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CRÍTICA: 'GIRIMUNHO'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El remolino de la vida

Un fotograma de 'Girimunho'
Un fotograma de 'Girimunho'

"Ni nacemos, ni morimos. Ni somos viejos, ni jóvenes. Sólo vivimos”, dice Bastu, la octogenaria que protagoniza, interpretándose a sí misma, Girimunho, primer largometraje de ficción de Clarissa Campilina y Helvécio Marins Jr., tándem de cineastas formados en el campo del documental que indagan aquí en las intersecciones entre lo real y lo imaginado. En la frase que cierra la película cristaliza la sabiduría vital que articula esta visión de la existencia en un pueblo de la región de Minas Gerais como limbo fuera del tiempo, donde se diluyen las fronteras entre la vida y la muerte, se propone el diálogo intergeneracional y se reivindica una manera de estar en el mundo regida por la aceptación del azar y la contrariedad y por una serenidad que parece tener muy poco que ver con el estoicismo.

Girimunho

Dirección: Clarissa Campilina y Helvécio Marins jr.
Intérpretes: Maria Sebastian Martins Alvaro, Luciane Soares da Silva, Wanderson Soares da Silva, Maria da Conceiçao Gomes de Moura.
Género: Drama. Brasil-España-Alemania, 2011.
Duración: 90 minutos.

Clarissa Campilina y Helvético Marins Jr. han construido su ficción partiendo de la personalidad y las experiencias y recuerdos de su reparo no profesional, que asume sus roles sin ninguna distancia entre su identidad real y los personajes que encarnan como destilación de sí mismos. La construcción dramática juega a ser invisible, aunque cierta tendencia al gesto estético hace que la mirada de los cineastas se interponga entre el espectador y este grupo de personajes del Sertao brasileño que juegan a ser ellos mismos, en sus propias casas, entregados a sus propias inercias cotidianas, sin que el relato parezca imponerles ningún golpe de efecto dramático, ninguna conclusión posible más allá de esos puntos suspensivos que se erigen en perfecta metáfora del incesante fluir de la vida.

En Girimunho, una anciana enviuda y asume con tranquilidad que el fantasma de su difunto esposo regrese a su taller para seguir trabajando. Un futuro profesional fuera del Sertao planea, por otro lado, sobre la separación anunciada de dos jóvenes hermanas que tienen que seguir velando por su abuela. Ninguna de esas líneas narrativas se afirma como argumento, del mismo modo que los ecos que emanan de un objeto en apariencia incongruente en ese entorno —un revólver— insinúan, pero no definen algo sobre el pasado de los personajes. La película no es del todo impermeable a ciertas claves de ese nuevo cine contemplativo más empeñado en capturar —y adensar— el tiempo que en domesticarlo para contar una historia. La propuesta podría mantener ciertos vínculos de parentesco con Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas (2010), de Apichatpong Weerasethakul y Le quattro volte (2010), de Michelangelo Frammartino, pero no consigue afirmar una identidad tan distintiva y poderosa, quizá respondiendo a un puro gesto de coherencia entre forma y fondo.

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