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El eslabón perdido de la guitarra de jazz

La publicación de unas importantes grabaciones inéditas de la leyenda de las seis cuerdas Wes Montgomery agita el género

Iker Seisdedos
Wes Montgomery en el Essex House Hotel, Indianapolis, en 1959
Wes Montgomery en el Essex House Hotel, Indianapolis, en 1959Duncan Schiedt

El pulgar de Wes Montgomery trepaba octava arriba y abajo por las cuerdas de su guitarra con tal rapidez e indolente elegancia que en apenas una década logró dejar una huella indeleble en la historia del jazz moderno. Cuando al fin consiguió que alguien en Nueva York (Orrin Keepnews, de Riverside Records) reparara en su asombroso estilo, un gran río bebop con afluentes del viejo blues del sur y de la destreza del maestro Charlie Christian, este muchachote de Indiana ya había cumplido los 34 años, edad ciertamente avanzada para el sector demográfico de las leyendas del jazz de los cincuenta y sesenta. Al morir en 1968 de un ataque al corazón, casi nada se conocía del músico previo a aquel histórico The incredible jazz guitar of Wes Montgomery, salvo un par de discos en el sello de la costa oeste Pacific Jazz, uno de ellos muy apropiadamente titulado Fingerpickin’: su técnica a las seis cuerdas siempre recordó a la de la recogida de algodón.

La reciente publicación de Echoes of Indiana Avenue (Distrijazz), un descubrimiento en toda regla de grabaciones registradas en su ciudad natal en algún punto incierto de 1957 o 1958, ha venido a llenar una importante laguna para aficionados y estudiosos. Zev Feldman, productor del disco, se mostraba recientemente al teléfono tan orgulloso del resultado sonoro como de las circunstancias del hallazgo, del estudio que acompaña a la grabación en un libreto profusamente documentado y de la sensación de haber hecho historia del género desde su humilde condición de aficionado.

Feldman trabaja para Resonance, un sello de Los Ángeles que no es una compañía al uso sino una fundación, el afán benefactor del en tiempos ingeniero de Roy Ayers o James Brown, George Klabin. Dedicados a la difusión de la actualidad del “minusvalorado” jazz del sur de California, Klabin y Feldman diversificaron su negocio hace un par de años con la búsqueda de material “crucial” para la historia del género, que nunca hubiera sido editado anteriormente. La primera joya del catálogo llegó en 2010: un concierto inédito del trompetista Freddie Hubbard. Y entonces entraron estas cintas de Montgomery.

Aparecieron en ese desván universal que es la página de subastas cibernéticas eBay. “[El productor] Michael Cuscuna nos avisó de que se había puesto a la venta un guitarrista, un tal Jim Greeninger, que las poseía desde 1990”, recuerda Feldman. Pese a que se desconocía su existencia, rápidamente quedó claro que el estilo de aquel virtuoso no podía ser sino el de Wes Montgomery.

Tampoco se dudó de la importancia del hallazgo: no es solo que el legado del instrumentista sea exiguo con respecto a la producción de otros nombres claves del jazz, es que su arte tomó tal deriva comercial tras fichar por el sello Verve en 1965 que, a oídos de algunos aficionados, buena parte de su discografía carece de interés. En sus notas a la edición, el propio Cuscuna, uno de los productores más respetados del negocio, lo corrobora: “Existen tantas grabaciones flotando por el universo en estos tiempos que corren, que no me habría inmutado con la noticia de no ser porque el protagonista era Wes Montgomery. De todos los gigantes del jazz de los cincuenta y sesenta, de ninguno existen menos registros que de él”.

“Realicé tres viajes en los siguientes dos años a Indiana”, explica Feldman. Allí descubrió la avenida que da título al disco, centro de operaciones de nuestro hombre y de otros jazzmen y corazón de “la comunidad afroamericana de aquel tiempo en la ciudad”. También dio con la familia del músico, que le proporcionó un montón de fotografías inéditas (aquí reproducidas), así como dos valiosos textos que acompañan al CD (y a su lujosa versión en vinilo) y vienen firmados por los hermanos de Wes, el bajista Monk (1921–1982) y el pianista Buddy (1930-2009), con los que el guitarrista formó trío estable en los años dorados.

También resultó clave la figura del Doctor David Barker, músico y pedagogo de la Universidad de Indiana. “Di con él buscando a gente que lo hubiera frecuentado en aquellos tiempos previos a su primer contrato discográfico, porque lo que parece claro es que estas grabaciones se hicieron con idea de ser enseñadas para obtener uno”, continúa Feldman. Cuando escuchó las grabaciones, un menú formado por standards, temas funkies y baladas, cuya variedad refuerza la idea de que fue cocinado para demostrar versatilidad a un potencial empleador, los resortes de la memoria de Barker se pusieron en marcha y fue identificando a cada uno de los miembros de las tres formaciones que se escuchan en las cintas. Salvo a uno: el bajista que participa en la primera y en la cuarta toma.

George Klabin, prodigioso ingeniero de jazz desde sus tiempos universitarios, dio al conjunto un acabado asombroso, capaz de hacer trascender el material de la simple maqueta a la categoría de grabación histórica.

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.

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