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Nuevo cine mexicano, más premios que espectadores

Una generación de cineastas se abre paso pese a las dificultades de exhibición en su país

Bernardo Marín
Everardo Gout y Tenoch Huerta en la última entrega de los Ariel.
Everardo Gout y Tenoch Huerta en la última entrega de los Ariel.

Hace siete años el cineasta mexicano Everardo Gout supo que iba a ser papá. Y decidió hacer un largometraje para demostrar a su futura hija quién era su padre y qué llevaba dentro. Gout tenía entonces 30 años y dedicó cinco a investigar y a escribir el guion de una historia áspera sobre el secuestro en México pero también sobre la condición humana, la empatía y el amor. Filmó en los lugares más peligrosos del país, sin que al equipo le robaran ni una cartera, e infiltró a un actor, Tenoch Huerta, en una academia de policía para que interiorizara su papel de agente. El resultado, Días de Gracia, fue ovacionada en Cannes y ganó ocho premios Ariel, los Oscar mexicanos. Pero pese a ese reconocimiento la película pasó casi desapercibida para el gran público de su país: cuando se anunciaron las candidaturas de los Ariel, la cinta tenía más nominaciones que salas donde se estuviera exhibiendo.

Su caso no es único. Una nueva generación de realizadores ha tomado el testigo de los archirreconocidos Alejandro González Inárritu, Guillermo del Toro y Alfonso Cuarón y está abriendo brecha con sus primeros trabajos. Los Ariel también reconocieron este año a Pastorela, segundo largometraje de Emilio Portes -siete galardones, entre ellos mejor película y director- y a El lugar más pequeño, de la debutante Tatiana Huezo, mejor documental. En estos días, No quiero dormir sola, ópera prima de Natalia Beristáin, ha sido ovacionada en Venecia, donde el año pasado se estrenó con buenas críticas El lenguaje de los machetes, de Kyzza Terrazas. Pero, en todos los casos, igual que sucedió con la película de Gout, ese aplauso académico y en ocasiones internacional se escucha con mucha menor fuerza en México, donde las cintas apenas duran una semana en cartel.

Los jóvenes cineastas coinciden en que el problema está en la distribución y exhibición. Cinco días sin Nora, primera película de Mariana Chenillo se estrenó en más de 14 países, como EE UU, Argentina, Brasil o Suiza. “Y en casi todos estuvo más tiempo en cartelera que aquí”, cuenta la directora, “porque no hay acceso suficiente a las pantallas ni a las cadenas de distribución y la difusión digital no está bien definida”. Para Terrazas, el problema es que las exhibidoras “se rigen por las reglas del mercado voraz”. Su película fue retirada de la mayoría de salas en unos días o relegada a horarios absurdos en aquellas donde, siguiendo una norma no escrita, conceden dos semanas de gracia a las óperas primas. A Gout le pasó igual: “Cuando estrenas te metes al ring. El que haga más taquilla se queda y el que no, en una semana, chao”.

¿Será entonces que a los mexicanos no les gusta el cine de su país? Los nuevos directores no lo creen. Pero coinciden en que, sobre todo para los debutantes, el boca a boca es clave, que en unos días no da tiempo a que circulen las recomendaciones y perciben cierta “competencia desleal” de algunos filmes extranjeros. “Avengers se gastó solo en promoción en México, más que todo el presupuesto de mi película así que cuando se estrenó ocupó en algunos complejos 12 de las 16 salas ¿Dónde encajamos ahí el cine nacional?”, se pregunta el director de Días de Gracia. Gout recuerda que la demanda del público permitió que su película se reestrenara en varias cadenas, pero como solo tenía Twitter y Facebook para promocionarse, el resultado fue el mismo: “Cuando la gente se enteró de que la volvían a poner, ya la estaban quitando”.

Con todos estos problemas, los números hablan de una nueva explosión del cine mexicano. Durante los 90 el número de largometrajes producidos en el país se derrumbó hasta las nueve de 1997. Pero se ha multiplicado por ocho en diez años (14 en 2002, 111 en 2011, de ellos 48 óperas primas), según el Instituto Mexicano de Cinematografía. “Hay mucha gente con ganas de hacer cine… y lo hacen pero el fenómeno va más allá de nuestra realidad y tiene que ver con la globalización e internet”, comenta Terrazas. Chenillo destaca otro factor: “La tecnología y un mayor acceso a la cámara y a la producción”. Los nuevos realizadores parten de temáticas muy distintas. ¿Qué les une? Mariana Linares, periodista especializada en cine, apunta a una experiencia similar: “Muchos han empezado de chavillos, haciendo cine de otra forma: autodidactas, de asistentes, realizando cortometrajes, trabajando en festivales”. Para Fernanda Solórzano, crítica de Letras Libres, la clave está en la relación con su país: “Hasta los 80 todo giraba alrededor de la idea de México como identidad. Luego pasó a ser solo un escenario. Y ahora el país vuelve a ser motivo, pero con una mirada crítica. Eso es interesante pero supone un tope, porque las autoridades no quieren esa imagen fuera”.

Esas temáticas “tristes” pueden ser además un obstáculo para la financiación. Los directores mexicanos cuentan con una potente herramienta para obtener dinero: un incentivo fiscal que permite a las empresas dar hasta 20 millones de pesos (1,2 millones de euros) por película y hasta el 10% de sus impuestos al cine. La industria obtiene de esta forma 500 millones de pesos al año (30 millones de euros). Pero este mecanismo puede ser contraproducente. “El riesgo es la autocensura”, explica Solórzano. “Hay guiones ñoños y complacientes financiados por empresas. Las compañías que tienen dinero son conservadoras, no quieren vincular su imagen a películas rudas. Y algo parecido sucede con algunas coproducciones con los Gobiernos de los Estados: el resultado es una promoción turística con arrecifes de coral”.

Internet amenaza la industria de cine pero, por fuerza, también debe ser parte de la solución. “Estos jóvenes deben moverse también en otros medios, en otras salas… las descargas son imparables ¿Por qué no hacerlo rentable? Hay que ganarle la carrera a la piratería pero no pelear con ella, porque no vas a poder”, opina Solórzano. A la crítica de Letras Libres se le pasó ver en el cine una película mexicana premiada internacionalmente. Algo comprensible porque apenas estuvo una semana en cartel. Y tampoco está en dvd. Así que solo le queda llamar al director para conseguir una copia. “A veces es la única forma que tenemos de verlas”, concluye.

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Sobre la firma

Bernardo Marín
Redactor jefe en la Unidad de Edición de EL PAÍS. Ha sido subdirector de las ediciones digital e impresa, redactor jefe de Tecnología, director de la revista Retina, y jefe de redacción en México, donde coordinó el lanzamiento de la edición América. Es profesor de la Escuela de Periodismo de EL PAÍS y autor del libro 'La tiranía del clic'.

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