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Corea del Norte, el país donde la paz es la guerra

El perpetuo estado de alerta es una de las herramientas del régimen para seguir en el poder

Macarena Vidal Liy
Un grupo de militares cruza un puente en Pyongyang (Corea del Nord), el 10 de octubre de 2015.
Un grupo de militares cruza un puente en Pyongyang (Corea del Nord), el 10 de octubre de 2015. DAMIR SAGOLJ (REUTERS)

Un soldado estadounidense yace muerto en el suelo mientras los cuervos devoran su cadáver. Otro, con la mirada extraviada, se rinde, mientras un tercero, herido, esconde la cabeza entre las manos. Los dioramas del Museo de la Victoria en la Guerra de Liberación Patria, como los norcoreanos conocen a la guerra que enfrentó ambas partes de la península que habitan (1950-1953), cuentan una versión muy particular de aquel conflicto, según la cual el norte se alzó triunfante. Pero también subrayan que la guerra solo terminó en un armisticio y el país debe permanecer en estado de alerta.

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En Corea del Norte, el conflicto que la enfrentó con su vecino del sur, sigue aún abierto en la mentalidad de los ciudadanos y es una de las herramientas para que el régimen de su Líder Supremo, Kim Jong-un, justifique su poder. Debido a ella, el Ejército, de un millón de soldados y que consume según algunos cálculos surcoreanos hasta un tercio del presupuesto del país, es la prioridad nacional. El desfile de este sábado en Pyongyang para conmemorar el 70 aniversario de la fundación del Partido de los Trabajadores Coreanos hará alarde de ello. Según los analistas, puede ser el mayor de la historia del país.

El blog 38 North, asociado a la Universidad Johns Hopkins, ha divulgado una serie de imágenes vía satélite que muestran los preparativos para esa marcha. Más de 800 tiendas de campaña, 700 camiones y 200 vehículos blindados se acumulan en la antigua base aérea de Mirim, en el este de Pyongyang, un área de 1,5 kilómetros cuadrados que incluye una réplica de la plaza Kim Il-sung, eje del desfile. Además, pueden observarse siete drones aéreos.

Se da por seguro que en el desfile, en el que participarán también cerca de 30.000 soldados, se mostrarán también las lanzaderas de misiles balísticos y cohetes que representan la joya de la corona de la Defensa norcoreana.

“Dado el nivel actividad observable en esas instalaciones, parece que el próximo desfile (…), haya misiles balísticos o no, será uno de los mayores en la historia de Corea del Norte”, apunta el blog. En mayo, Kim Jong-un había dado instrucciones de que fuera el de mayor envergadura jamás celebrado en el país.

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Con el desfile, Kim trata de enviar un mensaje a su pueblo y a las diversas facciones que componen el régimen acerca de que él es el Líder Supremo. Un mensaje que parece calar entre la población, o eso asegura el puñado de ciudadanos al que tienen acceso los periodistas extranjeros admitidos en el país especialmente para los festejos, y que hablan mediante la traducción y la vigilancia de los guías oficiales.

“El 10 de octubre es la mayor fiesta que podemos celebrar, estamos encantados de poder conmemorarla bajo el mandato de nuestro Líder Supremo Kim Jong-un”, asegura Park Chyun-Jong, de 29 años y guía en el estadio nacional, de camino en el metro de Pyongyang para celebrar el aniversario en casa de su madre.

Pero Kim también quiere hacer un alarde de fuerza ante la comunidad internacional y especialmente Corea del Sur, su vecino y enemigo. Es una exhibición de músculo que siente que necesita para generar respeto. Según apunta el catedrático Andrei Lankov, en su libro “The Real North Korea”, la economía surcoreana puede ser 20 veces mayor que la de su vecino del norte, cuando la diferencia entre las dos Alemanias antes de la reunificación era de uno a tres. Y aunque Pyongyang cuenta con el doble de tropas que Seúl, están mucho peor equipadas que unas fuerzas surcoreanas que tienen el pleno respaldo estadounidense.

La actividad nuclear norcoreana surge de esta necesidad. Corea del Norte ha llevado a cabo ya tres ensayos nucleares, en 2006, 2009 y 2013. Esta semana, un alto mando militar estadounidense declaraba que su Gobierno cree que Pyongyang tiene capacidad de miniaturizar una bomba atómica y lanzarla contra territorio de EE UU. El mes pasado, el régimen confirmaba que ha vuelto a poner en funcionamiento su reactor de Yongbyon.

Del mismo modo, Corea del Norte ha insinuado que estos días podría llevar a cabo lo que asegura que sería el lanzamiento de un satélite, y que EE UU y Corea del Sur creen que se trataría de un misil balístico.

Dada la especial importancia que juegan, pues, las Fuerzas Armadas norcoreanas en la supervivencia del régimen, el estamento militar goza de especiales privilegios. El principio básico del país es el songun, o “el Ejército primero”. Tiene preferencia en las asignaciones económicas y de recursos y sus integrantes gozan de un enorme prestigio social.

Y en ninguna parte es más palpable el songun que en el Museo de la Victoria. Reinaugurado por el propio Kim Jong-un hace dos años, la abundancia de fondos empleada en su reforma contrasta con la modestia de la mayoría de los bloques de viviendas en la ciudad. Enormes candelabros iluminan el vestíbulo con una luz que escasea en el resto de la ciudad; el láser y las nuevas tecnologías animan las exposiciones.

Aunque la pieza estrella no es alguno de los elaborados dioramas; ni siquiera la cúpula giratoria que culmina la visita. El museo entero está presidido por una gigantesca estatua del fundador del régimen, Kim Il-sung. Todos los norcoreanos que lo visitan –por invitación, el poder verlo es un honor– deben hacerle una reverencia cuando entran.

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Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.

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