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Carmen Calvo: “El artista no necesita subvenciones, sino buena divulgación”

Tiene obra en prestigiosos museos como el Reina Sofía y el IVAM de Valencia, su tierra.El último premio Nacional de Artes Plásticas asegura que sigue ejerciendo su oficio por puro “egoísmo”

Quino Petit
La artista Carmen Calvo, en su estudio.
La artista Carmen Calvo, en su estudio.Jordi Socías

Mediodía de un día laborable a la espalda de la valenciana calle del Turia. Algunos comercios permanecen todavía a medio abrir entre un calor húmedo de septiembre y el rugido del patio de un colegio cercano. La artista Carmen Calvo (Valencia, 1950) pasa la mañana en uno de los bajos de la zona. Una nave de techos altos, rebosante de objetos que acaban formando parte de sus célebres collages. Menuda y risueña, Calvo abre la puerta de su estudio y lleva acto seguido al visitante a contemplar las obras que ya prepara para la próxima edición de ARCO en Madrid. Al fondo de la estancia, junto a una estantería llena de objetos de lo más variopintos, reposa un gran cuadro con la imagen de un niño de rostro angelical e inquietante a partes iguales, cual jovencito Rimbaud. Tapando los ojos del muchacho, como si los atravesara, cuelga pegado al lienzo un afilado cuchillo que antaño sirvió para cortar bacalao.

“A veces los objetos tienen vida”, afirma Calvo. Son ellos el motor de sus creaciones. Cachivaches que pertenecieron a otros, artilugios y recuerdos, muchos de ellos encontrados en mercadillos, se reencarnan en los collages de esta artista dueña de un discurso creativo arrebatador. Premio Nacional de Artes Plásticas 2013, con obra en la colección permanente de destacados museos que van desde el IVAM de Valencia al Reina Sofía de Madrid, estos días prepara su discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia y la inauguración de una muestra en el Centro de Fotografía Contemporánea de Bilbao.

Sus obras ofrecen relecturas del pasado a través de los objetos. Poco parece haber cambiado en la intención de esa mirada desde la sonada intervención que ejecutó junto al poeta Joan Brossa en el pabellón español de la Bienal de Venecia en 1997 y que el año pasado fue reconstruida en la exposición que le dedicó el Centro de Arte Tomás y Valiente de Fuenlabrada (Madrid). Siguen presentes la obsesión por las infancias rotas y las matas de cabello que tanto juego dieron a los surrealistas. Antes de sentarse a conversar, la artista menciona el título de ese intrigante lienzo del niño al que atraviesa los ojos un cuchillo de cortar bacalao: Los grandes malditos.

¿De dónde nace su arte? Las historias evolucionan poco a poco. Nunca me había planteado vivir de la pintura. Todo empezó con los compañeros de viaje de los que aprendes, desde el Equipo Crónica a Teixidor, que formaron parte de lo que pasaba aquí en Valencia…

Instalarse en este estudio hace 12 años supuso regresar a la calle del Turia donde nació. ¿Qué tiene hoy de especial este lugar para usted? Los cambios de lugar de trabajo siempre han sido para mí muy traumáticos, por aquello de tener que llevar todo a cuestas. Aquí volví por casualidad, no porque naciera en el número 45 de esta calle ni porque el Equipo Crónica tuviera un estudio muy cerquita. Iba buscando un bajo y lo encontré aquí. Al cabo de mucho tiempo me di cuenta y dije: ¡Ostras, si yo nací aquí!

¿Su acercamiento al Equipo Crónica se produjo también por la casualidad de que fueran vecinos? No, aquí viví con mi familia hasta los siete años y luego nos mudamos. Mi encuentro con ellos vino por otra vía.

¿Cuál? La militancia en el Partido Comunista. No era una militancia muy acérrima, sino una contestación a todo lo que estaba ocurriendo en aquellos años. Entré porque trabajaba en una empresa de artes gráficas, tenía 20 años y era muy impetuosa. Iba repartiendo propaganda por los autobuses, de camino hacia el trabajo. Y formé parte de una célula en el partido con la gente más o menos creativa.

¿Sigue vinculada a esa ideología? Nos distanciamos todos porque no había un entendimiento. Pero me sigo considerando demócrata.

Hay algo que me llama la atención en los mercadillos: son lugares donde no se sorprenden porque vayas a comprar balas"

¿Pero qué tiene que ver ser demócrata con ser comunista? Bueno, es que yo soy un poquito más que demócrata.

¿Es de los que reclaman más democracia? El momento que estamos pasando es lo suficientemente malo. Vamos hacia atrás a pasos agigantados.

El pasado tiene precisamente mucho que ver con su obra. ¿De dónde nace ese interés por los objetos de otras épocas? La memoria es la clave. [Christian] Boltanski dice que cada uno expresa lo que guarda en la memoria. Una memoria que tiene que ver con la educación, con la forma de mirar la pintura. Las ausencias de los objetos también son importantes, porque para mí están llenos de vida. Yo no me considero coleccionista de cachivaches. Los suelo encontrar en sitios donde ya están completamente olvidados. Hay algo que me llama la atención en los mercadillos: son lugares donde no se sorprenden porque vayas a comprar balas. Total, cuando están ahí es porque ya han perdido la función para la que fueron creadas.

Algo de síndrome de Diógenes puede que padezca. No, no, no. Yo uso todo lo que guardo en aquella estantería [señala una repisa llena de objetos, entre muñecos, instrumentos, fotos antiguas…] en mis obras. También me regalan muchas cosas. Podría hacer una exposición con el guion sobre los objetos que la gente me regala. Pero cuando voy en busca de una cosa es distinto: hay un paralelismo entre esa búsqueda y el acto que realizaba el pintor al sacar su caballete y su paleta.

Lecturas del pasado

Carmen Calvo (Valencia, 1950) ganó a finales del año pasado el Premio Nacional de Artes Plásticas. Un galardón que reconoce la obra de una autora que acostumbra a ofrecer lecturas del pasado a través de objetos que pertenecieron a otros y pueblan sus característicos collages. Su prestigio internacional despegó en 1980, con la exposición New images from Spain, organizada por el Guggenheim de Nueva York. En 1997 ocupó junto a Joan Brossa el pabellón de España en la Bienal de Venecia con una instalación que el año pasado se recuperó para la gran retrospectiva que le organizó el Centro de Arte Tomás y Valiente de Fuenlabrada (Madrid). Peleona y en plena forma, asegura no querer ser "llorona ni derrotista", pero sí "individualista".

¿Lo que usted hace con estos objetos es pintura? Sí, porque siempre miro hacia ella. Lo mío es otra manera de pintar. Pero mi base es pictórica, aun cuando hago vídeo.

¿Y para qué sirve un Premio Nacional de Artes Plásticas? Para sobrevivir. Me ha venido muy bien en una época en la que está todo muy pausado. Con el dinero del premio he montado cuatro proyectos. Uno de ellos será una intervención en el barrio del Carmen, porque me preocupa mi ciudad, mi entorno, y debo manifestarme de alguna manera. Valencia está seducida y abandonada por los políticos.

¿Todo el dinero del galardón ha ido destinado a eso? Todo no. El resto lo he destinado a vivir. Pagar la luz, el agua, alquileres.

A muchos les sonará raro esto pues usted pertenece a la élite de artistas españoles. Desde luego, pero esa es una falsa idea que se ha tenido siempre, no es de ahora: el artista siempre está como los termómetros, en subidas y bajadas. Para empezar se trata de una profesión que eliges. Pero eso de una élite… Yo he sido una de las mujeres que han destacado en este oficio. Mujeres, por cierto, que hay muchas y muy pocas consideradas como merecen. Hacia las más jóvenes afortunadamente hay otra postura porque ha existido un avance, pero falta mucho por igualar también en este campo. Y eso que yo no me puedo quejar.

¿Cuál es su radiografía del mercado del arte en España? Yo lo veo mal, pero lo veo mal por mí. He tenido conexiones con el exterior. Pero todo eso de saber cuándo y dónde vas a tener tu próxima exposición es una lucha horrible, un desgaste de energía. Y con la que está cayendo ahora, ¿quién va a pensar en comprar un cuadrito? Por otra parte, los que pueden ya no compran más. Y las instituciones… No digo que den dinero a los artistas, sino que ya no existen museos que compren.

Esa reivindicación corre el peligro de acercarse al polémico concepto de “artista subvencionado”. Yo estoy en contra de eso. Y no me puedo quejar porque en España hay más o menos obra mía en los museos. Muchas de ellas, regaladas.

Para ser artista hay que ser un poquito egoísta. Por eso yo estoy en 'solitudine"

¿A qué instituciones ha regalado obras? Al IVAM, por ejemplo, que me compró obra cuando estaba al frente Vicente Todolí.

¿También ha regalado obras al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía? No, aunque tendría que hacerlo. El Reina Sofía me ha comprado mucha obra. Pero al artista no le hace falta estar subvencionado. Lo que necesita es un buen divulgador de su obra. Son productos que como el vestido o los zapatos han de salir al mercado.

¿Usted vende muchos cuadros? Je, je. No soy una artista que levante pasiones.

La violencia que a veces lleva implícita su obra es lo que no deja indiferente a nadie. A lo mejor lo que ocurre es que sí despierta pasiones, pero encontradas. Es que en las obras tiene que haber… A mí me encanta producir a veces esos rechazos.

Para una jubilación tranquila sí le quedará pese a todo. ¡Ay, la jubilación! No pienso en esto. Los artistas no nos podemos jubilar, por muchas razones. Perderíamos el alma… Y por otro lado… Dentro de una semana tengo una entrevista con mi gestor. Pero me jubilaré cuando empeore la artrosis que padezco. Esto es mi vida, qué narices. Y uno se hace egoísta.

¿Para ser artista hay que ser egoísta? Un poquito. Por eso yo estoy en solitudine.

Por lo menos estará contenta con la rebaja del 21% al 10% en la carga fiscal del IVA que el Gobierno modificó para el mercado del arte justo antes de la pasada edición de ARCO. Yo contribuí a protestar contra el IVA al 21%. Pero no quiero ser llorona ni derrotista. Soy individualista.

¿Es la suya una vida de artista? No sé qué es la vida de un artista. Realmente me paso aquí muchas horas todos los días. No sé si eso es ser artista. Un poco enloquecida con mis cosas sí, pero si llega un día y se te funden los plomos se deja todo, ¿eh?

¿Cuánto hay de la niña que usted fue en aquellas muchachas que aparecen en sus obras vestidas de comunión con unos hábitos convertidos en burka? Más que la niña que fui yo, que también, el asunto es que esos signos permanecen vigentes. La gente se sigue casando, se sigue celebrando… Y el tema del burka también está ahí. A mí lo de la comunión no me gustaba mucho, pero la hice. Es la única vez que me he vestido de blanco, porque no me he casado. Aquel era un camino de ciertas mujeres en una determinada época. Pero resulta que ese camino se sigue repitiendo de manera más o menos traumática. Yo tuve una infancia feliz, dentro de las posibilidades de una familia completamente humilde. Fui a un colegio nacional en la dictadura, canté el Cara al sol con la mano en alto y comí queso americano, pero era feliz. Fui la pequeña de tres hermanos. Ellos me llevaban casi veinte años.

¿A qué se dedicaban sus padres? Eran castellanos y llegaron a Valencia tras la Guerra Civil. Unos parientes les permitieron hacerse cargo de la portería del piso donde nací, aquí cerquita. Eran muy humildes, pero siempre me dejaron hacer lo que yo quise. No pusieron trabas a que, como la canción, yo quisiera ser artista.

Mi primer arrebato artístico fueron las rayuelas que dibujaba en la calle, a la puerta de la casa de mis padres"

¿Cuál fue su primer arrebato artístico? Las rayuelas que dibujaba en la calle, a la puerta de la casa de mis padres. Y después mi hermano Ángel comenzó a pagarme las clases de repaso de dibujo. Yo tenía ocho o nueve años. Aquella maestra enorme, a la que le faltaba un trozo de nariz porque decían que le había caído algo en la guerra, sacaba un objeto y lo sostenía un par de minutos para que lo observáramos. Después lo apartaba de nuestra vista y había que dibujarlo. Quizá mi obsesión con los objetos venga de ahí. Ese tipo de imaginación me gustaba más que ciertas asignaturas que encontré en Bellas Artes, carrera que no llegué a terminar porque no me interesaba. Antes cursé Artes y Oficios, y Publicidad. Y después me puse a trabajar.

¿En qué momento se dio cuenta de que usted era una artista? Bueno, hay artistas y creadores.

¿Y usted qué es? Creo que estoy entre medias. Tuve suerte de que la galería Buades hiciera una exposición con mi obra y después coincidí con Pérez Villalta y Teixidor en la galería de Fernando Vijande. Yo trabajaba y pintaba, y en 1980 decidí que se acabó, que tenía que dedicarme a esto. Fue cuando me seleccionaron para la exposición New images from Spain en el Guggenheim de Nueva York. Pedí una excedencia en el trabajo que tenía de artes gráficas. Después fui a Madrid con una beca en la Casa Velázquez. Y en 1982 aterrizo en París por un año y medio. Me quedé nueve. Allí encontré otro mundo que poder tocar. Me reunía con otros pintores, como Campano, Broto, Sicilia… Regresé a Valencia por mi madre. Ella enfermó, y como soy un poco tía Tula…

¿Fue en París donde se consolidó su obra? Hubo una explosión motivada por una tragedia. Se murió Bruce, mi compañero, de repente. Me trastocó mucho. Las ausencias que llegan así, de repente, a una determinada edad, te hacen cambiar. Me llevó a iniciar otros caminos. No a cambiar la trayectoria de mi trabajo, pero sí quizá a darle un punto más trágico. Permanece la huella, queda la memoria, pero el ser humano se queda en ralentí.

Fuera del arte, ¿de qué se arrepiente no haber hecho? Me habría gustado tener más formación. Pero soy una mujer con suerte. Sigo conociendo a compañeros estupendos, hago lo que quiero… Con todos sus altos y bajos. Hay días que digo: estoy hasta las narices de esta ciudad, inhóspita e infiel, pero por otro lado soy fiel a este lugar. Aquí sigo.

¿Qué objetos de todos los que conserva en este estudio utilizaría para meter en un lienzo con el que contase el tiempo que vivimos? Es un tiempo de duda, de personas que han visto cómo los ideales en los que creían se han venido abajo. Pero hay que mantener la fe en que no todo el mundo es igual. La imagen que se me viene a la cabeza si pienso en estos tiempos es la de los personajes que aparecen en aquel cuadro [se levanta y descuelga una serigrafía de 2008 donde dominan la escena tres caballeros vestidos con sendos trajes oscuros y la cabeza tapada con matas de pelo negro].

Ese cuadro con hombres vestidos de traje gris y la cabeza tapada por matas de pelo es una inquietante descripción del momento que vivimos. ¿Qué le entra por el cuerpo cuando encuentra una obra suya colgada en un museo importante? Me digo: “Carmeta, ¡vete a limpiar pinceles!”. Me da cierta vergüenza ver mi obra.

¿Cómo cree que será recordada? A mí ni me recordarán. El tiempo lo limpia todo.

Pero trascender es el deseo del artista. No, a mí no me importa. De hecho, ahora tengo un problema con tanto cuadro. ¿Qué hago con todo lo que tengo? Al final se trata de egoísmo. Yo hago esto por mí, porque me divierto haciéndolo. Como aquella niña que pintaba la rayuela sobre la acera de la calle junto a la puerta de casa de mis padres. ¿Pasar a la posteridad? Eso no… Y menos, las mujeres. ¡Mira cuántas mujeres han sido ayudantes de los artistas en sus estudios!

Pero la vanidad existe siempre. Pues lo que ahora recuerda la gente de mí es que no paro. Y yo les digo: ¿pero qué frivolidad es esa? Yo no tengo que fichar, hago lo que me da la gana, llego al estudio y me tomo cuatro cervezas, dos cafés, me pongo en el ordenador, leo, riego las plantas… Cuando llega lo que tiene que llegar, me pongo y dibujo. ¿Qué mayor felicidad es esa?

¿Y qué la saca de aquí? Ir al rastro, quedar con los amigos, bajar a la playa, pasear con mi perro Tonet… Una vida muy normalita.

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Quino Petit
Es redactor jefe de Nacional en EL PAÍS. Antes fue redactor jefe de 'El País Semanal', donde ejerció como reportero durante 15 años en los que ha publicado crónicas y reportajes sobre realidades de distintas partes del planeta, así como perfiles y entrevistas a grandes personajes de la política, las finanzas, las artes y el deporte.

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