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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ricardo III ha vuelto

Un equipo de arqueólogos encuentra los restos del controvertido monarca en el centro de Leicester

SOLEDAD CALÉS

Shakespeare lo presentó desde el principio como un tipo retorcido. Puesto que no estoy dispuesto a amar, decía Ricardo III en el monólogo con el que arranca la obra homónima del bardo inglés, “estoy decidido a mostrarme un canalla, y a odiar los ociosos placeres de estos días”. Resentido y lleno de crueldad, el monarca no oculta el negro veneno que le corroe el alma y llega a decir que es “tan tullido y desfigurado” que los perros le ladran cuando se detiene ante ellos. Los restos que un equipo de investigadores encontró el pasado verano en el centro de Leicester muestran curvaturas en la espina dorsal que confirman que Ricardo III padeció una severa escoliosis: de ahí seguramente le vino la fama de jorobado. Y es que, cuatro meses después del hallazgo, los arqueólogos que descubrieron el esqueleto han proclamado a bombo y platillo que, “más allá de toda duda razonable”, pertenece al último de los York, el rey que se midió con Enrique Tudor en la gran batalla de Bosworth. Y perdió.

Ricardo III descansaba para toda la eternidad bajo un aparcamiento en el centro de Leicester, en lo que en su día fue la iglesia de Greyfriars. Los científicos han utilizado los instrumentos más sofisticados —datación con radiocarbono, comparación entre el ADN de los restos del rey con los de un descendiente directo de su hermana Ana— para no equivocarse. Así que ahí está de nuevo Ricardo III.

Le bastaron dos años de reinado, entre 1483 y 1485, para poner patas arriba a su país. Quiso ser un canalla y lo fue con metódica disciplina. Como le vino bien cargarse a sus sobrinos para poder reinar, se los cargó. Eso es, por lo menos, lo que cuenta Shakespeare, aunque la historia, siempre más prudente, solo certifica que aquellos niños desaparecieron. Subió al trono, y siguió derramándose sangre próxima para que Ricardo III conservara el poder. Hasta que una rebelión lo tumbó en la célebre batalla.

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Ahora que tanto triunfa la llamada memoria histórica, el regreso de aquel monarca “tullido y desfigurado” resulta inquietante. Seguro que algún partido, facción o secta lo reclama como víctima de secretas conspiraciones y reivindica sus sangrientas gestas. Que tiemble la humanidad... y que escondan a los sobrinos.

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