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Cara a cara con las canciones que nadie ha escuchado jamás en Spotify

Forgetify es una web que reproduce esos temas que están en la base de datos de Spotify pero que nadie jamás ha buscado u oído

Bill Masters no escuchaba música ni tenía Forgetify, pero si se dieran esas dos circunstancias seguiría poniendo esa misma cara.
Bill Masters no escuchaba música ni tenía Forgetify, pero si se dieran esas dos circunstancias seguiría poniendo esa misma cara.

Primero Internet barrió los delirios megalómanos que tan sucintamente se habían plasmado en la canción Todo está en los libros (“Los campos de Soria, la Pampa, la Isla del Tesoro, el Grial”, largo etcétera) y los cambió por el consenso de que todas las preguntas tenían su respuesta en Google. Luego, llegó la idea de que (casi) todas las canciones tenían su casa en Spotify.

¿Todas? No.

¿Casi todas? Tampoco.

Los cuñados melómanos pasan el plumero a su colección de discos en vinilo y avisan de que no, no todo está en Spotify: ese espiritual de Gambia, ese cañonazo de funk turco, ese hit escondido de quickstep eslavo. Pero es que, además, de todas las canciones almacenadas en Spotify, un 20% no han sido escuchadas jamás. Cuatro millones de temas que acumulan la asombrosa cifra de cero escuchas. Perdidos en el limbo. Ni el legendario Tato, que siempre aparece, se ha interesado en oírlos. Ni el Tato, imaginen.

Unos tipos llamados Lane Jordan, J. Hausman y Nate Gagnon advirtieron el filón y se sacaron de su chistera Forgotify, un invento que rescata las canciones que nadie ha preproducido jamás en Spotify. La web funciona con la mecánica de aquellos iPod Shuffle de antaño: el oyente ni siquiera puede elegir, debe aprender a sorprenderse. Una vez alguien, usted, hace clic, las canciones adquieren su condición de escuchadas y desaparecen para siempre de esta lista. De algún modo, el oyente las rescata.

Forgotify es una especie de Chatroulette de la música, aquella red social de la cita a ciegas global y con webcam en la que el usuario clicaba e iba saltando y viendo a diversos usuarios que se le aparecían de forma aleatoria desde cualquier parte del mundo. Solo que aquí el azar introduce al oyente en un delirio estilístico. Escuchar Forgotify es como robar el iPhone cargado de música de un lunático cuyas personalidades múltiples están todas obsesionadas con diferentes músicas raras. Es como ir a comprar discos después de haber tomado demasiadas cervezas. No hay lógica. Son Grandes Fracasos de todos los tiempos ordenados al tuntún. Imprevisible como los discos sorpresa de Fundador o como un pinchadiscos de bodas y bautizos sacado de la parte sin bombillas de una biblioteca de Baltimore. Eso es Forgotify. Canciones que jamás irías a buscar, pero que encuentras. He aquí un primer viaje sónico.

1. 'Italian Concert', de unos tales The Slokar Trombones

Si existiera un animal mitológico con cuerpo de mamut y cabeza de trombón, estos tales The Slokar Trombones serían una manada de esa especie descubriendo un lago. Un instrumental clásico que es una alegre orgía de vientos comandados por un tal Branimir Slokar. En la web Espacio Trombón, se explica que este eslovaco nacido en 1946 se adentró en el mundo de la música después de ver el biopic The Glenn Miller Story, para ganar pronto la VII Competición Musical de Yugoslavia, en Zagrev, y poseer ahora su propia línea comercial de boquillas para su instrumento dorado. Esta pizpireta actualización de alguna pieza italiana del Renacimiento parece adornada por arreglos propios de Eduard Khil (Mr. Trololó, para los amigos), dotada de desarrollos veloces y resueltos a lo medley de Luis Cobos y bendecida con una factura nítida propia de ese extraño cruce entre música barroca y makinola que era el Rondó Veneciano.

2. 'Moi je dors près de La Seine', de Jacqueline Françoise

No todo en Forgotify son remezclas dementes de éxitos de los ochenta, ni piezas menos conocidas de Beethoven o cánticos zulúes. Esta francesa batió récords de ventas (hasta un millón de discos) y abrazó el éxito definitivo con Mademoiselle de Paris. Es inexplicable por qué esta preciosa tonada sollozaba solitaria, sin novios que la pretendieran, en el limbo de Spotify. No resulta difícil imaginar a Wes Anderson trasteando con Forgotify y, llegada esta canción, echando mano del teléfono para pedir los derechos del tema para una de sus películas. Canción elegantísima sobre un paisaje sonoro algo loco que parece ideado por el excéntrico productor británico Joe Meek con demasiada cafeína en el cuerpo. 

3. 'Soldier in Jah Army', de Sugar Minott

Somos soldados de la causa de Sugar Minott. Su Good Thing Going es un sanador espiritual más potente que un batido de prozac, infalible para cualquier resaca emocional. Y, sin embargo, nadie había escuchado este otro tema en Spotify. Incluido en Mr. Fix it, de 1991, pero también en un disco conceptual (títulos de las otras canciones: Only Jah Jah, All I want is Jah Jah, Loving Jah, Jah Love is For Everyone, Jah Jah Lead Us, Jah is on my mind… ahora continúen con sus existencias pensando que cualquier día pueden escuchar por error todo ese disco íntegro) dedicado nada menos que a, ejem, Jah (era algo fatigoso decir Jahvè). O sea, al dios rastafari, esencia del THC y de la Santa Trinidad. Este cañonazo ragga de uno de los mejores artistas jamaicanos merecía salir del olvido.

4. 'That lucky old sun', de Dorsey Burnette

Alzó sus puños como campeón sureño de boxeo, sus manos se curtieron como recogedor de algodón; fue pescador, barquero en el Mississippi, electricista de día y compositor de noche. Apuesto en su juventud, de hueso ancho en su madurez, Dorsey Burnette, rockabilly no tan desconocido, gozó de popularidad por cantar junto a su hermano Johnny. Y bordó baladas de fiesta de promoción adolescentes, con menciones a ríos cristalinos y amaneceres románticos, como ésta. La canción que uno imagina mientras la chica le pide al chico si le lleva los libros en una zona residencial de los años cincuenta. Mención aparte merece su etapa como cristiano renacido en el terreno del country. También canciones como The Oak Tree, en la que valida en un pimpam musical las teorías creacionistas (el árbol, la fruta, el barro, adán, la costilla, Eva) de César Vidal.

Incluido en su álbum Lethal weapon (arma de letal, nada menos). Después de la calma plácida de la balada oldie, llega una metralleta dancehall firmada por este gangsta de Kingston. El jamaicano gozó de popularidad gracias a canciones como Typewriter (https://www.youtube.com/watch?v=GwCxZ0CgA7E ), del 92, y a diversas películas, pero ha acabado exiliado en… Toronto, después de ser deportado por Estados Unidos. En los mentideros de los foros de música jamaicana, se puede leer que vive en un sótano canadiense, en el absoluto ostracismo, con una rellenita novia blanca que intenta hablar a lo jamaicano y que lo cuida y paga por todo. En el preciso instante en el que el articulista clicó en Forgotify, el jamaicano y su mujer quizás dieron un respingo mientras compraban chocolate con almendras en el súper.

6. Vpravo – Vlevo, de Arnost Kavka

Mientras los amantes del swing de París se rebelaban contra la invasión nazi pintando la palabra Zazou en sus brazaletes con la estrella judía, mientras los chicos del swing alemanes se mofaban del “Sieg Heil!” de la Hitlerjügend cuadrándose y saludando con un “Swing Heil!”, mientras cierta juventud europea se resistía al discurso único nacionalsocialista bailando swing con pantalones de pernera ancha y zapatos lustrados, un héroe de Praga componía esta canción sin saber que en el siglo XXI sería ignorada por millones de usuarios de Spotify. Una injusticia menor, si entendemos que en 1944 fue apresado por la Gestapo y pasó el resto de la guerra en campos de concentración. Logró escapar y luego fundó su propio sexteto para alegrar los copetes hasta el fin de sus días. Este checo, conocido en su país como Dr. Swing, borda una música alegre, fresca como un sorbete de limón, para cimbrearse con una copita de champán en una fiesta de terraza. Pocos lo conocen, es cierto, pero gracias a Forgotify no sólo es posible escucharlo, sino también acceder a ese extraño y poético idioma resultante de consultar la única fuente donde se explicaba su vida: la entrada de la Wikipedia checa traducida al español por el traductor autómatico. Uno escuchaba su pizpireta música mientras leía sobre su autor meciéndose en la musicalidad de frases como “fue checo oscilación cantante”, “para un conjunto de tambor se mantuvo todavía en azul de la música”, “fue a estudiar la técnica de cantar para el micrófono” o “ha utilizado la herramienta patria Kavka eintet-mano izquierda tocaba el órgano, el derecho a electrofónicos instrumento como el piano con treinta registros, las piernas sirven gran tambor y platillos”. ¡Swing!

7. 'El olé', de Betina

De todas las músicas del mundo, el viaje acaba, por mero azar, con una cantante vecina. Algo así como entrar en Chatroulette y ver al vecino/vecina del piso de al lado en la pantalla (no seguiremos explorando la metáfora, por si las moscas). Una vecina, Betina, que canta “Ole con ole y olá, dame tu amor de una vez, dámelo ya”, con tambores marciales, riffs incendiarios y palmas tan briosas como las de Flamenco, de los Brincos. Un cruce perfecto entre The Seeds y Salomé. La bomba yeyé, así la llamaban. Perteneciente a ese batallón de chicas yeyés con peinados Guggenheim, faldas cortas y botines, la barcelonesa triunfó lo suyo con una canción de título elocuente (de novela de Corín Tellado): Hay tantos chicos en el mundo. Para actuar y aprobar el examen del Sidicato de Artistas debía tener 16 años, pero Betina solo contaba 14, así que se presentó con el carné de su hermana mayor. Aunque su tema con cero reproducciones (ahora con una) es de lo más ibérico, triunfó especialmente con canciones en catalán, como su versión de Tú me dijiste adiós, de los Brincos. A partir de los setenta, recaló en la orquesta de Janio Martí, donde envejeció con dignidad actuando en copetes de todo tipo, haciéndose oír, desafiando al ostracismo al que parecía condenarla Spotify hasta que llegó, olé, Forgotify.

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