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Nunca delates a una rata

Frank Sinatra, Dean Martin, Lauren Bacall, Sammy Davis Jr., Judy Garland… Cine, música, teatro, dinero, fiestas, ‘glamour’. Y, sobre todo, amistad. Una sólida lealtad entre ellos. Ha pasado más de medio siglo, pero este grupo de ‘amos’ de Los Ángeles, que se autobautizó como Rat Pack, pandilla de ratas, aún simboliza lo ‘cool’. Un libro ha recopilado sus escenas más desconocidas

El núcleo del Rat Pack, en una sauna, el segundo por la derecha Sammy Davies Jr.
El núcleo del Rat Pack, en una sauna, el segundo por la derecha Sammy Davies Jr.BERNIE ABRAMSON

Todo empezó por culpa de Humphrey Bogart. Cuando Frank Sinatra llegó a Hollywood a mediados de los años cincuenta, Bogart empezó a pensar mal de él casi inmediatamente. Lo consideraba un arribista, otro de esos aspirantes al trono que acudían a la ciudad en busca de fama y dinero y que no acostumbraban a conseguir ninguna de las dos cosas. Sin embargo, cuando el protagonista de Casablanca vio en directo por primera vez a Sinatra, algo cambió. La afición de ambos por el alcohol y la vida nocturna acabó de allanar el camino para el crooner, y al grupo se sumaron pronto Dean Martin y Judy Garland. Garland, una actriz capaz de resucitar cada seis meses, era otra de esas personas con alma de vampiro que gustaban de levantarse tarde y con resaca. Precisamente en una de esas noches en las que la intérprete de El mago de Oz se disfrazaba de ave Fénix, Sinatra organizó un convoy de autobuses (a los que se les había añadido un bar bien provisto) donde metió a todos sus amigotes. El objetivo era llenar de caras amigas el anfiteatro de Long Beach donde actuaba la Garland. Poco después Sinatra repitió y organizó un tren privado de famosos para ver a Noël Coward en Las Vegas.

Una de esas noches, en las que participaban personajes como Errol Flynn, David Niven, Debbie Reynolds, Tony Curtis y Janet Leigh, el grupo consumió tanto tabaco, alcohol y demás sustancias que al día siguiente una de las suites se convirtió en un reposado dormitorio/abrevadero donde todos yacían por los suelos. Allí fue donde entró Lauren Bacall, esposa en aquellos momentos de Bogart, y pronunció la famosa frase: “You look like a goddamn rat-pack” [parecéis una maldita pandilla de ratas]. La ocurrencia fue muy bien recibida por aquel grupo de bebedores impenitentes y pasó a la leyenda cuando, en una cena en el restaurante Romanoff de Los Ángeles (propiedad de Mike Romanoff, un falso ruso con grandes contactos en Hollywood) donde estaban todos los presentes de aquella fatídica noche, Bacall apareció en el comedor y soltó: “Veo que toda la pandilla de ratas está aquí”.

Allí mismo, el grupo acordó fundar una especie de sociedad secreta que se basaba en los principios de Bogart: 1. Hollywood apesta. 2. No te fíes nunca del jefe. 3. Bebe todo lo que puedas. 4. Ama la música como a ti mismo. En la primera fase de este grupo estaban un influyente agente artístico llamado Swifty Lazar, Bogart y Bacall, Sinatra, Judy Garland y su marido, Sid Luft, y el humorista Nathaniel Benchley. Su lema, escogido con suma presteza, era “Never rat on a rat” [nunca delates a una rata]. Un año después, en enero de 1957, Bogart moría de un cáncer de esófago y el grupo quedaba en manos de Frank. Lauren Bacall, enamorada de Sinatra, fue el último reducto de aquella sociedad secreta (revelada al gran público por el columnista Joe Hyams). El crooner quería que sus asociados representaran una América transversal, tanto en un sentido racial como profesional. Sus integrantes debían meter mano en todas las ollas posibles: televisión, teatro, música, cine. La política, y especialmente su truncada relación con JF Kennedy, llegaría después.

Al principio, Bogart no soportaba a Sinatra. Pronto les unió la noche y el alcohol

Graham Marsh se ríe al otro lado del teléfono. El mayor especialista del mundo en el Rat Pack ha sido el encargado de editar el impresionante volumen llamado simplemente The Rat Pack, publicado por Reel Art Press y coordinado por Tony Nourmand. Este último localizó centenares de fotos inéditas del grupo, y Marsh le puso letras a las fotos: “La gente siempre me pregunta qué sentí al ver todos esos negativos, y solo puedo decir que se me dibujó una sonrisa de oreja o oreja. Era un material alucinante, he visto todo lo que se puede ver del Rat Pack y aquello era extraordinario. Cuando uno se ha pasado media vida tratando de saber más cosas de esa época y cae en sus manos todo eso, es como si se produjera un milagro”, dice Marsh desde Nueva York. Después, preguntado por la permanencia en el recuerdo de este grupo, 50 años después, recupera la seriedad: “Esos tíos eran lo más; eran elegantes, divertidos, tenían toneladas de talento. No solo eso; supieron encontrar la manera de rentabilizarlo todo sin renunciar a su esencia. Piensa que cuando uno de ellos actuaba en algún sitio, ya fuera Sammy [Davis Jr.], Dean [Martin] o el propio Sinatra, todos los demás iban al teatro o auditorio en cuestión a apoyarle. Eso hacía que todos los promotores se pelearan por sus espectáculos y al mismo tiempo que el público se volviera loco, ya que pagaban por uno, pero sabían que tarde o temprano acabarían apareciendo todos”.

Las imágenes del volumen son, según su editor Tony Nourmand, “íntimas, familiares, como si fueras a casa de un colega y tomaras fotos con tu teléfono móvil. Eso es lo que las hace tan especiales”. Todo ello se combina con el glamour de los que en 1960 eran los amos del mundo: dominaban Hollywood, Broadway y Las Vegas, y en sus cuentas había tanto dinero que no sabían qué hacer con él. El libro también muestra instantes de la vida cotidiana de todos ellos, una vida de lujo dominada por una exquisita combinación en blanco y negro, con limusinas, mujeres hermosas, humo de tabaco y el mejor whisky. Un tiempo en el que Las Vegas aún era la ciudad del pecado, y Nueva York, un pozo sin fondo.

El Rat Pack como tal quedó al final compuesto por cinco figuras: Frank Sinatra, Joey Bishop, Dean Martin, Sammy Davis Jr. y Peter Lawford. De Sinatra ya se ha dicho todo, seguramente el crooner más delicioso que ha parido América, implacable hombre de negocios, siempre rodeado de lo mejor y lo peor de cada casa. Dean Martin fue más famoso para el público estadounidense que el mismísimo Sinatra: su show televisivo le convirtió en un rostro familiar para el americano medio. Martin, un hombre grande, elegante y con carisma, sedujo a Sinatra casi al instante, y su dúo cómico con Jerry Lewis (que acabó como el rosario de la aurora) le hizo un tipo inmensamente rico. Además, aquel italiano de zapatos lustrosos era otro especialista en actividades nocturnas, un cínico que sentía un enorme desprecio por la autoridad. Por todo ello, Martin acabó convirtiéndose en el mejor amigo de Frank, además de su robusta mano derecha, un compañero que, a diferencia de todos los demás, podía aguantar la personalidad del cantante sin sentir que su sombra le nublaba los sentidos.

Dos de sus principios: no te fíes nunca del jefe y ama la música como a ti mismo

Sammy Davis Jr. completaba el núcleo duro de aquella particular agrupación de famosos. Era un hombre hecho a sí mismo, nacido en los suburbios, maltratado por el racismo imperante en la época, condenado a viajar en los asientos “para negros”, pero dotado de una gigantesca fuerza de voluntad. Sinatra se lo llevó de gira y se encariñó con aquel joven bajito y de carcajada contagiosa. Davis Jr. se convirtió entonces en uno de los estandartes de la América progresista, la que luchaba por los derechos civiles y cuyo eje basculaba entre las costas Este y Oeste. Sin embargo, cuando mejor estaban poniéndose las cosas para él, sufrió un terrible accidente de coche. Perdió un ojo y tardó semanas en recuperarse. Cuando salió del hospital, sus colegas le esperaban (junto con otros voluntarios, como Marilyn Monroe) todos con un parche en el ojo y muchas ganas de cachondeo. David Jr. se recuperó de sus heridas, apechugó con su pérdida de visión y volvió a ser el de siempre, pero gran parte de ello se debió al apoyo de su cuadrilla: unos tipos que nunca te dejaban tirado.

Los otros dos miembros de aquella familia eran más como el suegro y el cuñado que como dos hermanos. Joey Bishop nunca perdía los nervios, no salía de noche y servía de contrapunto a los instintos salvajes del grupo. No era especialmente brillante en ningún sentido, a pesar de que funcionaba bien en la televisión y era una persona muy querida. Su presencia en el Rat Pack respondía a su condición de calmante instantáneo cuando los ánimos se caldeaban demasiado. La inclusión de Peter Lawford en un círculo tan privado se debía a la obsesión de Sinatra por la política. Lawford era íntimo de los Kennedy y sirvió de intermediario para cerrar la participación del quinteto en la campaña del Partido Demócrata que llevó a John Fitzgerald Kennedy a la Casa Blanca en 1960. Cuando en 1963 Sinatra se ofreció a hospedar al presidente en sus vacaciones, su hermano Robert Kennedy le advirtió de los lazos que unían al cantante con la mafia. JFK canceló la visita, y Sinatra, enfurecido, le echó la culpa a Lawford de todo lo que había sucedido. La muerte de Marilyn (de quien la leyenda dice que llamó a Lawford justo antes de fallecer) acabó de hundir su relación y, de paso, el Rat Pack.

"Fueron lo más 'cool' porque vivían pensando que mañana podía ser aún mejor que hoy"

“El Rat Pack encarnaba los valores de una época en la que el mundo no había perdido aún su inocencia. Antes del asesinato de JFK o de Martin Luther King, antes de que Hollywood se convirtiera en un negocio y las estrellas tuvieran que vivir recluidas en casa. Ellos sonreían, viajaban, eran ricos y guapos, hacían lo que les daba la gana, ¿quién no hubiera querido ser como ellos? Por eso seguimos vistiéndonos como ellos, y nos parecen la generación más cool que jamás haya pisado el planeta, porque vivían para divertirse, como si el mañana fuera a ser aún mejor que el hoy. Por eso nunca habrá otro Rat Pack: porque esos tipos son irrepetibles”, relata Marsh, “porque el mundo ya no es como ellos querían que fuera”.

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