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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La humanidad del gran pirata financiero

Jarecki nos habla de un tiburón financiero cuyo imperio se puede desmoronar y elige a Richard Gere para que lo interprete

Carlos Boyero
Susan Sarandon y Richard Gere en el Festival de Cine de San Sebastián.
Susan Sarandon y Richard Gere en el Festival de Cine de San Sebastián.STRINGER (AFP)

Hace calor pegajoso, húmedo y tormentoso en San Sebastián, una ciudad tan hermosa que te invita permanentemente a estar en la calle, en la que supone un pecado guarecerse en el hotel aunque veas y escuches el mar desde tu habitación. Pero ya no tengo ni edad ni espíritu para que las inclemencias del tiempo me machaquen a cambio de disfrutar del paisaje. O sea que espero pacientemente en mi refugio a que llegue la noche para ir a cenar, algo que constituye uno de los placeres ancestrales en una ciudad que se empeña en mimar sin prisas y sin pausas al paladar y al estómago.

Lo hago en un restaurante excelente, de toda la vida, rústico, enemistado con las cargantes tendencias y la sofisticación pretenciosa. La conversación con el amigo que estoy cenando es muy grata, pero durante unos segundos este percibe que mi mirada y mi cabeza se han ausentado. La culpa es de una señora que atraviesa el restaurante buscando la salida. Es de estatura media, no lleva maquillaje o es muy leve, usa calzado plano, su edad hace tiempo que cruzó el otoño. Pero la encuentro guapísima, todo en ella desprende hipnosis y estilo. Aunque la visión es muy breve hay algo en ella que me resulta familiar. “¿De qué conozco yo a esta dama?”, me pregunto. Mi memoria tarda un minuto en resolver el enigma. Llevo cuarenta y cinco años en su compañía, enamorado de su arte y de su persona a través de una pantalla. Se llama Susan Sarandon. Es una actriz inmensa, estoy seguro de que también posee una notable inteligencia, todo en ella resulta atrayente, ha sido, es y será una estrella en el sentido más profundo y perdurable hasta el día que la palme.

Encontrarse fuera de focos a mujer tan fascinante no va a ser una exótica casualidad en esta edición del festival de San Sebastian. Su director, José Luis Rebordinos, alguien dotado de una energía proteica, honradez, imaginación y esa virtud tan infrecuente denominada buen rollo, se ha propuesto también ejercer de mago, conseguir que en los tiempos tan duros que una corte de delincuentes legalizados nos han obligado a malvivir, con un presupuesto que consecuentemente cada vez está más limitado para montar festejos cinematográficos, lograr que un montón de grandes personalidades del cine se acerquen a San Sebastián. Con el pastón que ello implica. Lo ha logrado mediante el posibilismo, negociando con las productoras y distribuidoras para que ellas financien la presencia de esa estrellas que vienen a promocionar el lanzamiento de sus películas, repartiendo honoríficos premios Donostia a diestra y siniestra para justificar la llegada de actores y actrices tan populares.

La lista apabulla. Van a visitar el festival gente con tanto magnetismo para esa cosa tan subvalorada por los cretinos con ínfulas intelectuales y llamada público como Susan Sarandon, Richard Gere, Tommy Lee Jones, Dustin Hoffman, Ewan McGregor, Benicio del Toro, Javier Bardem, Penélope Cruz, Jean Rochefort, Claudia Cardinale, John Travolta, Isabelle Huppert, Ben Affleck y Catherine Deneuve. Ya sé que este desfile de vanidades le resultará superfluo a los críticos rigurosos, vanguardistas y honestos cuya idea del orgasmo es darse un atracón de cine asiático y de autores especializados en propuestas radicales, pero no tengo dudas de que está alborozada la gente que pasa por taquilla y los periodistas que tienen la obligación durante el festival de informar diariamente a lectores, oyentes y telespectadores sobre personajes cinematográficos que despierten generalizada atención. Así de injusta, epidérmica y embrutecedora es la vida, supuestos colegas.

El fraude, la película que ha inaugurado el festival, es la estimable ópera prima de Nicholas Jarecki, un escritor cuya obra desconozco y hermano de Andrew Jarecki, autor de aquel estremecedor documental sobre una familia acusada de pederastia y titulado Capturing the Friedmans. Jarecki nos habla de un tiburón financiero cuyo imperio se puede desmoronar. Y no comete el error de retratar a este tipo con cuernos y rabo, con la imagen demoniaca de los depredadores económicos que tanto nos consuela a sus víctimas. Elige a Richard Gere para que lo interprete, a un antiguo sex-symbol que todavía mantiene su apostura y su elegancia, además de su credibilidad y de dotar de complejidad a sus personajes.

Jarecki está hablando de la gran corrupción, pero eso no implica que el que la encarna nos parezca un monstruo. Puede ser muy humano, querer un montón a su esposa, a sus amantes, a sus hijos y a sus nietos, preocuparse por el presente y el futuro del problemático hijo de su antiguo chófer, sentirse acorralado por la mala suerte, soportar una presión excesiva, tratar con respeto a sus empleados, ser invadido por el pánico ante la posibilidad del derrumbe de su vida afectiva y profesional, poseer contradicciones.

Este profesional de la amoralidad alberga sentimientos, incertidumbres y miedos, es listísimo y también encantador sin tener que hacer demasiado esfuerzo. Jarecki nos muestra el anverso y el reverso de su personalidad, sus luces y sus sombras. Esa ausencia de maniqueísmo hace su película más inquietante. Qué miedo saber que todo está en venta, que los grandes delincuentes quedarán siempre impunes, que los fraudes ejercidos desde el poder están legitimados. Jarecki no intenta manipular ni hacer trampas. Cuenta bien la historia y la cierra consecuentemente. No es una obra maestra, pero sí una película muy digna, con un agradecible equilibrio entre la calidad y la comercialidad.

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