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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Altamira, de nuevo

La mera respiración y la sudoración de los visitantes, o los focos que iluminan las obras, son los peores enemigos de esta Capilla sixtina del paleolítico

marcos balfagón

En los tiempos de la obsolescencia programada, el reto es conservar en buen estado una obra de arte de hace más de 14.000 años. Conservarla y, al mismo tiempo, disfrutarla. De ahí que después de doce años de cierre total, las cuevas de Altamira se hayan reabierto esta semana pasada al público, pero con condiciones extraordinarias para no dañar las pinturas rupestres.

El sistema tiene muchos inconvenientes. El principal, que admirar de cerca las pinturas originales será casi tan difícil como ganar la bonoloto, pues solo cinco personas tendrán tal privilegio cada día. Pero también hay ventajas. La más importante de ellas es que, quizá a pesar de todo, se logre mantener intactas las obras. Las visitas sin control que durante años sufrió la cueva elevaron la temperatura interior y fomentaron la aparición de microorganismos capaces de reducir el óxido de hierro que proporciona el rojo característico de los bisontes, los ciervos y caballos que allí quedaron plasmados.

La mera respiración y la sudoración de los visitantes, así como los focos que iluminan las obras, se han demostrado los peores enemigos de esta Capilla sixtina del arte paleolítico. Por eso, una vez rodado este experimento de dosificación de visitas —mediante sorteo entre los que acuden al lugar—, los científicos determinarán si, a pesar de todo, el tesoro deberá seguir cerrado como estuvo durante miles de años hasta que en 1879 lo descubrió la niña María Sanz de Sautuola, abuela del banquero Emilio Botín. Desde entonces, miles de personas, a un ritmo de hasta 175.000 en algunos años, admiraron de cerca las pinturas sin saber que estaban colaborando en su posible extinción.

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Otra ventaja del nuevo sistema es que los agraciados, como esos primeros cinco visitantes del jueves, obtendrán una sensación única y no masificada de los secretos de la cueva. No es extraño, así, que los que pudieron entrar salieran fascinados por la experiencia; si bien llama la atención que uno de ellos se dejara ganar más por la pasión de los guardianes que cuidan el arte paleolítico que por disfrutar del impulso artístico de quienes hace tantos años fueron capaces de crear, con rudimentarios utensilios, este museo del arte.

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