_
_
_
_
_
BIOGRAFÍAS

En la hora de la biografía

El género biográfico no ha ocupado en España el lugar que tiene en otras tradiciones. A los prejuicios contra la intimidad se le unía la desconfianza editorial. Colecciones, premios y nuevos títulos —Baroja, Delibes o Terenci Moix— llenan hoy esa laguna

Javier Rodríguez Marcos

Un día de 1978 un hispanista irlandés de 39 años llamado Ian Gibson se presentó en las oficinas de la editorial Planeta acompañado de su agente literario. Gibson había publicado siete años antes un libro sobre el asesinato de Federico García Lorca y tenía otro proyecto: la gran biografía del autor de Romancero gitano. Según sus cálculos, necesitaba 10.000 libras para vivir durante los cinco años que durase la investigación y la redacción y ya tenía un contrato con la editorial británica Faber & Faber, que pagaba la mitad. “La otra mitad”, le había asegurado ufano su agente, “la pondrá sin problemas un editor español”. Casi cuatro décadas después, Gibson se ríe recordando su propia ingenuidad, la suficiencia de su acompañante y el sonoro “no” que cosecharon ambos.

Por mucho que su libro sobre la represión en Granada se hubiera traducido a 14 idiomas y su autor tuviera “un nombre”, una biografía del poeta español más famoso del siglo XX no interesaba. En el ascensor, recuerda Gibson, se le ocurrió una idea a la desesperada: “¿Y un ensayo histórico sobre José Antonio Primo de Rivera?”. La respuesta del editor fue inmediata: “Firmamos mañana”. Le pusieron un sueldo mensual y se compró un somier para el colchón en el que dormía: “Trabajaba en José Antonio de día y en Lorca, de noche”, cuenta Gibson, que había abandonado su puesto en la Universidad de Londres y se había instalado en Madrid para no ser un “hispanista a distancia”.

Aquel contrato, insiste, le salvó la vida. Y le valió el prestigioso Premio Espejo de España por En busca de José Antonio. Fue en 1980. La primera parte de la biografía de Lorca se publicó cinco años después, en Grijalbo. La segunda tardó dos más. Hace unos meses, Crítica la reeditó en un solo tomo. Fue la primera de la serie de biografías de referencia firmadas por el autor dublinés. Luego vendrían Salvador Dalí y Antonio Machado. Actualmente trabaja en la de Luis Buñuel. Acaba de terminar la primera parte: 500 páginas que llegan hasta el advenimiento de la República. Un tercio del total después de tres años de trabajo. Por supuesto, no le falta editor.

Hasta ahora, los grandes libros sobre Cervantes, Lorca o Picasso eran obra de extranjeros

Las cosas han cambiado mucho desde aquel chasco del 78 y las biografías de españoles empiezan a dejar de ser una anomalía en España. Si el último Premio Nacional de Historia recayó en el trabajo sobre la vida de Isabel II firmado por Isabel Burdiel (Taurus), en estos días aparecen la biografía —con un pie en el ensayo— de Miguel Delibes (Destino), firmada por Ramón Buckley, y la de Terenci Moix (RBA), con la que Juan Bonilla obtuvo el último Premio Gaziel de Biografías y Memorias. Sin olvidar aproximaciones recientes a figuras como Catalina de Aragón (Crítica), por Giles Tremlett; Calderón de la Barca (Gredos), por Don V. Cruickshank; María Moliner (Turner), por Inmaculada de la Fuente; o Blanco White (Renacimiento), por Martin Murphy. En mayo, además, verá la luz el trabajo de Shirley Mangini sobre Maruja Mallo (Circe). Incluso el polémico Diccionario Biográfico Español lanzado meses atrás por la Academia de la Historia hubiera marcado época con sus 43.000 entradas si la manipulación de algunas no hubiera adulterado el conjunto. Basta pensar que su equivalente británico vio la luz en 1885 para calibrar el retraso hispano.

Es posible, con todo, que la mayor iniciativa editorial reciente para impulsar el género sea la colección Españoles Eminentes que la editorial Taurus acaba de inaugurar con Pío Baroja, de José-Carlos Mainer. Le seguirán, entre otros, San Ignacio de Loyola, Bartolomé de las Casas, el Cardenal Cisneros o Larra, firmadas estas dos últimas por Joseph Pérez —biógrafo de Carlos V y Santa Teresa de Jesús— y Santos Juliá —que lo fue de Manuel Azaña—. En la explicación que abre el primero de los títulos publicados, Javier Gomá, director de la Fundación Juan March, impulsora del proyecto, recuerda que este nació de una evidencia: “Las biografías no han alcanzado en la historiografía española la maestría que es notoria en otros países, donde muchos son los aficionados a su lectura y abundante la oferta editorial”.

'Universo de la literatura española contemporánea'. Cartel realizado por Ernesto Giménez Caballero entre 1925 y 1927.
'Universo de la literatura española contemporánea'. Cartel realizado por Ernesto Giménez Caballero entre 1925 y 1927.MARÍA GIMÉNEZ CABALLERO SEYNAVE

¿A qué se debe la anomalía española que ha provocado esa laguna editorial? Ian Gibson, que vive en el barrio madrileño de Lavapiés, llega a uno de los bares más concurridos del barrio con una fotocopia: cuatro páginas de la historia de la literatura española que Gerald Brenan publicó en 1951. El mítico historiador británico subraya allí la carencia en España de cartas, diarios, memorias y biografías. ¿La razón? “La fuerte convención española”, escribe Brenan, “que prohíbe la publicación de detalles íntimos acerca de las vidas de personas cuya descendencia hasta la quinta o sexta generación todavía vive”. Si se juzgara por lo publicado, añade, “se llegaría a la conclusión de que ningún español ha escrito jamás una carta de amor”. Y añade: “Aunque los españoles son muy dados a la murmuración y el escándalo, sus opiniones acerca de la personalidad humana carecen del pulimento y la sutileza que se dan por supuestos entre los intelectuales de otros países”.

Según Ian Gibson, nacionalizado español, una sociedad necesita dos cosas para que el género biográfico pueda asentarse: estabilidad y curiosidad. Si hay 25 biografías distintas de Lord Byron, dice, es porque en los países anglosajones se ha dado un ambiente político y social que favorecía la investigación y la apertura. En España “ha primado la amnesia y la falta de interés real por los demás. Es un país que no escucha; todo el mundo quiere hablar, por eso hay tanto ruido”, dice en el fragor de tazas y cucharillas. “¿Qué español dedica cinco años a otro español?”. Así, el trabajo que no hicieron los españoles sobre sí mismos durante décadas lo tuvieron que hacer los extranjeros, dando lugar a ese fenómeno único en el mundo que es el hispanismo. No es, por tanto, extraño que —Lorca, Dalí y Gibson aparte— hasta ahora las biografías de referencia de nombres tan señeros como Felipe II, Cervantes, Gaudí, Picasso, Franco o el Rey estuvieran firmadas, respectivamente, por Geoffrey Parker, Jean Canavaggio, Gijs van Hensbergen, John Richardson y Paul Preston.

“Una buena biografía requiere cinco años de trabajo”, dice Ian Gibson. ¿Quién paga eso?

Para José-Carlos Mainer, biógrafo de Baroja y director de la Historia de la literatura española que la editorial Crítica viene publicando en nueve tomos, entre los géneros literarios que han marcado el siglo XX, en España faltaba la biografía pese a que, recuerda, en los años veinte y treinta el género se puso de moda y se consolidó en toda Europa. En Francia con André Maurois, con Stefan Zweig en Alemania y en Inglaterra con Lynton Strachey: “Aquí hubo un intento parecido. Se hicieron unas vidas españolas e hispanoamericanas del siglo XIX que publicó Espasa Calpe. Ya en los años cuarenta hay autores que escriben biografías como Benjamín Jarnés en el exilio o Fernando Vela en España. Se leen muchas biografías pero no hay una producción importante”. Junto a “un concepto equivocado del pudor”, Mainer evoca el desprestigio que durante años arrastraron las dimensiones biográfica y psicológica de una obra: “En el fondo una biografía lo que hace es indagar en las motivaciones más íntimas de los actos”. Frente a lo psicológico, se consideraba más importante lo social y lo histórico: “La biografía parecía un género menor, de entrometidos, de gente que se complacía en conjeturas psicológicas. La historiografía ha ido perdiendo esos prejuicios. Y ahí estamos”.

Tres décadas de democracia parecen haber traído la estabilidad que reclama Gibson. En 1994 la Universidad de Barcelona creó la Unidad de Estudios Biográficos, que publica una revista y cuenta con un grupo de investigadores, una biblioteca y un archivo especializados. Su creadora y directora es Anna Caballé, biógrafa de Francisco Umbral y Carmen Laforet y pionera en España de una serie de estudios que han ido cubriendo lentamente el hueco de lo que Caballé llama la dejación biográfica. “La biografía es muchas cosas”, explica. “Es una forma de escritura, una metodología de investigación y un modo de comprender el pasado que toma como referencia no a la sociedad sino al individuo. En los últimos años, del rechazo intelectual y moral hemos pasado a abrazar el género sin grandes conocimientos sobre su tradición y menos sobre sus metodologías. ¿Por qué este cambio? Porque las condiciones de libertad moral en que vive la sociedad española ahora permiten abordarlo —como permitieron antes la escritura autobiográfica, que fue la primera en abrir pista en los años setenta— y por el éxito que lo rodea en la esfera internacional, lo que ha estimulado a las editoriales españolas”.

En 1988, un año después de que Ian Gibson culminase su obra magna sobre Lorca, se produjeron en España dos pequeños hitos editoriales en el ámbito de las biografías: por un lado, nació el sello Circe, especializado en el género; por otro, Tusquets falló el primer Premio Comillas de Historia Biografía y Memorias. Silvia Lluís, directora de Circe, cuenta que la editorial nació porque “aquí no había una colección dedicada a la biografía”. Fue un éxito. Eso sí, dos décadas después, entre las 90 biografías de su catálogo —de Frida Kahlo a Jackson Pollock pasando por Susan Sontag— solo una está firmada por un español: la que en 2004 Miguel Dalmau dedicó a Jaime Gil de Biedma. Polémico como libro, el trabajo de Dalmau —que ya había dedicado un estudio a los hermanos Goytisolo— inspiró en 2010 la no menos polémica película de Sigfrid Monleón El cónsul de Sodoma. “El estreno favoreció la segunda edición”, dice Silvia Lluís, que recuerda cómo firmó con Dalmau cuando este tenía ya el libro escrito. La propuesta fue del autor y no del editor. En mayo, el fondo español de Circe crecerá con una biografía de la pintora Maruja Mallo firmada por la hispanista estadounidense Shirley Mangini y en otoño verá la luz la de Dora Maar a cargo de Victoria Combalía. Este último será el primer encargo de la editorial en 24 años. Lo habitual es traducir una obra extranjera. ¿Por qué? “Porque no hay que esperar”, dice Lluís. “No es por el adelanto —el género se vende y tiene lectores muy fieles—, pero si encargas una biografía arriesgas una inversión, no sabes cuándo te la entregarán, puede salir otra del mismo personaje…”.

En los años veinte y treinta del siglo pasado, el género se puso de moda y se consolidó en toda Europa

Tampoco la editorial Tusquets ha encargado jamás una biografía para su colección Tiempo de Memoria, con 129 títulos. Allí se alojan los ganadores del Premio Comillas, en cuyo palmarés están las memorias de Carlos Barral, Castilla del Pino, Adolfo Marsillach, Isabel García Lorca, Alberto Oliart y Jaime Salinas —la autobiografía abre pista, recordaba Caballé—, pero que apenas cuenta con media docena de biografías, entre ellas las de Luis Cernuda, Luis Martín Santos, el general Rojo o el cineasta Ricardo Muñoz Suay. Según Josep Maria Ventosa, miembro del jurado y responsable actual de la colección, además de esa mezcla de rigor y claridad que los anglosajones manejan magistralmente, una buena biografía requiere “dedicación, viajes, inversión… algo que una editorial no se puede permitir y que no puede darse sin el apoyo de universidades o instituciones”. De ahí el proyecto de la Fundación Juan March o el que lleva años impulsando la Residencia de Estudiantes de Madrid para recuperar la dimensión biográfica de los autores de la Edad de Plata.

En opinión de Anna Caballé, es “grave” el problema que todavía subyace a la escasez de biógrafos españoles. “¿Qué pasa cuando una sociedad se muestra indiferente hacia ese deber moral que es la construcción y revisión incesante del propio pasado —y no solo de 1936 a 1975— y se desentiende por pereza, por falta de confianza o de recursos, por pura inconsciencia, por venganza, de su patrimonio biográfico?”, se pregunta Caballé, que echa de menos alguna mujer entre los primeros títulos de la colección Españoles Eminentes. Javier Gomá, impulsor de la serie, responde que esta sigue abierta y que si desecharon encargar obras sobre Santa Teresa o Emilia Pardo Bazán fue porque ya existían buenas biografías suyas: las de Joseph Pérez y Eva Acosta.

Ramón Gómez de la Serna (1925-1927). Cartel de Ernesto Giménez Caballero. Colección Gustavo Gili.
Ramón Gómez de la Serna (1925-1927). Cartel de Ernesto Giménez Caballero. Colección Gustavo Gili.MARÍA GIMÉNEZ CABALLERO SEYNAVE

En lo que todo el mundo coincide es en el esfuerzo, de investigación y de escritura, que supone un estudio biográfico: “Una buena biografía requiere no menos de cinco años de dedicación”, subraya Ian Gibson, para el que, al redactar, “hay que luchar contra la tentación de ponerlo todo”. El estilo debe enganchar: “Una biografía no es una crónica donde incluir hasta el menú de cada día”. La suya sobre Dalí —La vida desaforada de Salvador Dalí (Anagrama, 1998)— la pagó, dice, la BBC. Él escribió el libro mientras trabajaba en un documental sobre el artista. Eso le permitió viajar y, entre otras cosas, dedicar cinco meses a leer en la hemeroteca de Madrid, página por página, El diario de Barcelona de 1882 buscando noticias sobre la muerte del abuelo del pintor: “Alguien en Cadaqués me había dicho que se había suicidado, pero nadie recordaba cuándo ni dónde estaba la tumba. ¡Cuando vi la esquela en el periódico! Se había tirado por una ventana víctima de la paranoia. Dalí siempre tuvo miedo de haber heredado la enfermedad. Eso marcó su vida y su obra. Era una clave nueva y yo era el primero en tenerla delante. ¿Te imaginas el subidón de adrenalina?”.

Gibson admite que la digitalización de documentos y su difusión por Internet han facilitado mucho las cosas. “Antes pasaba meses esperando a que los libreros de la Cuesta de Moyano me encontraran un libro. Ahora los pido a Tejas o a Torrelodones. Y llegan antes de Tejas…”, se ríe. Lo que no se arregla con Internet es la ausencia de material, la pérdida, por ejemplo, de las cartas de muchos autores, que contienen una verdad privada que muchas veces contradice su imagen pública. Si Anna Caballé reivindica a Carmen Bravo Villasante como avanzada a la hora de utilizar las correspondencias como base de sus trabajos, Ian Gibson afirma que sin sus cartas será muy difícil hacer la biografía definitiva de Valle-Inclán, que a los siete años de su muerte ya contaba con tres biografías: “Encargó una a Gómez de la Serna sabiendo que estaría llena de invenciones”. Ser biógrafo es ser un poco detective, sugiere. Para encontrar una esquela y para no dejarse engañar por el biografiado. Sobre todo cuando él mismo ha escrito unas memorias: “La memoria falla. Buñuel confunde a veces Un perro andaluz y La Edad de Oro: no las separa más que un año. Y si lees La arboleda perdida parece que Lorca y Alberti se veían a diario, pero este se lamenta por carta de lo poco que se ven. Incluso la mentira dice algo del biografiado. Pero hay que detectarla. La envidia, por ejemplo, nunca se declara: se camufla de odio o de desprecio”. “Yo no tengo la costumbre de mentir”, escribe al abrir sus memorias —2.000 páginas— Baroja, un autor que escribió tanto de sí mismo que, dice Mainer, “se corre el riesgo de pensar que tienes el trabajo hecho”.

La lenta consolidación de la biografía en España se ha beneficiado también de la superación del cliché de que la vida de un autor está en su obra: la vieja disputa entre Proust (la obra es autónoma) y Sainte-Beuve (la vida es clave para entender la obra). Los artistas no tienen biografía, decía Octavio Paz. “Tan prejuicio es decir que la obra de un escritor es la proyección de su biografía como decir que la obra es lo único que importa. En medio hay un proceso complicado. El escritor construye una imagen a través de la escritura, pero no construye una biografía, construye un personaje que coincide esencialmente con el autor. Se trata de una construcción imaginativa que no se puede tomar como un hecho notarial. Por eso mismo hay que tener en cuenta la vivencia de las cosas que un escritor traslada a la literatura”. Esa es la hora de la biografía. 

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_