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CRÍTICA: 'FAUSTO'
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sokurov y el tedio

Javier Ocaña

Con el cine de Alexander Sokurov uno siempre acaba acordándose de Baudelaire y de Schopenhauer. Menudo soberbio, dirán ustedes (por el crítico, no por Sokurov). Cuánta razón, pero como en sus películas parece imposible centrarse, la cabeza acaba haciendo de las suyas, como un combate para ver quién resulta más pretencioso. Comienza uno por aquel tedio baudeleariano, monstruo que sin grandes gritos ni grandes gestos “convertiría la tierra en un despojo y tragaría el mundo en un solo bostezo”, y, previo paso por la lista del supermercado, se llega hasta la teoría de Schopenhauer sobre la existencia, “que oscila como un péndulo entre el dolor y el hastío”. Despojo, bostezo, dolor, hastío. En fin, Sokurov. Con él la mente viene y va. Entre potentísimas imágenes. Uno de cada 50 planos es un portento. Y durante los otros 49, se piensa. Durante dos horas y cuarto. Fausto es su última creación, libérrima adaptación del texto de Goethe, con la que concluye una tetralogía sobre la naturaleza del poder, tras Molock (1999, sobre Hitler), Telets (2000, Lenin) y Solntse (2005, Hiro Hito).

FAUSTO

Dirección:

Alexander Sokurov.

Intérpretes:

Johannes Zeiler, Anton Adasinski, Isolda Dychauk, Georg Friedrich.

Género:

drama. Rusia, 2011.

Duración:

134 minutos.

El Fausto de Sokurov, polémico León de Oro en Venecia, se libera de la letra del de Goethe, pero apunta un exacerbado hiperrealismo en los ambientes. La película comienza como un tiro, con el doctor sacando las tripas de un cuerpo humano y su pene flácido y amarillento filmado en primer plano. Es el combate entre ciencia y espíritu, entre cuerpo y alma. Y uno se ilusiona: Sokurov se hace comprensible. Apenas 10 minutos. Luego llega el hermetismo, ¿la nada? La hermosa fotografía de Bruno Delbonnel busca y encuentra la luz de Rembrandt, que también pintó el mito de Fausto, la de su Lección de anatomía del doctor Nicolaes Tulp. Habas contadas. Luego llegan las decenas, quizá centenares, de planos distorsionados, con la imagen deformada, mezcla de espejo de feria y visión en contrapicado de la superficie vista desde el interior de una piscina. Y surge la pregunta: puesto que no son secuencias enteras, sino planos esporádicos, ¿por qué estos planos y no otros? ¿Por qué no todos? Y sobre todo: ¿por qué no ninguno? ¿Alucinación diabólica? Sí, a veces esa teoría encaja, pero a veces no. ¿Entonces? Y uno se pasa la película desentrañando el sentido: de Sokurov, de su película, de la lista del supermercado, de los planos distorsionados, de la existencia. El tedio.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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