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Los multimillonarios también se exilian

Bernard Arnault, dueño de Louis Vuitton y Christian Dior, es el cuarto hombre más rico del mundo Ha pasado de apoyar a Nicolas Sarkozy a mostrar su hostilidad al Gobierno socialista francés Su solicitud de la nacionalidad belga genera estupor en Francia. Él aduce "razones personales"

Bernard Arnault, dueño de LVMH, fotografiado en 2010 en el Elíseo.
Bernard Arnault, dueño de LVMH, fotografiado en 2010 en el Elíseo.TOMAS SAMSON (AFP)

En mayo de 1981, al día siguiente de la victoria de François Mitterrand, Bernard Arnault se marchó a Estados Unidos llevándose en la maleta una parte de los beneficios de la constructora de su familia. Años más tarde, cuando la aventura inmobiliaria –sobre todo en Florida– fracasó, el joven depredador, nacido en 1949 en Roubaix (norte de Francia), regresó a su país con la intención de formar un imperio. Irónicamente, fue un primer ministro socialista, Laurent Fabius –hoy ministro de Exteriores–, quien se lo permitió, al autorizar a Arnault quedarse con los restos del naufragio del grupo Boussac, que tenía dentro algunas pepitas de oro; la mayor, Christian Dior. Aquel fue el origen de la gigantesca fortuna de Arnault, un tiburón enjuto y de una ambición sin límites que en tres décadas ha amasado un patrimonio que la revista Challenges estima en 21.200 millones de euros (situando la suya como la primera fortuna de Francia) y Forbes eleva hasta los 32.000 millones de euros, colocándose cuarto entre los más ricos del planeta, tras Carlos Slim, Bill Gates y Warren Buffett.

Ahora, el presidente del primer grupo de lujo del mundo, Louis Vuitton Moët Hennesy (LVHM), un hombre que es recibido en medio mundo con honores de jefe de Estado, ha sufrido un nuevo impulso de escapar. Un súbito ataque de amor hacia Bélgica. En plena crisis europea, y cuando su grupo y él mismo no dejan de mejorar sus cuentas de resultados, gracias sobre todo a que exportan el 88% de lo que fabrican, Arnault ha pedido la doble nacionalidad en la patria de los mejillones con patatas fritas y del Manneken Pis.

La extraña noticia ha producido una sacudida en los dos países y ha hecho temblar al cada vez más impopular Gobierno de François Hollande (solo un 41% de opiniones positivas a cuatro meses de su elección). Aunque el multimillonario ha negado “toda intención política” a su petición, esta llega cuando el Parlamento empieza a discutir un ajuste de 33.000 millones para 2013 y en pleno debate sobre la gran promesa de Hollande, el impuesto del 75% para las rentas superiores al millón de euros.

La airada reacción contra Ar­nault, atacado desde todos los sectores políticos –salvo por los amigos de Sarkozy– y tratado de “parásito” por el líder del Frente de Izquierda Jean-Luc Mélenchon, ha llevado al millonario a aducir “razones personales” y a negar que la petición de la nacionalidad suponga que va a dejar de pagar sus impuestos en Francia. Un desmentido imaginativo, sin duda, pero que ha aumentado la inquina de muchos de sus paisanos, que no necesitan nuevas razones para mostrar su clásico –y ya menos revolucionario– odio hacia los ricos.

Dicen que el patrón de LVMH está “resentido" con las políticas del nuevo Gobierno socialista porque "desprecian a los empresarios” y cree que llevarán el país a la quiebra en cinco años

Visto con frialdad, el proyecto de exilio fiscal de Arnault parece evidente. Tiene casa en Bruselas, y su grupo, una filial en Bélgica – lo que parece desmentir su anunciado deseo de “desarrollar nuevos negocios”–, y sobre todo allí no hay impuesto sobre la fortuna (que Hollande acaba de aumentar) y el de sucesiones es mucho más favorable.

Por si quedaban dudas, distintos colegas de Bernard Arnault y el burgomaestre de Ucclé (Bélgica) han hecho saber que el patrón de LVMH está “resentido con la política francesa porque desprecia a los empresarios”. Su entorno ha añadido que “está rebelado con la política del nuevo Gobierno y piensa que en cinco años llevará el país a la quiebra”. Y algunos han querido ver una venganza por encargo: el millonario siempre se llevó muy bien con “Nicolas”, y no dudó en echarle una mano en febrero pasado, con la campaña de las presidenciales ya lanzada, al prestarse a reconvertir a la marroquinería a 96 trabajadoras de una fábrica de lencería que iba a cerrar.

En todo caso, lo que indigna a los franceses es la falta de patriotismo en un momento en que el país tiene que apretarse –por fin– el cinturón. Arnault controla el 47,6% de LVMH, que ha aumentado su volumen de negocio en un tercio desde 2008. Aquel año facturó 17.000 millones de euros, con un beneficio de 2.000 millones; en 2011 vendió 23.600 millones y ganó 3.000 millones netos.

Diplomado en la Escuela Politécni­ca y padre de cinco hijos, Arnault ­levantó su fortuna en los años de Mitterrand a partir de la marca Christian Dior, la tienda de lujo de París Le Bon Marché y la cadena de menaje del hogar Conforama. En 1988 se hizo con el 32% de las acciones de LVMH, propietaria, entre otras, de Louis Vuitton, Moët & Chandon, el brandy Hennessy y los perfumes Givenchy y Kenzo. Luego desplegó velas a base de globalizar, comprar a precios astronómicos y diversificar: relojes (Tag Heuer, Zenith y otros), tiendas de cosméticos como Sephora, los almacenes de lujo DFS (de Abu Dabi a Macao y EE UU), o la distribución alimentaria (posee una parte de Carrefour).

Hoy, LVMH tiene en nómina a 100.000 empleados y más de 60 marcas en una decena de sectores: Loe­we, Fendi, Berluti, Kenzo, Donna Karan, Marc Jacobs, Emilio Pucci, Bvlgari... En 2011, Arnault ganó un salario de 11,7 millones de euros y fue el mejor pagado de las empresas del CAC 40. Antes de irse a Bélgica, deberá resolver su guerra con Hermès por haber entrado en el accionariado de su rival de forma subrepticia. Aunque, pensándolo bien, puede dirimir allí la batalla; los dueños de Decathlon, Hermès, Darty y Carrefour, entre otros, hace tiempo que están allí.

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