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¿A quién le importa ganar Eurovisión?

Todos quieren la victoria. Y no es una cuestión de números. La euforia colectiva o el posicionamiento internacional, impagables

Massiel ganó Eurovisión en 1968.
Massiel ganó Eurovisión en 1968.CORDON

Si partiéramos de la premisa de que, en teoría, todo aquello que supone una inversión debería de tener una repercusión que garantice ciertos beneficios mínimos, si no económicos, sí, al menos, psicológicos, sociales, políticos o de imagen, se podría decir que el festival de Eurovisión es el ejemplo perfecto. Lo que le ha costado a RTVE la participación en el concurso de la canción por excelencia (con permiso de San Remo) en el último lustro oscila entre los 370.000 y los 420.000 euros por año. A cambio, el ente público de la televisión española consigue movilizar a una cantidad de espectadores solo comparable con las retransmisiones de los grandes eventos deportivos. En la edición 2014, por quedarnos con la referencia más próxima, Eurovisión consiguió atraer en España a 5 millones de espectadores, con una cuota de pantalla del 36%. ¿Mucho o poco? Con estos datos, extraídos de Kantar Media, podrá sacar conclusiones: una de las series más vistas, Águila Roja, alcanza habitualmente un share del 13%; la entrega de los Goya 2014 llegó al 29,4%; realities de gran tirón popular rondan el 19%, y el último partido Bayern Munich-Barça del mes de mayo registró un 37%.

Los récords se baten también con las nuevas tecnologías y Eurovisión 2014 fue el acontecimiento más comentado en las redes sociales en la historia de España, como documenta aquí RTVE, propiciando más de un millón de comentarios entre los tuiteros, facebookeros e internautas. "El retorno que tiene este éxito en redes sociales es prácticamente imposible de medir. Por mucho que tiremos de datos, la acción de branding [construcción de marca] es inabarcable", apunta Alexandra Hernández, responsable de analítica de una firma americana. ¿Y se lo debemos todo a la pasión por el pop?

Cada uno puede promocionar su marca nacional, sus productos y su país como destino turístico y cultural" (Federico Llano, de la delegación española de Eurovisión)

Desde el primer festival en 1956 hasta ahora, se ha revelado que Eurovisión es algo más que un mero espectáculo de entretenimiento musical. “Hay muy pocos eventos al año, aparte de los deportivos, en los que realmente nos encontremos todos los europeos para crear Europa en un ambiente festivo, de buena convivencia y fraternidad. Y esto es lo que es Eurovisión”, comenta Federico Llano, jefe de la delegación española en el festival desde el año 2002. Esta atmósfera de camaradería propicia, entre otras cosas, que en los días previos a la gran final, en el espacio físico denominado Eurovision Village, ubicado en una plaza de la ciudad anfitriona, se instale una especie de feria donde cada nación participante exhibe sus tesoros típicos y propuestas de ocio, cultura, patrimonio, etc. “De esta forma, cada uno puede promocionar su marca nacional, sus productos y su país como destino turístico y cultural. Cuando las instituciones de tantos países deciden participar en esta actividad paralela y tener su stand como en otro tipo de feria, será porque lo ven atractivo y rentable. Por otro lado, para el país y la ciudad que acogen [este año, le toca a Austria] es una gran ocasión. Es una inversión con la que se potencia su imagen en el resto de Europa, como ocurre cuando se organizan otro tipo de actos internacionales, como el hecho de ser Capital Europea de la Cultura”, explica Federico Llano.

5 'eurocuestiones' clave

1. Eurovisión nace en 1956, como idea de la Unión Europea de Radiodifusión (UER), que, en la Europa de posguerra, quiso organizar un festival de la canción internacional para retransmitirlo simultáneamente en todos sus países miembros. Desde entonces hasta ahora, en estos 60 años, el concepto básico es el mismo: las televisiones de cada país miembro activo de la UER que quiere participar envían a un representante con una canción. Cada uno realiza su actuación y, al final de la competición, cada delegación nacional vota a las demás y puntúa del 0 al 12, sin poder votarse a sí mismos.

2. En 2008 se establece de forma definitiva el actual sistema de dos semifinales y una final. ¿Motivos? Con las incorporaciones de países nuevos a la UER, como todos los que surgieron tras la disolución de la Unión Soviética, hubo que hacer una primera criba para llegar a la gala final con algo más de una veintena de participantes, y no con los 40 totales que compiten este año, por ejemplo.

3. A la final acceden directamente cinco miembros de la UER conocidos como el grupo de los Big 5: Francia, Italia, Alemania, España y Reino Unido. ¿La razón? Son los que más aportan económicamente a la UER y esto les da derecho a un puesto finalista.

4. España ha ganado dos veces el festival. En 1968 (con La, la, lá, de Massiel) y en 1969 (con Vivo cantando, de Salomé)

5. 'Guaoyominí' no es un país, sino la pronunciación de las palabras 'Reino Unido' en francés.

El espíritu de diversión y buenrollismo es la esencia de Eurovisión, y lo que lo convierte, además, en un evento amado por muchos. Pero, a veces, surgen chispas durante la competición que llegan a provocar controversias históricas, como aquella vez en que el reconocido comentarista de la BBC Terry Wogan anunció que ya no retransmitiría más el festival, por dudar del rigor en los procesos de la gala, achacándolo a cuestiones políticas. “Lógicamente, como cuando hay un evento deportivo, cada uno apoya a su equipo, o al más próximo en caso de que su equipo ya no esté clasificado”, apunta el propio Llano, coordinador de la delegación española.

Sin embargo, según los resultados del estudio que realizaron Gianluca Baio y Marta Bangliardo, expertos en estadística de la University College London, conseguir más puntos en Eurovisión no depende del favoritismo político, sino de una inclinación natural del ser humano. En su idea inicial de analizar si en el festival existían sesgos negativos o positivos en las votaciones desde el año 1998 hasta 2012, vieron que no había votos de castigo, pero sí se producía cierta tendencia a beneficiar a aquellos que por cuestiones culturales, geográficas e históricas resultaban más cercanos. Y que incluso el factor migración influía. De hecho, esta última razón sería la que explicaría por qué Turquía (antes de abandonar el concurso en 2013) recibía muchas votaciones de residentes alemanes. “Turquía parece que suele ser favorecida por Alemania, posiblemente por el gran número de inmigrantes turcos que viven en aquel país y que potencialmente dan su televoto”, dice el estudio. El televoto, por cierto, fue un sistema que se implantó en 1998. La investigación indica también que, por ejemplo, Suecia es claramente apoyada por aquellos con los que tiene afinidad geográfica y cultural (Noruega, Dinamarca y Finlandia); algo similar a lo que ocurre con Grecia, que recibe mejores puntuaciones de Chipre y Albania. Pero Gianluca Baio, el coautor del estudio, es tajante y prudente al mismo tiempo: “No creo que podamos excluir del todo el impacto de las relaciones políticas en Eurovisión, pero sí afirmar que esto no es lo que determina el resultado final".

¿El nuevo campo de batalla?

Como en todo concurso, la acción básica es competir y el objetivo, ganar. Para José Miguel Fernández Dols, catedrático de Psicología Social de la Universidad Autónoma de Madrid, la gran competición musical por excelencia entre las naciones europeas es un invento para rivalizar entre unos y otros. “El concepto nación genera solidaridad ‘dentro’ y egoísmo ‘fuera’ y se convierte en una camiseta casi perfecta para jugar al ‘nosotros’ contra ‘ellos’. Durante mucho tiempo, en Europa este juego consistía, básicamente, en matarse unos a otros detrás de una bandera. Luego, se creó una versión más popular con sucedáneos menos crueles para aliviar el ardor nacional sin necesidad de recurrir a los cañones. El más evidente es el deporte que, en sus orígenes, no era más que un entrenamiento para la guerra, y otro de ellos fue el festival de Eurovisión”, dice el experto.

Lo realmente llamativo es que en este panorama liviano de patriotismo o nacionalidad, como señala el catedrático Fernández Dols, los triunfos o derrotas en espectáculos aparentemente superficiales en los que no nos jugamos más que el orgullo, como un concurso de canciones o un campeonato deportivo, podrían llegar a alterar la situación emocional de la población de un país, aunque sea en pequeñas dosis. “Un triunfo puntual, por ejemplo, la victoria en un mundial de fútbol, genera cambios espectaculares en la sociedad, pero muy localizados en el tiempo; es lo que yo llamo un cambio de atmósfera. A veces uno de esos triunfos puntuales tiene alguna consecuencia importante, aunque los efectos positivos (o negativos en caso de derrota) se suelen apagar rápidamente”, matiza. Aún así, una serie continuada de éxitos o un proceso prolongado en el tiempo de fracasos, son capaces de generar un cambio más llamativo y duradero en el estado anímico de los ciudadanos. “Una historia de triunfos repetida en el tiempo sí genera adhesiones entre la población, sea en nombre de la nación o de cualquier otra ‘camiseta’ con la que competimos. Primero, porque los enemigos externos unen mucho; y segundo, porque es muy humano querer subirse al carro del ganador”, explica el catedrático. Una de esas ocasiones que dejó huella en la historia respecto a lo que dice José Miguel Fernández, fue la famosa final del mundial de Rugby de 1995 en Sudáfrica, aunque el profesor repite y aclara: “El clima de una sociedad no depende de una victoria o derrota puntual sino de una larga y consistente historia de victorias o derrotas. El hecho de ganar aquel campeonato no fue lo que dio una mayor cohesión nacional e interracial a Sudáfrica, eso fue cosa de la extraordinaria altura política y moral de Mandela y otros dirigentes como él”.

Esta noche, Edurne, la representante de España en Eurovisión 2015, podría romper la racha española de puestos mediocres en la clasificación final para, a partir de ahora, seguir la estela de las influencias positivas de un triunfo. Turísticamente, será un acicate. Y aunque todos los países ganadores denuncian, año tras año, que no resulta rentable su organización, nadie quiere renunciar a intentarlo, porque la exposición mediática y el sentimiento de apoyo de países cercanos y estratégico resulta impagable. Como sellar la bandera de la victoria...

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