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Breves verdades

El pensamiento fragmentario reverdece en castellano con novedades editoriales que cuestionan el desánimo social y político

S. T. (dos pares de zapatos), medidas variables, 1993, de Eva Lootz.
S. T. (dos pares de zapatos), medidas variables, 1993, de Eva Lootz.

Ciertos hombres prefieren creer que fingimos los orgasmos”. Erika Martínez ha entonado en Lenguaraz, en Pre-Textos, un hasta aquí hemos llegado. Esa función de tope, de límite y trinchera, es precisamente la que cumplen los aforismos, un género híbrido entre la poesía, el pensamiento y la ciencia que en los últimos meses vive un reverdecer en lengua castellana. En el caso de Martínez, investigadora sobre literatura hispanoamericana contemporánea en la Universidad de la Sorbona, los aforismos, a fuer de poéticos, funcionan también de manera política: “El aforismo sabe que los clichés morales están en las antípodas de la libertad. Quizá un nuevo motor del aforismo pueda ser el activismo ciudadano y su avidez de eslóganes: necesitamos ideas rotundas, capaces de alcanzar la máxima profundidad posible dentro del mínimo espacio, capaces de prender la chispa de una acción transformadora”.

Esa fuerza contagiosa fue una de las señas de identidad del Mayo francés y también, con la ayuda de Internet, del Mayo español (el 15-M). El aforismo transforma la realidad porque delimita y define, al igual que las fronteras. Es una tierra de nadie donde no solo termina un territorio, sino que comienza otro. En el contexto de urgencia y velocidad en el que nos movemos, el aforismo funciona como una puerta de grueso cristal contra la que uno choca a la carrera. Ese golpe es una conminación a pararse (y atreverse) a pensar; a mirar alrededor y ver un territorio si no nuevo, sí al margen. Con independencia de su contenido, esa exigencia moral de un alto, de una pausa en esta alocada marcha, es común a todo aforismo.

“El que va lento, llega tarde; el que va despacio, a su hora”, escribe Andrés Trapiello en Hemeroflexia, el blog en el que a menudo vuelca máximas y observaciones. Trapiello, valedor de la noción de aforismo como punta del iceberg de un sistema filosófico, está conforme con la idea de que este género sirve también para tomar aire, como hacen los delfines. Una subida a la superficie para, acto seguido, volver a sumergirse en el marasmo. “La aceleración que ha provocado Internet ha promovido ese género. Pero esto no nos puede hacer olvidar que el aforismo nunca es un atajo ni una ocurrencia ni una improvisación. Detesto las ocurrencias del momento. Puede ser un relámpago pero no puede ser una bengala. Internet lo favorece, pero hay que saber distinguir unas cosas de otras. El aforismo es consecuencia de un pensamiento, no es producto del azar, no es un tropiezo. Son contagiosos y eso explica que haya tanta proliferación en la Red”.

Los aforismos de Trapiello, algunos inéditos y otros decantados de sus diarios, serán publicados próximamente en la granadina Cuadernos del Vigía, que dirige el también aforista Miguel Ángel Arcas. En esa misma colección —a cargo, por cierto, de Erika Martínez— ha visto la luz Tirar de la cuerda, una selección de aforismos involuntarios del filósofo Fernando Savater. “Me encantan los aforismos, pero no sé escribirlos (…). Yo soy más argumentativo. Tal vez sea un defecto de profesor: creo que siempre hay algo que aclarar”, se disculpaba el pensador en una entrevista en EL PAÍS el pasado mes de marzo. El encargado de extraer los aforismos del corpus savateriano ha sido el escritor —y aforista confeso— Andrés Neuman. Al igual que los buscadores de oro, por el cedazo del equipo de Miguel Ángel Arcas pasará en breve también la obra del poeta Carlos Marzal. “En un texto de filosofía o poesía hay incrustados aforismos involuntarios. Forman parte de otro texto pero tienen autonomía. Significan. Aparecen como una gema”, señala Arcas.

Es un género que no solo prescribe realidades morales, sino que también tiene pretensiones descriptivas

Por ese mismo método, ese “trabajo de extracción”, acaba de llegar a las librerías Pura lógica, de Benjamín Prado. En este caso ha sido el poeta e investigador Julio César Galán el encargado de extraer de cuadernos de notas, artículos, novelas y ensayos, perlas no cultivadas, como esta: “Todo lo vertical amenaza ruina”.

Además de la vertiente política y filosófica del aforismo, su aspiración científica es innegable (no en vano el primer autor de una obra llamada Aforismos fue el médico Hipócrates y en ella describía síntomas de enfermedades). Es pues un género que no solo prescribe realidades morales, sino que tiene pretensiones descriptivas. Un buen aforismo se parece a un juicio sintético de Kant, afirma algo sobre algo, busca ampliar el campo de lo conocido. Esa es la intención del físico Jorge Wagensberg en Más árboles que ramas, que acaba de salir y que constituye otro síntoma del auge del género.

La eclosión actual de esta forma literaria no se debe solo a Internet, también al modo de vida urbano y a las servidumbres laborales y familiares. No hay tiempo, por eso el lector busca contenidos que se adapten a una nueva “estrategia de lectura”, en palabras de Andrés Neuman. Arcas ahonda en esta idea: “La lectura de aforismos genera una especie de isla interior donde lo escrito se expande (…). Podemos decir que un aforismo se construye entre dos, se hace verdadero con su lector”. La voz de alarma contra la banalización proviene de Trapiello: “Nos estamos acostumbrando a leer de pie; pero el pensamiento más aristocrático nace de poder estar acostados. Hay cosas que duran más de dos minutos, y si la gente se acostumbra a no leer o escuchar más de dos minutos, entonces se impacientará pronto”.

Del presocrático Heráclito —pasando, entre otros, por Marco Aurelio, Petrarca, Erasmo, Karl Kraus, Cioran y Elias Canetti— hasta llegar a los tuits (mensajes en la red social Twitter) del mexicano Juan Villoro o del colombiano Héctor Abad Faciolince, el poeta y editor José Luis Gallero es un testigo de excepción del milenario relato de lo breve. Lleva dos décadas elaborando una historia del pensamiento fragmentario; su primer volumen es Heráclito: fragmentos e interpretaciones (Árdora). Gallero prepara un programa de radio para la emisora online www.elestadomental.com, una revista cultural con vocación experimental. Según este editor, otra explicación para el auge aforístico es la necesidad de cubrir un déficit, pero no el que tanto preocupa a Angela Merkel, sino uno moral, “el de la quiebra ética generalizada a la que asistimos aquí y ahora”.

Su eclosión no se debe solo a la Red, también al modo de vida urbano y a las servidumbres laborales y familiares

Para su debut en las ondas del ciberespacio, Gallero ha elegido al alemán Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799): “Es a la vez un soñador y un científico. Por un lado, representa la culminación del siglo XVII, con maestros de la talla de Gracián, La Rochefoucauld, Pascal o La Bruyère; por otro, anticipa a Schopenhauer y Nietzsche. Cierto que cabría decir lo mismo de algunos contemporáneos suyos como Goethe, Chamfort o Joubert, pero Lichtenberg posee una entonación especial: su libro, que no es en realidad sino un cuaderno de notas, estaba expresamente dirigido a la posteridad, y por ello lo mantuvo voluntariamente inédito hasta su muerte”.

“Lo de morirme lo dejaré para cuando no haya más remedio”, parece responder desde el fondo de la sala Savater. Con la muerte culmina la descripción de uno mismo. Es la gran delimitación, la defunción como definición; aquello que hace que esos extraños autores consagrados al aforismo se tiñan de un existencialismo avant la lettre, algo que comparten con los poetas. “Entiendo la poesía y el aforismo como hermanos. Los dos surgen como expresión de un estado, como indagación del yo ante el mundo; una forma individual de mirar la realidad, de descubrir lo insólito de lo evidente”, señala Arcas, quien en otoño publicará, esta vez como autor, Más realidad (Pre-Textos).

Erika Martínez cree que esta última floración se debe a algo que le está sucediendo a la poesía en castellano: “Quizá el reciente fin de siglo ha dado una mayor pulsión fragmentaria y filosófica a nuestra lírica. Y eso, de alguna manera, parece haber acercado a los poetas al aforismo”. A través de una especie de poema, Carlos Edmundo de Ory (1923-2010) reflexiona sobre su propia producción aforística, Los aerolitos, editados por Calambur el año pasado: “Nietzsche los llama: sentencias y dardos / Novalis los llama: polen / Baudelaire los llama: cohetes / Joubert: pensamientos, Cioran: pensamientos estrangulados, y Andréi Siniaski: pensamientos repentinos / Rozanov: hojas caídas y René Char: hojas de Hypnos / Malcolm de Chazal: sentido-plástico, y Louis Scutenaire: inscripciones / Antonio Porchia los llama: voces, y yo aerolitos”. El árbol del pensamiento breve en castellano ha vivido otras floraciones: Baltasar Gracián, Antonio Machado, Gómez de la Serna, Bergamín… Y entre los vivos, Sánchez Ferlosio, Cristóbal Serra, Ramón Andrés, Rafael Argullol, Jordi Doce, Lorenzo Oliván… —Trapiello se queda con Juan Ramón Jiménez (“uno de los grandes de Europa”), de cuyos Aforismos preparó una selección en 2007 (La Veleta, Editorial Comares)—. Gallero añade a esta nómina no exhaustiva al colombiano Nicolás Gómez Dávila (Atalanta editó en 2009 sus Escolios para un texto implícito) y las Voces reunidas (Pre-Textos, 2006) del argentino Antonio Porchia.

Un género pujante, mestizo y apátrida como muchos de sus más eminentes cultivadores. De ahí el aforismo, en forma de pregunta, que deja en el aire Erika Martínez: “Una larga convalecencia engendra novelistas. La proximidad de una catástrofe, poetas. ¿De qué agujero salen los aforistas”.

Lenguaraz (aforismos). Erika Martínez. Pre-Textos. Valencia, 2011. 84 páginas. 12 euros. Tirar de la cuerda. Fernando Savater. Selección de Andrés Neuman. Cuadernos del Vigía. Granada, 2012. 104 páginas. 16 euros. Pura lógica (500 aforismos). Benjamín Prado. Hiperión. Madrid, 2012. 114 páginas. Más árboles que ramas. 1116 aforismos para navegar por la realidad. Jorge Wagensberg. Tusquets. Barcelona, 2012. 264 páginas. 18 euros.

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