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Contra el olvido de María Blanchard

Una exposición en el Reina Sofía y reciente documentación inédita nos acercan a la figura de la enigmática pintora

Retrato de María Blanchard, de Tora Vega Holmström
Retrato de María Blanchard, de Tora Vega HolmströmGalleri Claes Moser (Suecia)

"Permíteme estar celosa”, así se despide María Blanchard de su amigo, el pintor André Lhote en una carta que le escribe, en vísperas de un viaje que este último iba a realizar con el poeta Jules Supervielle a España. Siete años antes la artista había abandonado su país para no regresar nunca más. Al cobijo de la tradición de libertad moral e intelectual que ofrecía París, Blanchard añoraba su tierra, a pesar del recuerdo amargo de una España cruel, en la que las beatonas se santiguaban a su paso y los supersticiosos pasaban los boletos de lotería por su jorobada espalda, a pesar de esa España reaccionaria que siempre le negó la expresión de su pintura. “Tienes que ver bailar a los auténticos gitanos, son diferentes a los españoles. En Madrid vete al teatro a ver bailar a la Imperio, o cualquier otra cosa del mismo estilo. La Imperio es la verdadera cantante española, la clásica. En Sevilla vete a ver a La Niña de los Peines si todavía existe…”, escribe en esa carta.

Mucho tiempo ha tenido que pasar desde su muerte en 1932, para que Blanchard obtuviera el reconocimiento que se merece dentro del mundo de la pintura. Estos días, el Museo Reina Sofía de Madrid rescata del olvido a esta extraordinaria pintora —que, entre otras cosas, fue la mujer más relevante del cubismo— con la más importante exposición dedicada a la totalidad de su obra.

A pesar de los esfuerzos realizados en los últimos años, la biografía de esta gran artista sigue estando cuajada de lagunas. La documentación inédita que se conserva de André Lhote, su amigo y protector, y que custodia una sobrina del pintor en París, ayuda a descubrir aspectos hasta ahora desconocidos de la vida de esta artista, nacida en Santander en 1881. Nació jorobada. Hasta ahora, la mayoría de sus biógrafos atribuían esta desgracia a una caída de su madre estando embarazada. Hoy sabemos que la cifoescoliosis que sufría fue causada por una alteración cromosómica. Padeció la triste infancia y adolescencia de quien se sabe irremediablemente condenada por la naturaleza. Arropada bajo el espíritu romántico y emprendedor de su padre, quien la encarriló por el camino de la pintura, abandonó el muy ramplón panorama artístico santanderino y marchó a Madrid a formarse como pintora. Pero Madrid también se le quedó pequeño a esta diminuta mujer de grandes horizontes. Fue gracias a su éxito en la Exposición Nacional de Bellas Artes en 1908 por lo que consiguió una beca para marcharse a París. Fue allí, en la capital francesa, donde Blanchard comenzó a romper corsés estilísticos y adentrarse en el fauvismo. De nuevo en Madrid, donde le sorprendió la Primera Guerra Mundial, participó en la exposición Los pintores íntegros, en la que la artista muestra por primera vez obras de un incipiente cubismo. Esta muestra fue vapuleada por crítica y público.

Fue en 1916 cuando María Blanchard abandonó definitivamente España, cambiando la seguridad de una cátedra de dibujo en la Escuela Normal de Salamanca y la protección de una familia bien situada por un frío y destartalado estudio en el cosmopolita barrio de Montparnasse. Desde allí pudo observar las amargas despedidas de cientos de soldados que partían al frente. Ella había vuelto a París también para combatir, pero en otra lucha. Su combate estaba en las trincheras de la vanguardia artística. Ese mismo año comienza su colaboración con Léonce Rosenberg, director de la galería L’Effort Moderne, que acoge lo más destacado del movimiento cubista. Su obra también se verá colgada en el Salon d’Antin, junto a consagrados como Matisse y Derain y otros por consagrar como Modigliani o Léger. En esta exposición se pudo contemplar por primera vez el cuadro icono de la modernidad: Las señoritas de Avignon, de Picasso.

El primer encuentro entre la pintora y André Lhote debió de ocurrir por estas fechas. Él practicaba también el cubismo y ejercía la crítica. La primera mención que aparece sobre la artista en el diario que minuciosamente redactaba Lhote data del 1 de abril de 1917, sobre el banquete celebrado en su honor en Montparnasse. A partir de entonces, Lhote se convertirá en una figura clave en la vida de la pintora. No solo será su fiel amigo, sino también su protector. Su correspondencia deja ver una gran amistad llena de complicidad, pero también de turbulencias. “Eran dos personalidades muy temperamentales y coléricas, pero su amistad era sincera, recíproca y entusiasta”, dice Dominique Martin Berman, quien custodia el archivo del pintor.

Cuando las condiciones de vida en la capital francesa se hicieron prácticamente imposibles debido el avance de la guerra, la pintora se instaló en la casa de campo que Lhote tenía en Étréchy. Las cartas que la artista escribe desde allí, fechadas en 1918, desvelan su apego por París. “Me da pena haber dejado a mis amigos y mi querido París. No tengo miedo, pero estoy muy, muy triste, pero comprendo que con mi salud, y viviendo sola en París, si los acontecimientos empeoran más, yo voy a sufrir muchísimo y es mucho más prudente salir de París…”. En otra de sus cartas a Marguerite Hayet, mujer de Lhote, llega al dramatismo al describir sus dolores. “Hace tres días que estoy en cama, tres días de desesperación, lo veo todo negro; sufro unas terribles neuralgias que no me dejan descansar ni de día ni de noche. Si van a durar mucho, no voy a tener otro remedio que irme al hospital o suicidarme. Un abrazo, María la triste”.

Con el armisticio se reanudará la actividad artística parisiense y un año después la pintora colgará su primera exposición individual en L’Effort Moderne. Pero su suerte dura poco, pues Rosenberg decide rescindir su contrato. Será entonces cuando la artista empiece a elaborar una galería de personajes trágicos y ensimismados, rodeados de soledad y de vacío. Lhote, conmovido por la fuerza de estos rostros, le pone en contacto con el marchante, el dentista Girardin. “Llamé a Girardin para avisarle de que era el momento de descubrir esta maravilla… María no cabe en sí de gozo. Habría que conseguir sacar unos 1.000 francos al mes para ella”, escribe Lhote a su mujer en 1920.

Su obra estuvo colgada en el Salon d’Antin, donde se expuso por primera vez ‘Las señoritas de Avignon’, de Picasso

“Esta mañana tuvo lugar el encuentro Girardin-María… Uno no puede quedarse indiferente ante este oficio asombroso y lo que sugieren estos rostros trágicos. Girardin quería llevarse enseguida dos cuadros, pero intervine para decirle que me parecía que era mejor que primero María encontrase la calma para poder trabajar con toda la energía posible. Él sabía por mí de la miseria en la que se encontraba María y me dio dinero para entregárselo a ella mientras tanto...”. “Girardin ha ofrecido a María un trato que la pone entre la espada y la pared. He pasado toda la mañana rehaciendo una carta que ella le dirige pidiendo una mejora de condiciones. ¡Mira que es tonta en materia de negocios!”.

Será nuevamente la influencia de Lhote la que proporcione a Blanchard el gran éxito de su vida en el Salon des Indépendants. Lhote forzará a Girardin a enviar obra de la pintora al salón. Allí, el rostro atormentado de La communiante surge como una revelación, conmocionando tanto a la crítica como a sus colegas. También fue su introductor en 1923 en el grupo de marchantes belgas Ceux de Demain, quienes desde entonces la procurarán un alivio económico.

Pero no todo era fácil y amistoso en esa relación. La pintora era capaz de pasar de la amistad más exaltada al más profundo de los rencores. Así lo manifiesta en una carta, sin fecha, que escribe a su amiga Anne Martin, al descubrir que esta era la amante de Lhote. “Ah, te ha arrastrado al fango. Desde el sábado estoy encolerizada. Dile a André que le prohíbo hablar de mí o de mi pintura para ganarse tus favores”. A partir de 1926, la relación entre los dos amigos estaba ya totalmente resquebrajada, como lo demuestra una carta que escribe el marchante belga Jean Delgouffre a André Lhote: “Sé que no quieres que hablemos de María, y eso se me hace difícil. Creí durante mucho tiempo que todo esto podría arreglarse, pero he visto pasar y pasar los meses y me doy cuenta de que vuestros puntos de vista son irreconciliables. Hace un año era para mí un placer hablar contigo de María. Constato hoy día que ella tampoco quiere hablar de ti, así que no me queda más remedio que acatar sus deseos. Estoy triste, ya que me habías enseñado a amar a María, a amar su obra. Hubiera dado cualquier cosa porque esto no sucediese”.

Esto no impedirá a Lothe seguir escribiendo sobre la pintora. “María murió el 5 de abril de 1932. Su desaparición no dejará en el mundo parisiense un vacío importante. Los artistas de gran clase parten normalmente sin hacer demasiado ruido. Para echarles en falta habría antes que haber sentido su presencia. ¿Quién si no, salvo diez pintores y algunos raros amateurs y un joven marchante, tomó en cuenta la pintura de esta criatura extraordinaria?”.

Gloria Crespo es la directora del documental 26, Rue du Départ. Érase una vez en París, sobre la vida de la pintora.

María Blanchard. Exposición en el Museo Reina Sofía de Madrid. Del 17 de octubre al 25 de febrero de 2013.

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