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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sin sexo en la ciudad

Eugenia de la Torriente
Una creación valiente de J.W. Anderson.
Una creación valiente de J.W. Anderson.

Hay una frase que encapsula la extraordinaria exposición sobre Azzedine Alaïa del museo Galliera de París. “Con sus bandas elásticas”, escribe Michael Tourner, “estos vestidos han sabido responder a la fantasía contradictoria de las mujeres: ser abrazadas tan fuerte como sea posible mientras permanecen libres”. Es una forma de explicar la compleja fascinación que ejercen esos trajes ajustadísimos y también la clase de disquisición sobre las contradicciones del deseo de las que la moda masculina se mantiene estos días pudorosamente alejada. El erotismo juega en la actualidad un papel más bien secundario en el vestuario masculino y, últimamente, también en el imaginario colectivo sobre la masculinidad. El pop vive tiempos de féminas hipersexualizadas (hasta el exceso, si le preguntan a Rashida Jones) frente a varones infantilizados. Comparen, si no, a Miley Cyrus con Justin Bieber o a Rihanna con Harry Styles. Sin caer en extremos tan grotescos, pongan en el mismo escenario a Beyoncé con body-de-lentejuelas-simula-pezones y a su marido, Jay Z, con chándal de Givenchy.

Tal vez no haya mejor prueba de lo angosta que hoy es la pasarela como lugar para experimentar con la sexualidad masculina que el respingo que provocan imágenes como las que ilustran esta página. ¿Hombres con escote palabra de honor y pantalones cortos con volantes? Para las mujeres, por descontado, se aceptan fantasías de esta índole; en el caso de los hombres, más allá de la ocasional falda, los ejercicios de cierta complejidad –digamos– sexual se reservan para las páginas de las revistas underground.

De ahí que la colección de J. W. Anderson para este invierno resulte relevante por su carácter provocador. El británico, de 29 años, revisa los códigos de lo masculino y lo femenino de una forma llamada a ser chocante. Pero es de agradecer que alguien se ponga del lado de Jean Paul Gaultier, que estos días carga en solitario con la responsabilidad de reflejar que la ambigüedad entre sexos no es un camino de una sola dirección, por el que solo transitan las mujeres y el fantasma de David Bowie.

Con permiso de Gaultier, si hay una firma que puede presumir de haber desafiado las nociones convencionales de la sexualidad masculina, esa es Versace. Este invierno, Donatella retoma la premisa de su hermano Gianni a partir de una cita de Norman Mailer: “La masculinidad no es algo que te venga dado, sino algo que te ganas”. Es poco probable que el autor de Los tipos duros no bailan estuviera de acuerdo con que su frase pudiera traducirse en tipos con shorts de encaje. Pero la ironía de Donatella reside, precisamente, en parodiar los símbolos tradicionalmente asociados al poder del macho al emparejarlos con lencería.

Es cierto que el resultado escapa a los límites del buen gusto. Pero, ¿por qué debe la moda masculina estar tan constreñida por ellos? Diana Vreeland abogó por incluir una pizca de mal gusto y vulgaridad en nuestras decisiones estéticas para insuflarles vitalidad. ¿Cuál es el obstáculo para que el vestuario masculino no se permita hoy trasgresiones que parecían superadas hace dos (o tres) revoluciones sexuales? ¿Es un problema de miedo al ridículo? ¿O se trata de prejuicios? En todo caso, acatar el imperio de lo mojigato no parece propio del hombre de 2014.

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