, cuenta Sánchez. “La vida no da para más’ es una frase suya que le define perfectamente porque encierra una mentira. Borau dice esto, se queda a gusto, y sin embargo sigue dando más. Ha vivido muchas vidas; hay muchos boraus. Él, que tanto ha frecuentado la metáfora de la orilla, es un contraste continuo”. Preside la Academia del Cine y la SGAE, escribe, dirige, produce, organiza festivales, edita libros, entra en la Academia de la Lengua, se rompe la cadera en un escalón del museo Reina Sofía porque pertenece a su patronato... “En otros países se da mucho esta figura, en que es tan importante su labor pedagógica como la creativa. En España, no”, explica Sánchez. Borau no tiene herederos, pero es que él tampoco hereda de nadie. “Puede transmitirse lo que cuenta, pero no habrá nadie que pueda conectar con su interior. Es un tipo pensativo, hijo único, que crece con el cine, alguien obligado desde niño a hacerse sus propios filmes”.

El mejor ejemplo es que picotea en muchos géneros, y haciendo algo tan español como Furtivos (1975), había debutado con un western —Brandy (1964)— y disfruta de Estados Unidos, donde rueda Río abajo (1979): “De Los Ángeles [la ciudad que más le atrae de EE UU] me gusta lo que la gente detesta. Como que no se parecía a nada, ni a Nueva York, porque Nueva York recuerda mucho a Europa”.

El libro se centra principalmente en su labor desde 1990 hasta hoy, pero no desdeña una mirada a su infancia, a la búsqueda de un Rosebud que desentrañe la complejidad del personaje. Como cuenta en las páginas, “en el sótano de su casa hay más cajas que las mencionadas 560, hay más cajas que en el almacén de Xanadú (Borau, por cierto, podría ser a la vez Kane y Thompson; él mismo y quien lo busca). Miles de cajas puede haber, con todo dentro, diseminado en fotos, documentos, epístolas, recortes, libros… lo que va depositándose en la orilla de la ribera de Borau. O quizás se trata de la ciudad —y el almacén de Kane era una ciudad— que Borau quiso siempre fundar”. El cineasta asegura que su vida es un buñuelo de viento, que no hay nada en su interior, probablemente para espantar moscones. Aunque cuando recibe en 2007 el I Premio al Cine y los Valores Sociales declara: “Nunca he recibido un premio por ser un chico bueno, que no lo soy”; “Estoy entre el absurdo y el pánico”, y “Ser querido es vivir en la antesala de la gloria”. Aquí paz y después ídem.

Taquillas y muebles

Entre las contradiciones de José Luis Borau está el haber estrenado uno de los grandes éxitos de taquilla (Furtivos vendió casi cuatro millones de entradas) y que sus dos últimas películas, Niño nadie y Leo —calificadas como obras maestras por la crítica—, no tengan más que 70.000 espectadores. "Yo lo reduzco todo a cine. Incluso cuando leo un libro, lo reduzco también a cine. Y cuando voy por la vida. Y cuando viajo. Siempre pienso: pues esta casa, para una película… Este tipo de balcones… pues aquí podría vivir no sé quién". De ese reducismo de la vida al cine crece otras de sus pasiones: los muebles que salen en películas: "He pensado hacer un artículo con las camas del cine español […]. Por ejemplo, una cama que querían traer para Tata mía es la de Segundo López [el filme de Ana Mariscal de 1952]. ¡Es que me conozco los muebles del cine español!". Otra prueba de esa extraña pasión: en la misma Tata mía (1986) saca unas cortinas usadas en Calle mayor (1956), de Juan Antonio Bardem.

Eso sí, rascando, rascando aparece su pasión por Guillermo Brown. “En la familia inglesa de Guillermo Brown, el niño zaragozano reconocía —salvando distancias y circunstancias— reflejos de su propia cotidianeidad pero intervenida oportunamente por la travesura incesante de Guillermo. Y eso era lo que producía un inmenso regocijo, la pequeña e íntima venganza del ‘mundo de los mayores’, un mundo del que siempre se sintió preso”, cuenta en el libro Sánchez. En un momento dado, el aragonés suelta: “Yo siempre he hecho las travesuras que se me han ocurrido. No creo que se me haya quedado ninguna en el bolsillo”. Por ejemplo, confiesa sus triunfos en 1956 en la ruleta del casino de Pau (Francia), hasta que el pánico le puede: no tiene pasaporte. “También me dio un poco de miedo aquel tipo de vida y lo dejé. Si hubiera seguido por ahí igual lo hubiera perdido todo. Ahora voy a un sitio donde hay casino y ni entro ni nada”.

Así pues La vida no da para más no es frase de mal augurio. Sánchez habló con él en verano. “Su salud le impide salir a la calle o dar entrevistas. Y claro que le cabrea. Pero el enfado le mantiene ágil, le anima. La cabeza de Borau es un motor continuo, y se crece en el fastidio vital”.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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