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Un espectáculo total

Madonna muestra su inteligencia, feminidad y elegancia en un ‘show’ bailable y espectacular en el primero de sus dos conciertos en el Sant Jordi

Foto: atlas | Vídeo: CARLES RIBAS / ATLAS

Cuando el griterío del público arreciaba por la más de media hora de tardanza, se apagaron las luces del Sant Jordi. Unas campanadas marcaban el inicio del espectáculo, protagonizado por un enorme botafumeiro movido por monjes con hábitos escarlata. Una cruz con las iniciales de Madonna presidía la escena, mientras otros tres religiosos emergían del escenario representando entonar unos salmos. Solo faltaba un cura de verdad. Pero en su lugar apareció ella, lo contrario de un religioso. Girl gone wild atronó el recinto marcando la pulsión rítmica apropiada para que Madonna, negro total, pantalones ajustados, melena rubia y tacones, diese los primeros pasos. De fondo, para mantener el toque espiritual ante tanta procacidad —bailarines con torso desnudo moviéndose como para seducir a una novicia—, la nave de una catedral. Eran los primeros instantes del primero de los dos conciertos de Madonna en Barcelona, únicas paradas de su gira mundial en España. Una gira más en la que espiritualidad, carnalidad, elegancia y música se hermanaron bajo la melena de la que aún puede considerarse la ambición rubia.

El primero de los cuatro bloques del espectáculo noqueó, como luego los demás, por abundancia de estímulos. En Revolver la musa rubia bailó en el provocador que con forma triangular hendía la platea donde el público, atronado, gritaba. En la siguiente pieza una habitación emergió del escenario y en ella, Madonna y un bailarín simularon una discusión que ella zanjó descerrajándole un tiro. La pieza, claro, era Gang bang. En Papa don’t preach el cromatismo oscuro de las pantallas enmarcó una cruz; en Hung up Madonna y el cuerpo de baile hicieron equilibrios en unas cintas, mientras que en I don’t give A la estrella se ciñó una guitarra y la meneó en la punta del escenario, para acabar con imágenes de cementerio propias de una portada de Joy Division en Best friend / Hearbeat. Aire, por favor.

Madonna no perdió el resuello corriendo y saltando como en Sticky & sweet tour. En esta gira se muestra como una mujer que se resiste a dejar atrás sus atractivos pero no cae en demostraciones antinaturales de vigor o erotismo.

En el arranque de la segunda parte, vestida de animadora, con músicos colgados del techo como marionetas, meneó el trasero, pero la cosa no pasó de simpático gesto picante. En Turn up the radio, ya sin disfraz,reapareció la rockera, guitarra en ristre, brazo en alto, falda modosita por encima de la rodilla. Plataformas retráctiles hacían aparecer y desaparecer bailarines, aunque los tres miembros de Kalakan, todo y no ser de Bilbao, aparecieron por donde quisieron, desde detrás del escenario en una plataforma móvil. Ese fue el momento Sabino Arana de la noche. Madonna, con txapela puesta no como en Astigarraga sino como en la Quinta Avenida, cantó con el trío de percusión vasco al que presentó debidamente. En un momento de máximo esplendor euskaldún, Kalakan cantaron en euskera mientras sonaba la txalaparta. Mejor promoción de Euskadi ni el Guggenheim. Luego, ya en inglés, Madonna dijo eso de que estamos aquí para ser felices y formar una sola alma y todo eso que se dice para trascender la frivolidad. Por cierto, la alocución fue para presentar una balada, “es muy caliente” dijo en un castellano de Tijuana. No se sabe si caliente quería decir aburrida, pero podría ser, Masterpiece es un tostón de cuidado.

La ambición rubia, con la 'txapela' puesta, cantó con el trío vasco Kalakan

Hablando de música, que la hubo también, Madonna se mostró como lo que es, una artista extremadamente inteligente. Interpretó ocho piezas de su último disco siempre sabiamente alternadas con exitazos. Así tras Masterpiece sonó Justify my love y luego Vogue. Sonido house bailable con bajos tan gruesos y carnales que parecían columnas salomónicas retorciéndose con los compases de la pieza. Un no parar, un sindiós de imágenes, volteretas, plataformas que iban y venían, luces y preciosos motivos en las pantallas seguían comiéndose el tiempo. Sin apenas mirar el reloj ya había pasado más de una hora de espectáculo.

Madonna es más lista que nadie, pidió protagonismo con Candy song mientras el escenario se llenaban de sudorosos torsos desnudos. A partir de aquí el acelerón final. No hubo pecho ni bragas, Barcelona no es Estambul ni Roma, esta es una ciudad normal donde eso se ve por la calle, mandaron las coreografías más bien reposadas y una espectacularidad siempre elegante. Con Like a prayer y Celebration acabó un concierto muy entretenido en el que Madonna mandó. Está en forma. Tanto que no precisa demostrarlo.

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