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OBTUARIO

Roger Garaudy, teórico de múltiples conversiones

Vehemente estalinista en sus inicios, terminó abrazando el islam y fue condenado por negar el Holocausto

José María Ridao
El filósofo francés Roger Garaudy, en 1998.
El filósofo francés Roger Garaudy, en 1998. SANTIAGO CARREGUI

El miércoles fallecía en Chennevières-sur-Marne, suburbio de París, Roger Garaudy (Marsella, 1913). Con él desaparece otro de los grandes intelectuales franceses que, como Sartre, Aaron, Foucault o Levi-Strauss, marcaron la segunda mitad del siglo XX. Fueron ellos, y muchos otros, quienes llegaron a configurar un modelo de escritor que desde Francia se extendió al resto del mundo y cuya vocación se proponía al mismo tiempo señalar los grandes asuntos que debían ocupar la atención pública y fijar las distintas posiciones en torno a ellos. Salvo excepciones cuya grandeza no ha hecho sino acrecentarse con el tiempo, hoy se les reprocha, y con razón, el feroz dogmatismo que guió el grueso de sus reflexiones y el carácter monstruoso de no pocas de las ideas que defendieron. No se les suele reconocer, en cambio, que lograron situar y mantener la discusión pública en un terreno que la actual crisis ha sepultado bajo el peso de otras disciplinas.

Para los intelectuales entre los que se contaba Garaudy, la economía, la disciplina del momento, no debía ocupar sino ese segundo plano que reivindicaba Keynes calificándola como ciencia modesta; lo importante e inexcusable era pronunciarse sobre filosofía, sobre moral, sobre política, aquellos saberes cuyo desprecio e ignorancia muchas voces recientes consideran el origen de la catástrofe que parece abatirse de nuevo sobre los países más prósperos y que ha sumido a sus ciudadanos en el miedo, la rabia y la confusión.

Garaudy comenzó su carrera académica e intelectual como especialista en Hegel, pero desde su más temprana juventud buscó conciliar el saber teórico con la actividad política. Su militancia en el Partido Comunista se inicia en 1933 y solo acaba con su traumática expulsión casi cuatro décadas más tarde, en 1970, acusado de una heterodoxia incompatible con el marxismo. En su larga trayectoria de militancia política, fue desde resistente y prisionero de guerra hasta miembro de la Asamblea francesa y senador.

Hasta los momentos previos a su expulsión del partido, Garaudy encarnó el papel de irreprochable intelectual orgánico y fue considerado como uno de los más destacados ideólogos de la izquierda francesa. Defendió el estalinismo hasta los años cincuenta con la misma vehemencia con la que, a partir de 1968, comprometido con la revolución estudiantil y opuesto a la invasión de Checoslovaquia, emprendería la crítica de ese periodo de la historia soviética, aunque sin renunciar nunca a sus convicciones de socialista y de internacionalista. Fuera ya del partido comunista, daría el primero de los súbitos virajes ideológicos que marcarían el final de su vida, convirtiéndose al catolicismo. En 1982, abandona el catolicismo, abraza el islam y se erige en uno de los más firmes defensores de la causa palestina. La publicación de Los mitos fundadores de la política israelí, en 1995, en el que defendió tesis negacionistas del Holocausto, le valió ser procesado y condenado por la justicia francesa a una multa y a seis meses de prisión, que no llegó a cumplir.

El ilustrado francés Etiènne de la Boétie analizó en Discurso de la servidumbre voluntaria la tendencia de algunos filósofos a no abandonar una causa absoluta sino por otra igualmente absoluta. “Cambian la corona de lugar”, escribió de la Boétie, “pero no la destruyen”. Garaudy fue seguramente uno de ellos, también ajustándose en esto a la trayectoria de grandes intelectuales franceses con los que simpatizó o polemizó. En 1989 publicó un volumen de memorias, Mi vuelta al siglo en solitario. El título resume con precisión quién fue y qué hizo Roger Garaudy, de lo que también dejan precisa constancia sus páginas: a punto de llegar a centenario cuando le sorprendió la muerte esta misma semana, el siglo XX fue sin duda el suyo y, sin duda también, llegó a ser un filósofo singular, solitario, que abrazó causas que para la mayoría resultaban irreconciliables

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