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Menos dinero, más Sitges

El certamen de cine fantástico, que empezó ayer, aumenta sus proyecciones y sus actos a pesar de que sufrir un recorte en su presupuesto de un 5%

Toni García
José Coronado y Hugo Silva, en una imagen de 'El cuerpo'.
José Coronado y Hugo Silva, en una imagen de 'El cuerpo'.

El festival de cine fantástico y de terror de Sitges arrancó ayer su 45ª edición con la película española El cuerpo, protagonizada por una habitual de este certamen, la actriz Belén Rueda, y por José Coronado. El filme, ópera prima de Oriol Pauló, guionista de Los ojos de Julia, cuenta la historia de la extraña desaparición de un cadáver y la investigación posterior del suceso y es una de las películas made in Spain más esperadas del año.

En los siguientes nueve días (hasta el 14 de octubre) el mejor cine de género visitará este festival, considerado el más importante en su sector desde hace más de dos décadas. Y eso a pesar de un recorte cercano al 5% en su presupuesto (algo habitual en el mundo de la cultura, considerada por algunos en estos tiempos como un sucedáneo) que a cualquier otro evento le hubiera supuesto un serio contratiempo y que a este en concreto parece haberle espoleado: más películas, más proyecciones, más Sitges. Sin duda tiene que ver el hecho de contar con uno de los públicos más fieles del país, capaces de comprar 18.000 entradas anticipadas (un 16% más que el año pasado) o de hacer larguísimas colas para tragarse un maratón zombi a la una de la mañana. En ellos reside el espíritu de un festival tan reconocible para la comunidad cinéfila como el yelmo de Darth Vader o la espada de Conan y que presume de una salud de hierro impensable para tiempos tan convulsos como los que corren.

Este año el certamen viene lleno a rebosar de esos que en pocos años serán reconocidos como filmes de culto. Empezando por Looper, el título encargado de clausurar el festival y que demuestra que Rian Johnson (su director) va para figura y siguiendo por The cabin in the woods, una maravillosa reflexión sobre los mecanismos del terror que empieza donde todos los demás filmes acostumbran a acabar. En medio se podrán ver películas tan notables como Robot & Frank, otra prueba del —inacabable— talento de Frank Langella, esta vez con un criado mecánico que le servirá de cómplice en un plan tan delirante que resulta memorable.

También —cómo no— estarán los consabidos ejemplos del denominado foundfootage y que consiste en documentalizar la trama (en fondo y forma) para hacerla más cercana y, obviamente, más verosímil. La cosa empezó con El proyecto de la bruja de Blair, y ahí sigue, más poderoso que nunca, con ejemplos tan brillantes como Monstruoso. Esta vez el asunto promete porque se proyectan seguidas (en horario intempestivo, no apto para seres humanos o periodistas que deseen seguir la sección oficial) The bay y V/H/S. La primera es una historia con virus y mucha textura amarillenta, al estilo de The crazies (versión Romero) y la segunda es el bombazo del año: una película de cinco episodios sobre unos ladronzuelos que se proponen robar en una mansión y en el intento se topan con unas cintas de video. Al ponerlas en el reproductor se encuentran con una desagradable sorpresa. El proyecto aglutina varios nombres de la nueva oleada autoral del terror estadounidense y especialmente el de Ti West, director amado y odiado a partes iguales y enfant terrible del cine de género al otro lado del Atlántico como ya demostró con The house of devil y —especialmente— con The innkeepers.

En las callejuelas del festival, esas secciones a las que es más difícil acceder por una simple cuestión de compatibilidades, no hay que perderse el magnífico documental Room 237, sobre el rodaje de El resplandor, el clásico de Stanley Kubrick desde una perspectiva distinta, que analiza las teorías sobre la película, y que —la verdad sea dicha— merecen un visionado. Por supuesto, no podía faltar el cupo español, personalizado en la ya mencionada El cuerpo, y también en Insensibles con ese actorazo llamado Juan Diego, en El bosc (nueva película de Oscar Aibar, realizador muy apreciado en este certamen) o en Invasor, de Daniel Calparsoro.

Además, el recital de cine asiático habitual, los cortos, las sesiones —muchas— de despiporre y el sentido del humor que recorre la columna vertebral de este festival, muy alejado de los ceremoniosos protocolos de otros eventos que aún con menos enjundia parecen caminar sobre las aguas. Sitges, un evento de los grandes que se disfraza —cuando conviene— de roedor, ha esquivado las pisadas de los de arriba gracias a una audiencia grande, sabia y educada, jóvenes que conocen perfectamente el género y que saben lo que van a ver incluso antes de que el mandamás del certamen lo anuncie. Contra eso no hay recortes que valgan.

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