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El último baile de Kombo Kolombia

La matanza de 17 miembros de un grupo musical horroriza México Los sacaron de un concierto y los arrojaron a un pozo con un tiro en la cabeza

Familiares de Javier Flores, músico del grupo Kombo Kolombia, durante su funeral en el cementerio de San Jorge, Monterrey.
Familiares de Javier Flores, músico del grupo Kombo Kolombia, durante su funeral en el cementerio de San Jorge, Monterrey. MIGUEL SIERRA (EFE)

La mayor matanza de músicos que se recuerda, la primera en el mandato del presidente Enrique Peña Nieto, ocurrió un viernes de madrugada en medio de ninguna parte del noreste de México. Los 14 músicos y tres ayudantes del grupo Kombo Kolombia, especializado en vallenato, fueron secuestrados pasada la medianoche cuando actuaban en una fiesta privada en la cantina La Carreta, a unos 40 kilómetros de Monterrey, capital del Estado de Nuevo León. Días después, sus cadáveres fueron encontrados con un tiro de gracia en el fondo de un pozo donde habían sido arrojados uno a uno como en el más macabro cuento infantil.

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Como tantos mexicanos en la llamada guerra del narco los artistas también están sometidos a la ley de plata o plomo. Una canción que no gusta al jefe de un grupo criminal o una llamada para actuar ante un capo mafioso puede resultar fatal. El pianista es a veces el primero al que disparan.

En la madrugada del pasado día 25, una docena de hombres armados irrumpió en la fiesta y se llevó a la fuerza a los intérpretes, no sin antes desvalijar a las 50 personas que se encontraban en el local. Los trasladaron en varias camionetas hasta el rancho Las Estacas, en una zona desértica a pocos kilómetros de la carretera Monterrey-Monclova (Coahuila), una ruta estratégica para el trasiego de drogas actualmente en disputa entre los Zetas y el cartel del Golfo. Allí fueron fusilados, rematados con un disparo en la sien y arrojados a un pozo abandonado de 70 centímetros de diámetro y 15 metros de profundidad.

No se sabe cómo, pero uno de los músicos logró escapar de ese infierno y, tras recibir ayuda, indicó a las fuerzas de seguridad de Nuevo León el lugar donde se había producido la masacre. Tres días tardaron los peritos judiciales en rescatar a los cuerpos.

Una imagen de noviembre de 2011 del grupo Kombo Kolombia.
Una imagen de noviembre de 2011 del grupo Kombo Kolombia.AP
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Las autoridades de Nuevo León investigan el móvil de la matanza y una de sus líneas de trabajo es, según el portavoz de Seguridad del Estado, Jorge Domene, la posibilidad de que se trate de un ajuste de cuentas entre el cartel del Golfo y los Zetas. Domene ha afirmado que “fue un ataque directo, no por azar” contra los intérpretes como prueba el que las 50 personas del público no sufrieran daños físicos. Se especula que el músico que huyó y ahora es un testigo protegido por el Gobierno federal fuese en realidad liberado para que los asesinos pudieran reivindicar el crimen.

Aunque aún no es más que una hipótesis, el cartel del Golfo pretendería con este ataque calentar la plaza, es decir, causar tal conmoción en la opinión pública con un acto de barbarie criminal que obligue al Gobierno federal a reforzar la seguridad en la zona y así reequilibrar sus propias fuerzas frente a los Zetas.

Kombo Kolombia había actuado en locales de Monterrey y de su área metropolitana relacionados con los Zetas, que han sido atacados por grupos rivales por considerarlos parte de su red de financiación. Uno de ellos, el bar Sabino Gordo, fue el objeto de un ataque del cartel del Golfo en julio de 2011 que causó 21 muertos. También se investigan sus actuaciones en fiestas privadas de los Zetas e incluso en el penal Topo Chico de la ciudad.

La mayoría de los integrantes del grupo, que iba a cumplir este mes tres años y tenía gran éxito en la región, residían en la colonia Independencia de Monterrey, cuna de la música colombiana y el vallenato en México. Un barrio también donde el narcotráfico recluta sicarios, sobre todo para los Zetas.

Kombo Kolombia estaba a punto de despegar musicalmente y se disponían a grabar su primer disco. Ahora ya solo son parte de la lista de bajas —otra docena de músicos han sido asesinados en los últimos años— de la interminable violencia del crimen organizado en México.

La escalada en el asesinato de cantantes comienza en noviembre de 2006, cuando Valentín Elizalde, conocido como El Gallo de Oro, fue asesinado a tiros al salir de una feria en Reynosa (Tamaulipas). Desde entonces han sido asesinados ídolos nacionales como Sergio Gómez, vocalista del Grupo K-Paz de la Sierra, y otros conocidos solo regionalmente.

Como suele ocurrir en este país la identidad de los asesinos y sus móviles se quedan sin aclarar y el caso se convierte en una especie de leyenda popular en la que no pocas veces las víctimas quedan injustamente bajo sospecha. Sergio Islas lleva más de 15 años organizando eventos artísticos en distintas zonas de México: “Los artistas viven un clima de zozobra. La inseguridad ha afectado a toda la cadena, desde la producción de discos hasta las actuaciones. Se han padecido ataques a bares, desaparición de grupos, como los Yerberos, por ejemplo, y ya hay plazas donde por la violencia muchos artistas deciden no ir”.

Islas explica que además los artistas y los organizadores de conciertos no solo han tenido que gastar en seguridad privada en cada una de sus visitas a un destino caliente, sino que definir hoteles, rutas de escape y horarios de traslado para salvaguardar a los artistas de posibles atentados o de solicitudes de “clientes raros”.

Francisco Guamea, reportero con 19 años de experiencia, advierte: “Hay que diferenciar entre los músicos ya consolidados y el de la calle o el de una banda que tiene que batallar para que lo contraten. Este es el que más expuesto está. Muchos músicos tienen que sufrir la explotación de quien les contrata. La regla es: ‘Yo pago y tú tocas hasta que yo quiera”.

Aunque varios de los cantantes muertos violentamente incluían en su repertorio los llamados narcocorridos, que ensalzan a los traficantes de drogas, no hay un denominador común en los homicidios. En ocasiones tocar una canción indebida puede costar la vida. Cuando el 26 de marzo de 2008 se detuvo al presunto asesino de Valentín Elizalde, el Gobierno dijo que el cantante había interpretado A mis enemigos, una canción considerada como un mensaje del líder del Cártel de Sinaloa, Joaquín El Chapo Guzmán. El detenido era miembro de Los Zetas, enemigos del capo.

Un promotor musical, que pide no ser identificado, insiste en que “muchas veces el artista ni siquiera sabe a dónde va. Te contratan para algo y cuando llegas te llevan a otra parte, remota, donde hay pocas personas. ¿Qué haces? Ellos se encaprichan. Y si te niegas a actuar te presionan”.

La matanza de Kombo Kolombia ha horrorizado a México al arranque de un nuevo sexenio, pero una semana después ya ha desaparecido de las noticias. Tampoco hay un solo detenido. Quizá algo de la verdad sobre sus muertes llegue en forma de un corrido que en estos momentos alguien podría estar componiendo.

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