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“Entiendo la frustración de Escocia con el Gobierno británico”

Está a punto de cumplir 60 años, lleva cuatro décadas de carrera a sus espaldas y ha vendido 80 millones de discos. Annie Lennox se declara con orgullo “escocesa y británica” Regresa al escenario entonando himnos de la música negra y viejas canciones que hablan de la lucha contra la esclavitud

Lennox regresa al escenario entonando himnos de la música negra.
Lennox regresa al escenario entonando himnos de la música negra.Ian Harrison

Pillamos a la diva haciendo ejercicios de estiramiento con una pierna reclinada sobre la cama de la habitación del hotel. Es el corto paréntesis que se regala en esta tarde de obligadas entrevistas en Londres con el fin de promocionar su primer álbum en cuatro años, aunque en realidad serán muy pocas porque Annie Lennox –como antes ha explicado la publicista de su sello discográfico– intenta no hablar más de lo estrictamente necesario para proteger su portentosa voz. Esa voz de contralto que a lo largo de casi cuatro décadas de carrera le ha granjeado entre otros cuatro grammys, ocho premios Brits y un oscar, e incluido además a su dueña entre “los cien vocalistas más grandes de todos los tiempos” en el podio levantado por la revista Rolling Stone. Sólo ahora desde su veteranía se ha atrevido a asumir el reto de versionar unos clásicos del jazz inmortalizados en su tiempo por nombres en letras mayúsculas como los de Billie Holiday, Ella Fitzgerald y Nina Simone.

Lennox saluda con un registro vocal tenue y bien modulado que controlará a lo largo de la entrevista y ni siquiera alterará cuando aborde aquellos temas que más le apasionan: la música, por supuesto, pero sobre todo el activismo social al que ha consagrado la última década por encima de todo lo demás, según su propia confesión. A punto de cumplir los 60 años la próxima Navidad, la artista escocesa (Aberdeen, 1954) proyecta una imagen elegante y un punto clásica, su todavía esbelta figura vestida toda de negro con una blusa ribeteada de encaje y sencillos pantalones. Sólo el pelo muy corto teñido de platino rememora aquel look andrógino con el que jugó en las extravagantes y maravillosas puestas en escena que acompañaron su ascenso a la categoría de icono del pop, primero como la mitad más visible del dúo Eurythmics y, una vez rota la asociación profesional –y personal– con Dave Stewart que despuntó en la escena musical de los ochenta, reeditando el éxito en solitario.

Sigue siendo una estrella, y no sólo en el firmamento musical de Reino Unido, donde es reconocida como la artista femenina más exitosa de su historia, aunque se prodigue poco en los últimos tiempos, más allá de intervenciones puntuales que en muchos casos suelen arropar sus actividades filantrópicas. El regreso de Annie Lennox a primera línea siempre es noticia, ahora con un nuevo disco que sale al mercado el 27 de octubre y en el que reinterpreta algunos de los temas más emblemáticos del cancionero popular americano. Ha elegido para la cita el recogimiento de un pequeño y discreto hotel del oeste de la ciudad donde sólo se respira silencio y aromas añejos, en un ambiente intimista que parece resumir el espíritu de esa colección de temas reunidos bajo el evocador título de Nostalgia (Universal).

El dúo Eurythmics, junto a David A. Stewart, colocó a Lennox en el mapa. En la imagen, en 1985.
El dúo Eurythmics, junto a David A. Stewart, colocó a Lennox en el mapa. En la imagen, en 1985.David Montgomery (Getty)

Imbuida en esos aires nostálgicos, la artista que fuera sinónimo de la más rabiosa modernidad ha decidido adentrarse en otro tiempo y otro lugar para brindar una versión muy personal de las canciones que ­dominaron la cultura popular desde los años treinta hasta los umbrales de la eclosión del rock and roll a principios de los cincuenta, hermosas composiciones ­enraizadas en el blues que nacieron en una era de lucha por los derechos civiles en ­Estados Unidos. Con una vasta producción a sus espaldas que ha transitado de forma ecléctica por diversos géneros, desde el pop electrónico hasta el rock o el soul, su voz ha encontrado un nuevo desafío en ese ­territorio hasta ahora inexplorado del jazz de la mano de temas que, como ­Summertime, I Put a Spell on You, Georgia on my Mind y Strange Fruit, hablan del amor, de la pérdida y del dolor en unos tiempos reivindicativos que Lennox considera hoy “tan relevantes como lo fueron entonces”.

Ese sentimiento de nostalgia que impregna su último álbum, ¿responde a la necesidad de mirar atrás y hacer balance cuando está a las puertas de convertirse en sexagenaria? Sí me siento nostálgica, porque al mirar atrás cobra sentido el lugar al que he llegado, las seis décadas en este planeta donde nací en los cincuenta sin cuchara de plata, el trabajo muy intenso sobre todo en los setenta y ochenta… y el resto de mi vida con todos sus personajes. A medida que pasan los años vas acumulando ese depósito. El pasado es el pasado, realmente no existe, pero lo acarreas en tu conciencia. ¿Podemos regresar a los años treinta? No, no podemos deshacer el tiempo, pero sí mirar las cosas que ocurrieron entonces a través de la música, de los libros o las películas que describen sus cambios, sus altos y bajos, a esos escritores y compositores que fueron la vanguardia de la cultura popular y crearon unas canciones extraordinarias. Esa es la belleza de cómo funciona el arte, un artista lo funde con su propia vida. No es una existencia convencional, yo no puedo separar mi vida de mi carrera. Y la música es una oportunidad para expresarme de una forma mucho más profunda que en una conversación.

¿Qué le atrajo de ese género del jazz que no había abordado antes en su dilatada carrera? La curiosidad. Nunca me había acercado antes a ese género, con excepción del tema de Cole Porter que grabé a finales de los ochenta para el álbum Red Hot + Blue [el tema, Every Time We Say Goodbye, formó parte de uno de los primeros discos lanzados por la industria musical en beneficio de la lucha contra el sida, con versiones de la obra del compositor americano a cargo de estrellas del pop]. Siempre me gusta empujar mis límites y quise preguntarme si se me permitiría entrar en ese universo, si se adaptaría a mi voz.

Entiendo que a muchos escoceses les haya atrapado el nacionalismo”

¿Cómo descubrió que podía hacer suyos esos temas legendarios? Fue un proceso muy íntimo, primero descubrir a fondo las canciones y luego explorarlas yo sola con mi teclado, buscando el enfoque correcto. Soy cantante, compositora y performer, pero no contraté a un arreglista que creara un marco de referencia, lo construí yo misma, y por eso es tan personal. Sólo cuando ya tenía elegida una docena de temas empecé a bosquejarlos con mi coproductor Mike Stevens, a crear una estructura y a buscar un sonido. Es lo mismo que un pintor cuando encuentra su tonalidad de color. Una canción es un concepto en la mente de alguien, aparece como un paisaje, una historia que te transmite un sentimiento. Viví en el mundo de estas canciones cada día porque, una vez que estás dentro, te rodea completamente, no haces nada más, no hablas con nadie, ni siquiera lavas los platos. Es casi metafísico, y muy absorbente.

Con el paso de los años, ¿siente que es más lo que gana o lo que pierde la voz? Depende de cómo vivas tu vida, de si fumas o de si hablas demasiado. Mi voz cambia día a día, y cuánto más cantas, mejor logras dominarla. La voz te transporta y a la vez debe transportar a otros, hay que cuidar cómo la utilizas, la técnica y la respiración, que no son lo mismo cuando hablas que cuando cantas. [En este punto, Lennox se detiene en su discurso para ilustrar gráficamente los diferentes pulsos respiratorios que acompasan el uso de sus cuerdas vocales según las circunstancias]. Me cuesta describir esos cambios, pero sí puedo decir que la experiencia te da una formación en el timbre, en la calidad, en lo que aportas de tu vida y de tu narrativa que acaba destilándose en la voz. Aunque quizá no deba decirlo yo, sino otros.

Las canciones que versiona en Nostalgia son consideradas todo un monumento de la historia de la música gracias a las interpretaciones de las grandes figuras de aquella era que muchos consideran irrepetibles. ¿Hasta qué punto le condicionó o intimidó ese bagaje? Tuve que apartar de mi mente aquellas versiones, encararlas como si no las hubiera oído nunca antes. Y decidir si era simplemente una loca por atreverme a hacerlo o si podía aportarles mi propio granito. Porque todas aquellas causas en las que me he volcado en la última década me conectan con esas canciones que nacen de una experiencia humana colectiva. Con la vida de unas gentes y especialmente de unas mujeres de las que puede diferenciarme el color de la piel, el proceder de una cultura diferente o de otro país, pero en definitiva todas pertenecemos al mismo género y compartimos las mismas voces de dolor.

El mundo en que vivimos es salvaje. Siempre lo ha sido. Es lo que somos”

La expresión de ese dolor colectivo del que habla resulta especialmente desgarradora en la canción Strange Fruit, que Billie Holiday convirtió en 1939 en uno de los primeros himnos musicales contra el racismo. ¿Tan poco ha cambiado el mundo desde entonces? La canción es muy específica, una de las primeras manifestaciones artísticas de protesta contra los linchamientos en el sur de Estados Unidos. Pero desde mi punto de vista el racismo, la barbarie, sigue ocurriendo las 24 horas del día, los siete días de la semana; la violencia, las violaciones, los bombardeos… Por eso el mensaje fundamental de esas canciones es tan relevante hoy como lo era entonces. El mundo en que vivimos es muy salvaje, como siempre lo ha sido. Eso es lo que somos.

Es decir, que escogió esa colección de temas tanto por su belleza musical como por la vigencia del contexto que reflejan… Absolutamente, lo trasladaba por ejemplo a Sudáfrica, donde sigue la discriminación y la pobreza. Esperaba que la situación cambiara con el fin del apartheid, pero en algunos aspectos es incluso todavía peor. Me siento impotente, ¿cambiará el mundo alguna vez? Los autores que escribían estas canciones eran en su mayoría hombres blancos que bebían de los orígenes del blues y con ello se retrotraían a los tiempos de la esclavitud. Y todavía hoy sigue habiendo millones de esclavos. Tenía el sentimiento de que esos temas clásicos resultan muy contemporáneos. Al mismo tiempo son canciones muy bonitas.

La carrera musical en la que Annie Lennox ha vendido 83 millones de discos ha ido cediendo terreno en los últimos años frente a su labor filantrópica y su activa participación en diversas campañas humanitarias, como la lucha contra el sida, la erradicación del hambre en África o la paz global. Cuando en 2011 la reina Isabel II condecoró a la artista con la Orden del Imperio Británico (OBE), Lennox subrayó que “este reconocimiento implica que la gente está escuchando” y renovó su compromiso con tantas causas: “Mi trabajo no ha caído en el vacío, veo que lo que hago tiene un significado”.

Annie Lennox

Nacida en la ciudad escocesa de Aberdeen en 1954, se estrenó en la escena musical a finales de los setenta (la imagen es de 1979) con el grupo The Tourist, cuya ruptura le alió con Dave Stewart para formar el dúo Eurythmics. Temas como Sweet Dreams (Are Made of This), arropados por la extraordinaria voz de Lennox y sus radicales transformaciones de look, dominaron en la banda sonora de los ochenta, una década que culminó con el desencuentro personal y artístico de la pareja. Desde su exitoso debut en solitario en 1992, la cantante ha venido dosificándose en los escenarios para dedicarse a sus dos hijas (nacidas del segundo de sus tres matrimonios), y en los últimos años, al activismo social. Tiene en su vitrina casi todos los premios: del Grammy al Oscar.

A pesar del lanzamiento de su nuevo disco, ¿está decidida a que siga primando el activismo sobre la música? Absolutamente, ese impulso no se va a ir. Desde que empecé a implicarme en esas campañas hace una década, tengo la necesidad de situarme en cierto activismo. Quiero vivir una vida conectada con aquello que despierta mi pasión… [aquí se interrumpe, meditabunda] Quizá también haya espacio para la música, no lo sé, pero sobre todo quiero vivir mi vida sintiendo que tiene un valor.

Una de las causas que siempre ha defendido con mayor ahínco es la de la lucha por la igualdad de la mujer, y en los últimos tiempos viene lamentándose del descrédito del feminismo. Sus declaraciones del pasado septiembre calificando a Beyoncé de “feminista lite” y la sugerencia de que algunas artistas jóvenes sólo se declaran feministas para promocionar sus carreras levantaron ampollas. No pretendía repudiar a Beyoncé, creo que es una artista increíble y que no hay otra como ella. Pero pienso en una persona como Eve Ensler, que escribió los Monólogos de la vagina sobre la emancipación de la mujer, y eso sí que es un feminismo contundente. Ni siquiera yo puedo incluirme en esa categoría, pero Eve se la ha ganado. En ese contexto hablé de Beyoncé, creo que si abrazara una parte del mensaje de Eve Ensler podría hacer algo poderoso. El feminismo no es unirse a un club porque resulta conveniente, es un verdadero compromiso. Y la fama es una moneda que podemos utilizar, pero es muy difícil encontrar la plataforma correcta. A veces veo campañas encabezadas por rostros famosos y me pregunto realmente qué son, aunque siempre serán mejor que nada. Pero el esfuerzo sólo tiene sentido si lo haces genuinamente.

La persona pública de Annie Lennox siempre ha hablado alto y claro sobre cuestiones espinosas, pero a pesar de que Escocia es su tierra natal, declinó sumarse a los pronunciamientos por el sí o el no en el que se involucraron muchos artistas de Reino Unido ante el reciente referéndum sobre la independencia, celebrado el pasado 18 de septiembre. En el tenso tramo final de la campaña, cuando los sondeos sugerían un veredicto abierto en el que todo era posible, los soberanistas vieron un mensaje subliminal y unionista en el gesto de la cantante de colgar en su cuenta de Facebook la fotografía de una bandera de la Union Jack en un escaparate de Londres.

¿Cómo vivió aquel proceso y las críticas de algunos escoceses que le acusaron de medias tintas? Sólo dije que soy agnóstica. Yo no tenía derecho de voto [al no ser residente en Escocia], estaba fuera del juego, pero sobre todo no quise pronunciarme porque veo las razones de las dos partes. Personalmente estoy contenta de ser escocesa y británica. Entiendo la frustración de Escocia con los políticos de Westminster y que muchos se hayan dejado atrapar por el orgullo nacionalista, pero ¿es esa una solución a largo plazo? Pienso en esa balcanización, que después de las reivindicaciones de los escoceses vengan las de los galeses, los ingleses o la gente de Cornualles, y me pregunto cuánto tienes que romper hasta encontrar una solución definitiva.

¿Está entonces contenta con el veredicto contrario a la independencia? Me siento bastante aliviada.

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