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'IN MEMORIAM'

Ajustar las cuentas

Esther Tusquets forma parte del lujo cultural por múltiples razones: culturales, literarias y hasta rasamente cívicas

Jordi Gracia

No es fácil hallar la medida del lujo cultural, pero Esther Tusquets está dentro de ese cupo por múltiples razones, incluidas las más banales (lo cual es otro lujo más). Pero sobre todo lo está por razones culturales, literarias y hasta rasamente cívicas. En los últimos tiempos asoció su imagen, porque ella lo quiso así, a la memorialista con desparpajo y deslenguada, atrevida en la confidencia propia y la ajena, y a menudo tocada con una suerte de jocosa irresponsabilidad. Cuando uno titula un libro suyo como Confesiones de una vieja dama indigna (2009) ha desplazado el sentido de la dignidad a un lugar muy lejano a la medida vulgar de la ciudadanía.

Esther Tusquets escribió contra su propia clase, tan siniestra como antigua

Pero la primera sorpresa había venido con un título más directo y explícito que luego entendimos como una primera prueba o un experimento un tanto inseguro. Eran otras confidencias, pero estas escritas por alguien que había estado en la sala de máquinas de la edición literaria de la democracia desde el minuto cero (es decir, desde mucho antes de la muerte de Franco).

Sus Confesiones de una editora poco mentirosa son del año 2005, cuando la edición literaria española había vivido ya unas sacudidas salvajes y Lumen empezaba a ser otra Lumen. Pero ella hablaba del pasado heroico, cuando Carlos Barral era un capitán de goleta vanidoso e histriónico (y el mejor editor literario de nuevo cuño, o sea su inventor) y por eso no hay exceso en la palabra heroísmo. Entre 1968 y 1969 no fueron Jorge Herralde o Beatriz de Moura o Salvador Pániker editores heroicos porque saliesen del arrabal social de la cultura y pugnasen fieramente por ascender escalones de prestigio a lo Pijoaparte. Venían de la burguesía liberal, culta y con dinero, pero el heroísmo lo pusieron en dirección a la subversión del orden pazguato, mezquino, reprimido y recutre de la mentalidad franquista en que nacieron. Esther Tusquets fue uno de ellos, o una de ellos, o una de ellas, y asoció su editorial a la selva más refrescante de la narrativa europea modernista y posmodernista con la ayuda de algún profesor cargado de resentimiento, pero también de buenas lecturas (como Antonio Vilanova). De esa mezcla salió la colección Palabra en el Tiempo para publicar a Samuel Beckett, a Virginia Woolf, a Kafka, a Hermann Broch, a Hannah Arendt y su Eichmann en Jerusalén o al gran Umberto Eco en versión ensayista pop -con su semiótica o con sus diarios mínimos- o en camuflaje de novelista posmoderno desde El nombre de la rosa.

Ajustó cuentas con toda su vida sin cargar las tintas

Ya sé que parece que estos maestros deberían haber estado ahí desde siempre, pero no estaban ahí desde siempre: se los inventaron estos jóvenes editores burgueses a la carrera contra su propia clase porque su propia clase era tan siniestra como antigua. Y Esther Tusquets dejó retratos de ella impagables, aunque para muchos fuesen el pan de cada día o demasiado conocidos por puras razones de pertenencia y proximidad. Pero el resto del planeta hispánico no había vivido los algodones y los veraneos y las mansiones y las mentiras civilizadas que relata sin peladillas ni encaje de punto la escritora en Habíamos ganado la guerra (2007). El título es otra declaración de guerra al pasado, la clase y la familia, porque en el fondo eso había sido también su obra de novelista desde muy atrás, desde 30 años atrás, cuando la editora se desdobló en narradora e hizo crujir la sensibilidad culta con un libro otra vez de heterodoxia y vanguardia moral. El mismo mar de todos los veranos es nada menos que de 1978 sencillamente porque ese manuscrito era impublicable apenas dos o tres años atrás. Sin piedad anduvo como narradora por los complejos, los bloqueos emocionales, las represiones sexuales de una muchacha recién salida de la juventud para contar la contradicción entre una formación nacional-católica y burguesa y su descubrimiento del mundo civil y laico -amoroso, homosexual, heterosexual, desafiante- del futuro.

Esther Tusquets ajustó cuentas toda su vida sin cargar las tintas. Lo hizo contra el pasado más muermo a través de la editorial, contra el pasado embustero a través de la literatura autobiográfica, y contra sí misma y sus peores fantasmas con la novela propiamente dicha, incluido el combate contra la madre como madre de todas las guerras, o simplemente contra las madres sin más. La suya está detrás de uno de los libros más valientes de una escritora valiente, pero tituló el libro con la discreción de no ser más que una Correspondencia privada (2001).

Jordi Gracia es catedrático de Literatura en la Universidad de Barcelona.

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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