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Antony Hegarty: “No hay forma de redimir a la Iglesia”

El niño transgénero creció hasta convertirse en artista de referencia. Con su grupo, Antony and the Johnsons, creó escuela Clama contra la Iglesia, el capitalismo y la humillación que están sufriendo las mujeres y el planeta

Jesús Ruiz Mantilla
Antony Hegarty
Antony HegartyRoberto Frankenberg

Delicado y enorme, como una especie de oso panda tamaño natural, Antony Hegarty une a esa esencia hipersensible, inadaptada de su mundo y sus canciones, algún rugido. En la corta distancia, frente a un café y una botella de agua con gas, se enciende. Si uno le menta a la Iglesia o ciertos patrones políticos, se calienta más que ese planeta que siente en peligro hasta adoptar un discurso claro, combativo, radical.

Antony Hegarty es un músico especial. Su consagración con Antony and the Johnsons como uno de los artistas más influyentes del mundo entre minorías enteradas le convierten en una especie de fenómeno de culto. Y eso con solo cuatro discos con títulos venerados, como I am a bird now o The crying light, que ya son clásicos.

Afirma haber nacido persona transgénero. Ni hombre ni mujer. Un espacio intermedio, un lugar único que Hegarty reivindica para mirar el mundo. Obsesionado por la ecología, en cruzada contra la opresión religiosa, amante de la vida y su paraíso, la Tierra, este artista difícil de clasificar ha sido una de las estrellas participantes en Vida y muerte de Marina Abramovic en el Teatro Real. Su primera incursión en el mundo de la ópera junto a la propia Abramovic, el actor Willem Defoe y el director de escena Bob Wilson, ha dado que hablar. ¿Ópera o transópera? Esa es la cuestión…

No me extraña verles a usted y a Bob Wilson haciendo algo en común, con el permiso de Marina Abramovic. Les une un concepto: lentitud. No en el sentido que pueda tener un peatón…

No, más en un sentido filosófico, de quietud. Sí, creo que en mí la quietud aparece después de haberme adentrado en el butoh, la técnica de danza japonesa creada a partir de Hiroshima y Nagasaki, que te da otra dimensión, muy cercana al surrealismo, sobre el paso del tiempo. Empiezas a interesarte por conceptos como la suspensión; no se trata de crear espacios estáticos, sino reflejar cierta tensión en esa quietud.

Es que dentro de esa paz existe la tensión. Ocurren cosas. Al menos en la imaginación de quien lo contempla. O quizá, más bien, esperas que ocurran cosas. Bueno, la idea tiene que ver con la búsqueda de un lugar en el que te sientas seguro para que emerjan cosas. Esa fue precisamente la motivación o el estado que busqué para hacer mi disco The crying light. Una especie de círculo con un guardián que podía pisar o saltar hacia la luz. Igual que los animales salen de sus guaridas en el bosque cuando encuentran esa paz, esa tranquilidad. A un creador le ocurre lo mismo.

Ya, pero en usted y en Wilson, esa paz propicia para la creación también es tensa. Bueno, en mi caso es la búsqueda de una energía agitada también. Quizá sea cierto eso de la tensión. En mí, sobre todo en las canciones más primerizas. Pero no sé si queda algo más de aquello. Tiendo a ser menos dramático.

Hay canciones suyas que buscan ese dramatismo y que han sido de sus éxitos mayores, como ‘Hope there’s someone’. Para mí es mucho más meditativa.

Desesperada la veo yo. Es la búsqueda de ese agujero donde desarrollar mi espacio creativo, entre la luz y ninguna parte, un lugar soñado.

¿Es allí donde busca su identidad? ¿Mi identidad? ¿Por qué?

Porque es uno de los grandes asuntos de nuestro tiempo. Su éxito, creo yo, se debe, entre otras cosas, a esa exploración de nuevas identidades. No lo tengo muy claro.Para mí, la identidad es algo que me atañe en comparación con lo que me rodea, pero no por mí. Mi relación con la naturaleza, eso me desvela. La identidad, el género, me interesa en cuanto a denunciar el sometimiento que han sufrido las mujeres en el mundo y cómo eso ha impactado o influido en nuestro desarrollo.

Fascinante, sin duda. El mundo sería distinto, siempre y cuando esas mujeres no fueran Margaret Thatcher o Angela Merkel… Todo el mundo dice eso, y Sarah Palin y demás, no se puede generalizar, desde luego. Se pueden abordar realidades concretas, eso, sometimientos, humillaciones, distintas sensibilidades, aspectos cívicos, políticos, visiones económicas, pero no podemos pensar que ciertos modelos como esos que mencionas representen la realidad de todo. Esas mujeres asumen papeles patriarcales en sus formas de entender el mundo. Yo me refiero a sistemas, hablo desde una perspectiva más amplia, como una persona transgénero que ha podido experimentarlo y sentirlo de una manera especial.

¿Cómo? Como seres biológicos, estamos predeterminados a comportarnos de maneras diversas, nuestros cuerpos guían nuestra sensibilidad.Existen aspectos biológicos tan determinantes que sorprenderían a la gente. El comportamiento tan diferente de las mujeres o los hombres en el trabajo o los niños y las niñas en el colegio está tan determinado por nuestro sexo que alucinaríamos. Luego aparecen las superestructuras, que también nos marcan, a un nivel espiritual, religioso, ideológico. El concepto de Dios. Aspectos de las superestructuras que nos reprimen aún más. Esas obsesiones en el apocalipsis, ese empeño en colapsarlo todo para desarrollar un nuevo paraíso. ¿Por qué la gente se empeñará en morir y buscar otros paraísos más allá de esta Tierra, cuando el mundo potencialmente puede serlo, y la naturaleza, una magnífica representación del mismo? Son lavados de cerebro, alucinaciones con ideas sobredimensionadas de un dios que nos ofrecen solo una salida y una esperanza en la muerte. ¿Para qué sirve todo eso? Son comecocos con paradigmas de chalados que van en contra de la naturaleza. El otro día fui a El Escorial. Las representaciones sobre la naturaleza versan acerca de los peligros a los que esta nos expone, y entonces te das cuenta de que la cristiandad lo que ha hecho desde el principio es armar un discurso para separar al hombre de la naturaleza. Y después, de paso, alejarlo de toda fuente o vinculación con la feminidad.

La maldita manzana del demonio. Ja. Como si hubiéramos nacido todos de un dios padre y no de una diosa madre. Es un crimen. Ese divorcio entre el hombre y la naturaleza que ha operado tanto en las superestructuras nos ha llevado a que surjan sujetos tan insensibles a todo que por avaricia han creado un colapso económico. No hay lugar para nuestro desarrollo natural dentro del capitalismo. Y toda esa basura colabora entre sí para demostrárnoslo, cuando lo realmente apocalíptico es que el calentamiento global aumenta.

Hablando de estructuras y superestructuras, se me revela usted como un marxista en el método de pensamiento. ¿No se lo han dicho? No tengo ni idea de lo que me está hablando, no sé nada de marxismo.

Yo le aviso. No me importa, a mí lo que me interesa es hablar de esas cosas y llegar a un punto, por ejemplo, en el que a las mujeres se les deje desarrollar su sensibilidad para la política y la vida en aspectos mucho más radicales, más comprometidos. Nos iría mucho mejor. Especialmente si son mayores. ¿Qué ocurriría si las relaciones entre el islam y Occidente estuvieran regidas por mujeres? Todo sería diferente. Pues eso es mucho más imposible y poco factible que el colapso al que realmente asistimos. ¿No es absurdo?

Ya, gracias a Angela Merkel, entre otras. Que da lo mismo, que hablo de sistemas, no de personas concretas. Insisto, debemos tender a sensibilidades más femeninas para solucionar nuestros problemas; ya sé que es idealista, que es utópico, pero ¿qué se supone que debo hacer? ¡Soy un artista! ¡Mi deber es soñar! Vamos a necesitar un pacto para intercambiar papeles. Un pacto que va a requerir una gran humildad por parte de los hombres y un gran sentido de fuerza por parte de las mujeres. Esa actitud hará que los hombres aprecien la belleza en un sentido desconocido, será una nueva era en la que abracen valores diferentes y una fortaleza en las mujeres de la que no éramos conscientes porque nunca dejamos que floreciera.

Y usted, como un ser transgénero, ¿cómo se ve en este mundo? ¿Qué es eso? ¿Transgénero? No sé si existe una definición para ello. Solo le digo que no me siento pleno como hombre.

¿Ni como una mujer? Estoy cómodo entre ambos géneros y ahí busco una especie de espacio separado, de soberanía. Quienes nos sentimos de esta manera tenemos un camino claro en la vida. Es el resultado de haber nacido así.

¿Nacido? Desde luego. Pues como haber nacido con ojos azules o marrones.

Pero ¿qué es? ¿Un concepto, un sentimiento? Digamos que principalmente es un sentimiento. Un sentimiento que tiene que ver con tu lugar en el mundo, algo que empieza a perfilarse en el entorno familiar. La gente tiende a pensar que la identidad gay o la transexual es una cuestión adulta, que viene tras el descubrimiento del sexo, pero en mi caso surgió desde la infancia, enseguida se fue manifestando a medida que buscaba mi lugar en la familia.

¿Conflictivamente? No mucho, interiormente. Estaban mi padre, mi madre, mis hermanos y después yo, en medio, como un transgénero entre todos ellos.

¿Cuándo fue eso? No fui muy consciente. De todo eso vas enterándote a medida que creces y encuentras las referencias para articularlo. Pero cuanto más tiempo transcurre, más seguro estoy de que era un transniño. No es raro, suele surgir uno en cada familia. Es parte de la naturaleza. En otras culturas se les venera porque ofrecen una perspectiva única sobre las cosas.

¿Y su sensibilidad era especial? Cuando empieza a ser consciente de su singularidad, ¿cómo se maneja? Bueno, depende del entorno cultural. En mi caso no fue excesivamente traumático, un término medio.

Su educación fue católica. Eso pesa. Ya, pero dejó de influirme pronto; hacia los 12 años o así me convertí en la oveja negra en ese aspecto. Me di cuenta de que no pertenecía al rebaño.

¿En qué sentido? Bueno, el catolicismo tiene sus aspectos interesantes. Pero el caso es que no confío en las religiones que basan su fuerza en hombres o profetas, han tenido suficientes oportunidades para demostrarnos que su propuesta de reino espiritual flaquea. Ha llegado el momento de que se dé paso a las mujeres como guías espirituales. He llegado a la tolerancia cero en cuanto a los guías espirituales masculinos. En eso me encuentro muy radicalizado, extremo, ni la mayoría de mujeres que conozco piensan como yo en ese tema. Pero como transpersona debo serlo.

¿En qué sentido radical? Pues en el sentido de estar encantado si un día el Dalai Lama anuncia que en su próxima reencarnación será una niña. Entonces empezará a interesarme el budismo.

O que el Papa sea una mujer… Por supuesto, pero incluso en eso la Iglesia católica necesita mucha más ayuda que una nueva Papa mujer. Si la Iglesia cambiara los roles entre Dios padre y la Virgen, me interesaría. Pero es que no me voy ni a preocupar por eso, son una causa perdida. No hay forma de redimirlos.

¿Cree en un dios transgénero? No creo en un mundo ni en nada espiritual que no pertenezca al mundo natural. Tampoco creo que los humanos seamos el colmo en la jerarquía natural. También eso es una mierda. De hecho, son los principales culpables de la destrucción. Ocupan un espacio, como un virus, son demasiados. Es un desastre, y todo por esa absurda idea de que la prevalencia o la supremacía humana tiene más valor que otras. El hecho de que hayamos dominado la naturaleza no nos convierte en mejores que ella. Somos un virus.

¿Qué encontró usted en Nueva York cuando se mudó allí a los 19 años? Pues una comunidad de artistas en esa frontera en la que soñabas lo que podías ser o llegar a ser, expresándote libre y desinhibidamente, lejos de los círculos tradicionales y los patrones familiares. Nueva York es un lugar que tiene que ver con la última frontera, la ciudad en la que acaban todos aquellos que no cuadran o no se adaptan en el resto del país. Aunque eso está cambiando en los últimos 15 años. La cultura suburbana no es tan relevante ya en la era Internet.

¿Por qué no le gusta hablar de su infancia en Inglaterra? No es eso; al contrario, he hablado tanto sobre ello que me aburrí. Me gusta abordarlo en el sentido de la relevancia que pueda tener hoy para mí. Para mí empieza a tener más interés la época en que nos mudamos a EE UU, en un pueblo cerrado y frustrante de California. Fue cuando empecé a interesarme por la música. Me fascinaban Boy George, Marc Almond y cantantes románticos con una fuerza expresiva emocional potente. Mi gran crisis de la infancia, la adolescencia, fue cuando me sentí incapaz de expresar mis sentimientos. En teoría era un niño, con muchas emociones contenidas, pero irreprimible.

¿En qué sentido? Sentía que nada iba a detener el hecho de ser yo. Pero poco a poco me fui dando cuenta de que no era yo quien tenía el problema, sino la sociedad con respecto a mí. Yo era un niño muy creativo. Veía el mundo brillante, colorido; es muy común en los niños con esa sensibilidad tender al ensueño, en tonos vivos y alegres. Esa es la naturaleza de un niño trans, a menos que esté muy reprimido.

Sin embargo, ese mundo, esa sociedad que no les acepta, debe de ser un lugar oscuro. Algunas partes sí. No todo. Era un mundo en el que no existía Internet y nuestras referencias eran las revistas y las estrellas pop tan guapas y tan jóvenes, como Boy George y esa cara tan femenina, esos rasgos delicados tan diferentes a los de David Bowie, sin pluma tampoco, mostraban una fragilidad y una vulnerabilidad femenina especial que nos atrapaba. Tampoco era un atractivo basado en la sexualidad, era la revelación de una nueva feminidad.

¿Y cómo era enamorarse? Mi identidad trans tiene poco que ver con mi orientación sexual. Como gay, ambos aspectos son evidentes. Me gusta clarificar esas cosas. Muchos gais no lo hacen, tienden a erradicar de su personalidad asuntos de género, los suprimen. Debemos intentar agrandar nuestras fronteras en ese sentido, nuestros límites, y ser conscientes de que ocupamos, por nuestra sensibilidad, nuestros referentes, nuestros papeles en la sociedad, en nuestras familias un lugar específico, único.

Ya, pero ¿era un problema, un conflicto, para usted enamorarse? No, nunca lo fue. Ahora es una afición, un pasatiempo. Ahora estoy más abierto a cosas que cuando tenía 15 o 20 años. El amor está bien, es algo dulce, una de nuestras preocupaciones más bonitas. Amar y ser amado. Tampoco mis canciones son muy románticas, las veo más existenciales. Puede que en el futuro me concentre más en eso.

Pero sus canciones las define usted como tristes. ¿Usted es una persona melancólica o feliz? Ambas cosas.

¿‘Trans’ también en eso? Muy afortunado de vivir en este mundo, hoy, como un ser transgénero. Agradecido.

Sentirse afortunado y agradecido es una manera de ser feliz. Para mí no es tan sencillo. Diría que, como ser, me considero normal. Como ser y cosa. ¿Es feliz el agua? ¿Es feliz el mar? Sencillamente es, y estamos aquí. Pero vivir duele, duele también, los árboles sufren como nosotros al crecer. Debe de doler ser un árbol. Como cuando a un niño le salen los dientes. Duele. Y es un dolor muchas veces improductivo. Y no quiere decir que sea un dolor malo, puede ser un dolor feliz.

Y para el futuro, ¿le gustaría ser padre?, ¿una especie de madre-padre ‘trans’? Nunca lo he pensado. Hay tanta gente por aquí que me parece un exceso. Desanimo a la gente a que los tenga, pero si los tiene, me alegro mucho por ellos. Me encantan los niños, pero debemos autorregularnos y organizarnos dependiendo del entorno en que vivimos, por necesidad, para sobrevivir. Somos muchísimos, demasiados. Es anticuado pensar que debemos reproducirnos porque sí.

Muy bien, pues ya está. ¿Seguro que es suficiente? Espero que no crea que estoy pa allá. P

La voz que sedujo

a Lou ReedAntony Hegarty (Chischester, Reino Unido, 1971) vivió poco en Inglaterra. A los seis años se trasladó con su familia a Ámsterdam y después a San José (California). Llegó a Nueva York con 19 años para estudiar teatro experimental en la Universidad y allí se adentró en los ambientes suburbanos y en los mundos de las ‘drag queens’. Montó el Black Lips Performances Club, base de su grupo actual, Antony and the Johnsons.Cuando su arte llegó a oídos de Lou Reed, Antony and the Johnsons dan un salto que se materializa en el éxito de su segundo álbum, I am a bird now, que le convierte en un referente de la música pop. Después vendrán The crying light, otro éxito de amplias minorías, y Swanlights. Acaba de participar en el montaje operístico Vida y muerte de Marina Abramovic y está a punto de aparecer un disco suyo en directo.

en la ópera. Antony Hegarty, junto a Marina Abramovic en el Teatro Real.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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