_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Chavela Imán

Juan Cruz

Como las islas para Lezama, como la belleza para Nabokov. Como el abismo para los suicidas o como el sueño para los enamorados. Chavela era un imán. Había gente que recorría el mundo tras el paradero de su voz, e iba a verla rasgar el aire con el sonido sensual de sus abrazos rotos. Fue famosa y luego no fue, hasta que de nuevo cayó en la cuenta de la vida y se la bebió a tragos largos y libres. Algunos la conocieron cuando renegó de Costa Rica y se hizo, en México, la dueña de una cueva a la que iban los enamorados a saber qué les pasaba por dentro. Conocí el efecto que hacía ese imán que ejercía Chavela sobre los que la habían conocido hace más de treinta años, cuando ella era miserable pero pura cantando en aquella cueva mexicana. Muchos años después, en Madrid, uno de aquellos devotos que habían tocado a Chavela en la plenitud de su voz preguntó en un bar nocturno:

--¿Vive Chavela? ¿Sabes quién es Chavela?

El cronista sabía que ella estaba en Madrid, que la había traído Manuel Arroyo, el editor que transfiguró la carrera de la cantante en Europa y en México. Pero era tal la pasión de la historia que aquel hombre, el editor Peter Mayer, entonces presidente de Penguin en el mundo, que el cronista se guardó la información como una sorpresa para Mayer. Arroyo confirmó esa misma noche, sí, Chavela está en casa, trae mañana a Peter.

Chavela era grande y huesuda, su voz tenía las tonalidades de un guante guardando un papel de lija. Mayer la escuchó en la cueva de México cuando él estaba enamorado de una mujer que ya era una relación del pasado. El Imán Chavela los había ungido para ser cómplices de una voz aunque el enamoramiento se rasgara como en las canciones. Así que reencontrarse con ella era como reconstruir un episodio sentimental que se había quedado en el aire. De modo que su sueño de encontrarse con ella era perfectamente serio.

Sin avisarle de que la vería, el cronista llevó al editor a la casa de Arroyo, el mediodía de un domingo. Ella fue la que abrió la puerta, y sólo puedo decir que desde entonces ya Peter Mayer jamás dejó de ir, durante algunos años, a los conciertos que ella dio cerca de donde él estuviera. Al primero, en Bruselas, fue con aquella novia alemana. Ayer él estaba en Rusia. Dijo: “Era grande, tuvo cuatro vidas, y a mi me alegró la mía”.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_