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La receta de ‘MasterChef’

Doscientas personas, lideradas por mujeres, han convertido este programa culinario en uno de los de más éxito de la parrilla televisiva con 33 millones de espectadores en su primera temporada. Entramos en las tripas de un gran circo gastronómico que regresa por tierra, mar y aire

Patricia Ortega Dolz
El cerebro del programa. Macarena Rey, en el centro y Ana Rivas. Son la producción ejecutiva del programa y posan junto al chef Pepe Rodríguez.
El cerebro del programa. Macarena Rey, en el centro y Ana Rivas. Son la producción ejecutiva del programa y posan junto al chef Pepe Rodríguez.CATERINA BARJAU

Macarena Rey, una ejecutiva estilosa de 44 años, guapa, de vivaces ojos castaños, no es precisamente una experta cocinera. Sin embargo, hace un par de años, dio con una de las recetas del éxito. Por supuesto, no se la inventó. Fundamentalmente copió e interpretó a la española una fórmula que una década antes habían probado y popularizado los ingleses y que ya han consumido, en sus correspondientes versiones, 200 millones de personas en 46 países. Se llama MasterChef.

Ingredientes básicos: 200 personas divididas en dos equipos, 7 cámaras en exteriores y 9 en plató que graban todo el tiempo simultáneamente, unas 70 horas de cintas por programa, 700 metros cuadrados de plató (elaborado con 300 metros cuadrados de madera y 40.000 clavos), 7 kilómetros de cable para mantener las comunicaciones inalámbricas de oreja a oreja, y más de 230 proyectores de luz.

Modo de hacerlo: mediante un proceso de digitalización de dos días (con sus noches), se reserva el registro de todo ese trabajo conjunto y se mantiene -cerrado bajo llave, ventilado y a la temperatura adecuada (21 grados)- en una enorme memoria electrónica llamada ISIS con una capacidad de 40 teras, unos 40.000 gigas. Ahí reposa al menos durante un mes, que es el tiempo aproximado necesario para tener un programa a punto de emisión. Durante esos 30 días, y con las orientaciones de la producción ejecutiva, un equipo de redactores va separando el grano de la paja. Selecciona las partes más sabrosas hasta crear lo que, en este particular lenguaje culinario, se llama “el churro”. A continuación, con un minucioso proceso de montaje, se va reduciendo poco a poco hasta lograr una mezcla perfectamente empastada de dos horas. El programa estará listo cuando parezca que, pese a los diversos manoseos de la masa, solo lo ha hecho una persona.

Los concursantes viven encapsulados en un chalé sin televisión ni Internet, pero con libros de cocina. Comen separados del resto del equipo y tienen 10 minutos a la semana para hablar con sus familias

Como toda buena receta que se precie, la de Macarena Rey también guarda un secreto hasta el momento indescifrable: su coste. Sin embargo, hay otros que pueden descubrirse casi a simple vista en su cocina .

La cocinera de MasterChef España se sienta en una silla de plástico al sol en un lateral del gran patio del hospital de Tavera (Toledo), convertido en set de rodaje por un día. Posa elegantemente la bandeja sobre sus rodillas y come en 15 minutos -con sus correspondientes interrupciones telefónicas- un plato de alcachofas rehogadas y una ensalada de arroz que ha cogido -al igual que el resto de las más de 50 personas de su equipo de exteriores- de las enormes bandejas metálicas del servicio de catering. Previamente, ataviada con camisa y vaqueros y subida al tacón de unos botines de ante, ha traído de su mano a una retahíla de 19 distinguidos invitados -conocidos y reconocidos comisarios de arte y galeristas- y los ha sentado a la mesa de un gran salón, entre tapices y cuadros de El Greco que decoran ese palacio renacentista. Macarena, al mando de la productora artífice de este programa (Shine Ibérica), no descuida ni un detalle. Del mismo modo que le ha vendido a la televisión pública española su receta de éxito, ha convertido uno de los platós de los Estudios Buñuel -de los más grandes de Europa- en su gigantesca cocina. Y ahora se suma con una oportuna comida de concurso a la promoción y celebración del cuarto centenario de la muerte del pintor griego que vivió y murió en la capital manchega. De paso, monta su macrococina en un palacio del siglo XVI. Lista es un rato.

Silencio. Se graba el séptimo programa de los 15 de la segunda temporada de este talent show culinario. Tras arrasar las parrillas televisivas el año pasado con 33 millones de espectadores, volverá a emitirse en la primera cadena de Televisión Española a partir del miércoles de esta semana. A los fogones, 9 de los 15 aspirantes a chef que comenzaron esta edición. Cinco ya han sido eliminados y uno tiene un corte en el dedo. Hoy les tocará cocinar carne de caza, una sopa de ajo, una fritada -“una especie de pisto”- y un postre de manzana. Así lo explica el chef y jurado del programa Pepe Rodríguez (del restaurante El Bohio, con una estrella Michelin en Toledo), que ultima los platos sobre las cocinas móviles montadas en ese patio palaciego a primera hora de la mañana.

Ingredientes básicos: 200 personas, 7 cámaras en exteriores y 9 en plató, 70 horas de grabación por programa, 700 metros cuadrados de plató, 7 kilómetros de cable y 230 proyectores

“Deben estar perfectos, estos son los modelos que los chavales van a seguir en la prueba”, advierte el cocinero, que se ha ganado la fama de espontáneo de Illescas (su pueblo) por algo: “Yo no querría morir en la cocina; si me toca la lotería, le prendo fuego al restaurante y me voy a una isla llena de tías guapas. Pero si me meto en harina, quiero ser el mejor”, suelta este hombre de maneras campechanas cultivadas durante años detrás de una barra. Él, con rapidez e ingenio de bar, se ha convertido en la levadura que hace crecer la masa del programa.

Ya están todos los platos listos para presentárselos a los concursantes. Tendrán unos minutos para verlos con detenimiento y recibirán unas instrucciones básicas antes de oír esa cuenta atrás: “... Y el tiempo comienza en cuatro, tres, dos, uno”. No hay recetas que valgan. Se cocina casi a ojo.

Finalmente, los aspirantes al título de MasterChef entran al set. Viven encapsulados en un chalé de Madrid, sin televisión ni Internet y rodeados de libros de cocina. Siempre comen separados por biombos del resto del equipo. Y tienen 10 minutos de teléfono (intervenido) a la semana para hablar con sus familias. “No pueden saber nada, no saben ni adónde van cada vez que se suben al autobús, son completamente ajenos a lo que se les viene encima en cada ocasión”, cuenta José Luis Mata, de profesión conseguidor, o jefe de producción de exteriores. Él es quien hará posible que este año se realicen pruebas en un buque portaaviones de la Armada, en un Airbus 330 o en el pico de una montaña nevada.

Cuando se cocina, dentro o fuera del plató, no se interrumpe ni se repite nada. Lo que sale, sale, en el tiempo que se estipule

La sorpresa es otro de los principales ingredientes de esta fórmula televisiva, que, aunque esté grabada de antemano, se rellena con momentos vivos. Cuando se empieza a cocinar, dentro o fuera del plató, no se interrumpe ni se repite nada. Lo que sale, sale, en el tiempo que se estipule, para fortuna o desgracia de los comensales invitados. Eso sí, lo que no se graba, no existe.

“Es más complejo que otros programas, hay que tenerlo todo previsto por si falla cualquier cosa; toda la parte de la cocción es como un directo, pero no se va de una cámara a otra como habitualmente, sino que son nueve grabando simultáneamente, nueve válidos”, resume Alfredo Montalvillo, que lleva 28 de sus 54 años trabajando como director de fotografía en Televisión Española.

Y, como la sal, el condimento sorpresivo se puede añadir en distintos momentos de la cocción . Al principio, por ejemplo, con una curiosa manera de presentar los platos que deben realizar los concursantes: “Podemos utilizar cajas misteriosas para ocultarles los ingredientes hasta el último segundo”, explica la directora de arte, Ulia Loureiro. También puede sazonarse durante la elaboración del menú, mediante las suspicaces preguntas que se improvisan desde el control, el centro de los ojos que todo lo ven (por las pantallas) y los oídos que todo lo oyen (por los micrófonos). Intervienen para sacar partido de aquello que está ocurriendo en ese momento en la cocina: “Dile que por qué está haciendo eso así” o “que por qué no ha hecho caso a Menganito”. Y si aún estuviera soso, siempre se puede coger el salero después, con las afinadas -a veces afiladas- valoraciones que realizan los jueces previas a las pruebas de eliminación.

Los cerebros de MasterChef son femeninos y cocinan lo justito o no saben cocinar

Las reacciones -equívocos, peleas, gritos, lágrimas- de los concursantes ante esas estudiadas y medidas dosis de sorpresa son las que determinarán el éxito de cada programa. Macarena y el resto de su equipo lo saben muy bien, por eso tienen desplegado a un grupo de redactores que observa y anota lo que hace, dice o siente cada uno de los participantes. Son auténticos chivatos: “Fulanito se ha confundido y ha puesto sal en vez de azúcar”, “Menganita no se lleva bien con Zutanito”, “la crema de Fulano tiene grumos”, “ésta siempre tiene problemas con los electrodomésticos”… Exprimen las emociones que se filtran mientras elaboran los platos y con ese jugo crean la salsa del programa.

En esta ocasión, MasterChef regresa con 15 curiosos aspirantes a ostentar el título; entre ellos, una disc -jockey llena de tatuajes, un empleado de funeraria o una chica vegana. “Unos no pueden ver el fiambre y otros los ven todos los días”, bromea antes de sentarse frente a las pantallas del control Ana Rivas, pinche de Macarena, su mano derecha. Las dos conforman la producción ejecutiva del programa. Y aquí viene otro de los secretos de la exitosa receta. Se trata de un espacio ideado, adaptado, dirigido, guionizado y editado por mujeres. Ninguna es una experta cocinera. De hecho, más de una no sabe apenas cocinar.

“Yo no he pasado del filete de pollo a la plancha”, confiesa Eva Sanz Melones, la directora y la verdadera voz que habla

Las cuatro caras visibles y cada vez más famosas del programa, repiten casi al dictado y se mueven como autómatas al son de las palabras de “la Melons”

-pinganillo mediante-por la boca de los chefs y jueces Pepe Rodríguez (Madrid, 1968), Jordi Cruz (de 37 años y propietario del restaurante Abac en Barcelona) y Samantha Vallejo-Nájera (Samantha de España Catering), y de la presentadora -y Miss España 2003-, Eva González. Todos ellos, las cuatro caras visibles y cada vez más famosas del programa, repiten casi al dictado y se mueven como autómatas al son de las palabras de “la Melons” -como la conocen detrás de las cámaras-, que ejerce de segunda de cocina, una mujer de 42 años curtida en mil batallas televisivas (incluida Pekín Express) y que nadie querría tener como enemiga pese a su generosa sonrisa.

Detrás de las cámaras, los chefs (y jueces), que gracias a este concurso ya se han habituado a hacer anuncios, ser portada de las revistas y salir cada dos por tres hasta en la prensa del corazón, se desprenden de esas poses casi hieráticas que muestran en las grabaciones. A sus 44 años, Samantha exhibe su lado más alocado y desenfadado: “Me tendrían que haber dejado vestirme de goyesca como yo quería, con lo que a mí me gusta un disfraz”. Jordi Cruz trata de ocultar su lado canalla presentándose (varias veces) como “un cocinero que se toma en serio su trabajo y que se dedica a divulgar la cocina de nuestro país”, pero lo cortés no quita lo valiente. Pepe Rodríguez no desperdicia la mínima oportunidad para provocar al personal: “En esta edición me he propuesto convertir a la chica vegana a la religión del disfrute total”. Y Eva González, la presentadora sevillana de 33 años, se baja de los tacones y se arranca con un cante en cuanto ve la ocasión.

Pero, resumiendo y yendo al grano de la parte trasera de estos gigantescos fogones televisivos, los cerebros de MasterChef son femeninos y cocinan lo justito o no saben cocinar. Junto a Rey, Rivas y Sanz está Helena Morales, capaz de improvisar y redactar un nuevo guion, a bolígrafo y con letra clara en un folio usado, en el rato de la comida. Y para emplatarlo y dejarlo bonito y listo para servir está Cristina Aller, una editora de 39 años que ve la vida en frames, es decir, a 25 imágenes por segundo: “Si parpadeas, te la pierdes”. No se le escapa una. Ella es la que lo empaqueta todo y lo pone para regalo, listo para ser deglutido por los espectadores.

Este es un trabajo que requiere hacer muchas cosas a la vez, y en este sentido siempre he confiado en las mujeres, resuelve Macarena Rey

“Este es un trabajo que requiere hacer muchas cosas a la vez, y en este sentido siempre he confiado en las mujeres”, resuelve Macarena, que lo mismo está en el control que atendiendo a los comensales o a los cocineros invitados, o dándole el OK final a un vídeo en una sala de edición de los Estudios Buñuel con otra bandeja de comida cuartelera al lado. En las cocin as de MasterChef se come bastante regular, hay que decirlo.

Una última cosa a tener en cuenta en esta receta. Para que no se corte es necesario mezclar adecuadamente y agitar lo justo a los equipos que la componen. Uno proviene de Shine Ibérica y otro pertenece a Televisión Española. En uno están demasiado acostumbrados a las guerras de guerrillas y en el otro se habla de los trienios perdidos. Dos dinámicas de trabajo batiendo los huevos de la misma mayonesa. El equilibrio y la potencia de la enorme batidora -se necesitan 600 kilovatios- los pone una vez más Macarena Rey, y hasta el momento no se le ha cortado.

“Todo es cuestión de equilibrios”, dice el director de plató, Eduardo Escorial. “En última instancia, se trata de cocinar y hay que calcular bien los tiempos para que no haya concursantes que acaben demasiado pronto y otros que no lleguen a terminar los platos, previamente probados y elaborados por el equipo de culinarios”. Él, aficionado a la gastronomía, es quien dirige esa cronometrada coreografía en la cocina, quien decide quién entra y sale y para hacer qué, y es quien señala el objetivo final de los ingredientes de esta compleja pócima televisiva: “Estamos poniendo en valor una de las grandes riquezas de nuestro país a través de cocineros amateur llenos de pasión. Tenemos que conseguir mostrar su evolución para que la gente sepa que puede hacer lo mismo en su casa”.

Así, en medio de una fiebre catódico-culinaria en la que proliferan continuamente sucedáneos como Top chef, Deja sitio para el postre, Mi madre cocina mejor que la tuya, Cocinados… vuelve MasterChef para enfrentarse a un ¡más difícil todavía!

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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