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Reportaje:VAMOS A ...BARACOA

Baracoa, en el corazón de Cuba

Personajes increíbles, pero reales, entre palmeras y noches de música en el ranchón. Baracoa atrapa

De camino a Baracoa uno se cruza con vallas de propaganda enternecedoras. "La revolución pujante y victoriosa sigue adelante", dice una. Unos kilómetros más allá, cerca del pueblo de Imías, otra aconseja: "Mamá y Papá: contribuyan a que sus hijos crezcan sanos...". Después, una más militante: "Las banderas de la revolución no se entregan sin combatir". En esta zona de Guantánamo el paisaje es árido, casi desértico, pero de repente se abre paso una vegetación exuberante de palmeras y helechos antediluvianos al atravesar el viaducto de La Farola, una preciosa carretera de montaña que cabalga decenas de kilómetros de denso bosque tropical y lomas inexpugnables. Recorrerla con los ojos bien abiertos es un buen modo de acercarse al fundamento de este lugar especial, cercano al Paso de los Vientos, donde se asienta la primera villa fundada en Cuba por Diego de Velázquez el 15 de agosto 1511.

Hasta 1965, cuando terminó de construirse La Farola, Baracoa estuvo prácticamente aislada del resto del país. Era más fácil llegar aquí en avión o en barco que por carretera, y esta condición de retraimiento, junto a su naturaleza salvaje y su historia singular, son las claves para atrapar su esencia.

El primer alcalde de Baracoa fue Hernán Cortés. Aquí estuvo la primera capital y el primer obispado de Cuba. Cinco siglos después, si alguna zona de la isla aún conserva la apariencia y riqueza naturales de la época del descubrimiento, esa es Baracoa.

Su nombre significa "existencia de mar" en lengua indígena, y antes de emprender viaje a esta localidad del oriente cubano conviene saber que Baracoa queda a unos 900 kilómetros al este de La Habana, más cerca de Haití que de Santiago de Cuba. También, que el 95% de su territorio es montañoso, que llueve más de 200 días al año -y de ahí su increíble vegetación- y que es el lugar con más arroyos, afluentes y ríos de toda la isla. Entre ellos, el Toa, el más caudaloso del país.

En Baracoa la naturaleza es una experiencia descomunal y se funde con la sensación del tiempo detenido y una cultura pícara y de mucha personalidad, especialmente viva en sus gentes y en su música de sones primitivos, y es la mezcla de todo ello lo que atrapa al viajero.

La emisora de radio local se llama La voz del Toa. Escucharla a la hora de los recados es importante si uno quiere tomar el pulso a estos montes de cuchillas afiladas. Dado lo intrincado de la geografía y las pocas líneas de teléfono que existen, la gente envía mensajes a sus parientes y amigos aprovechando un servicio comunitario de la radio.

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"A Pachuca, en el Naranjal, que su hija Maydelis dio a luz varón y que están bien los dos", fue uno de los que oí en un reciente viaje.

En otro aviso, alguien pidió a un familiar que trajera a casa miel de abeja para hacer un "remedio" a un niño enfermo; y Juan convocó a su abuelo, en Los Corrales de la Mandinga, para que bajara a la óptica de la ciudad a recoger sus "espejuelos", que hace días estaban listos.

Todos esos mandados y otros más -como el de Yumisleydi, una joven que recordó a su padre: "Pipo, todavía no hemos recibido el giro en casa"- se pueden escuchar, por ejemplo, mientras se recorre el Fuerte Matachín, una de las cuatro fortalezas españolas construidas en la colonia para defender la ciudad de los ataques de ingleses, corsarios y piratas.

En muchos lugares de Baracoa es costumbre poner la radio alta a la hora de los recados. A veces también lo hacen en el Museo Matachín, que dirige el historiador de Baracoa, Alejandro Hartmann, un personaje absolutamente imprescindible de la comunidad.

Los botines de 'El Puma'

En las vitrinas del museo uno halla cosas fabulosas. Al lado de un cuenco taíno fabricado por indios precolombinos cuelga la guitarra de Cayamba, genio y figura de la trova tradicional, que se bautizó a sí mismo como "el cantante de la voz más fea del mundo". Bajo otro cristal, aparecen expuestos los calzones y botines del boxeador Pepe Legrá, El Puma de Baracoa, dos veces campeón mundial de peso pluma y siete de Europa. Legrá se marchó de Cuba al triunfo de la revolución, cuando el boxeo profesional fue prohibido, y a los veintitantos años el joven negro se hizo español. Por sus éxitos deportivos fue protegido de Franco, quien le regaló casa, coche y un reloj Rolex, y con este peluco en la muñeca ha regresado a la isla en numerosas ocasiones, donde incluso fue recibido por Fidel Castro como un campeón. Con un poco de suerte, uno puede tropezarse con él en una de sus frecuentes visitas a su pueblo natal; probablemente estará en chancletas y sin camisa, como el resto de los vecinos, hablando con un amigo en cualquier esquina.

Y esta es la primera lección: en Baracoa la primera regla es no sorprenderse por nada.

Basta repasar algunas leyendas locales, resumidas en las paredes del Fuerte Matachín. Está la de Magdalena Rovenskaya, una rusa blanca hija de un aristócrata zarista ajusticiado por los bolcheviques. El mismo año de 1917, Mima escapó de la revolución rusa. Recaló en Cuba a finales de los años veinte, después de pasar por Constantinopla, París y otras capitales europeas. La Rusa, que el escritor Alejo Carpentier inmortalizó como Vera en su novela La consagración de la Primavera, construyó un hotelito en Baracoa y de eso vivió hasta que llegó el Comandante y mandó a parar.

Rovenskaya llevó mejor la revolución de Fidel Castro que la de su país; entregó las joyas a los barbudos y se hizo fidelista, aunque nunca -y murió en 1978- se tragó del todo lo del comunismo. El hotel La Rusa existe todavía y su hijo adoptivo, René Frómeta, tiene 80 años. Se ha hecho en su casa una especie de museo de bolsillo que uno puede visitar por unos cuantos pesos convertibles.

La historia de Mima es una de las que pueblan la mitología de Baracoa, pero hay muchas más. Está la del Pelú, un desarrapado que apareció por allí a finales del siglo XIX y se convirtió en centro de las burlas populares hasta que un día echó una maldición gitana a la localidad. Desde entonces, aseguran las malas lenguas, Baracoa no ha levantado cabeza.

También es famosa la leyenda de Enrique Faber, real como la vida misma: Enrique, en realidad, era Enriqueta, una francesa, doctora en medicina, que llegó a Baracoa a principios del siglo XIX y se hizo pasar por hombre para poder ejercer su profesión. El 11 de agosto de 1819, Enriqueta se casó "como varón" con la criolla Juana de León en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción.

En este mismo templo, hoy en obras, se guardan los documentos que acreditan aquel matrimonio y también está la Cruz de la Parra, única de las cruces originales que queda en América de las que plantó Cristóbal Colón en sus viajes por el Nuevo Mundo. Todas estas historias fabulosas son parte del imaginario local, pero no son pasado sino presente. Cualquier vecino te las cuenta, enriquecidas por su imaginación, y eso tanto en la ciudad de Baracoa, que tiene 40.000 habitantes, como en las montañas, donde viven otros 40.000.

'El complaciente'

En las cercanas lomas de Yara -un lugar imprescindible si a uno le gusta el senderismo- vive Regino Rodríguez Gainza, un sabio natural de 73 años. Se conoce todas estas leyendas, igual que las sabía su difunto padre, Justino, quien "tuvo 25 hijos con diferentes mujeres, y de ahí que él mismo bautizara a su miembro viril como el complaciente". Regino es cultivador de coco y arqueólogo natural, y conversar con él es un placer. En su finca están los petroglifos de San Justo, esculpidos en la roca por indios taínos en una de las numerosas cuevas que existen en la terraza marina donde se ubica Yara.

Baracoa tiene 14 kilómetros de playas silvestres y en sus inmediaciones está el parque natural más importante del Caribe, el Alejandro de Humboldt, 700 kilómetros cuadrados de monte tropical que son patrimonio mundial y uno de los sitios más importantes en el hemisferio occidental para la conservación de la flora endémica. Las Cuchillas del Toa, en la cuenca cristalina del río del mismo nombre, es otra zona de valor especial y debido a ello la Unesco la incluyó recientemente entre las reservas de la biosfera, pero la verdadera montaña mágica de Baracoa es El Yunque, una mole rectangular, de 560 metros de altura y recortada en forma de meseta, que es el gran emblema local.

Pues bien, todo este paraíso natural, que indudablemente es un lujo, sólo tiene sentido de verdad si uno es consciente del privilegio que es poder conocer a personajes como Regino o su hermano Urbano, el verdadero rey del cacao de la zona. Ellos, y en general todos los habitantes de Baracoa, son la gran gozada de este lugar, donde el coco y el cacao son parte sustancial de la cultura.

Más del 50% de las tierras cultivables de la zona están dedicadas a ambos frutos, y la producción de estas tierras representa alrededor del 80% del total de la nación. Coco y cacao están presentes en la forma de vivir y en las costumbres de la gente, también en la música tradicional y en los platos típicos, que son únicos en Cuba: el bacán es una especie de tamal hecho a base de plátano rallado, leche de coco y diversas especias; el chorote, una bebida elaborada con cacao, leche, canela y harina de Castilla, y hay dulces como el cucurucho, hechos con ralladura de coco y mezclados con miel y pasta de fruta bomba (papaya).

En la zona cacaotera del Guirito, el grupo Nengón y Kiribá tiene un ranchón en el que algunos sábados hay comilonas y se interpretan los ritmos tradicionales de Baracoa. Es un son primitivo, sin claves, hecho con la materia prima de los sucesos que marcaron época en Baracoa. En sus canciones está, por ejemplo, el susto y la impresión de los guajiros ante el primer avión que sobrevoló la localidad -se baila con los brazos abiertos como un aeroplano-, o las peleas de los padres con sus hijos para que no fueran al primer cabaré abierto en el pueblo -la coreografía asemeja una violenta discusión familiar-.

Tanto la música como la vida nocturna son parte del corazón de Baracoa. Ya es algo turístico, pero sigue mereciendo la pena dejarse llevar. Todas las noches hay conciertos en La Casa de la Trova, en La Terraza, en La Casa de la Cultura y en otros locales, y junto a grupos profesionales encuentras a improvisadores que llevan en la sangre el ritmo peculiar y pausado de esta región. El nengón y el kiriba son sones antiguos y festivos asociados a la celebración del fin de la cosecha de cacao, y funcionan casi como un mantra: uno los empieza a escuchar y se transporta a otra dimensión, a veces al centro de uno mismo. La señora Vitalina Garrido, con cien años en las caderas, sigue bailando cada vez que puede.

Todo es auténtico en Baracoa. Pero sobre todo lo son sus gentes y personajes increíbles, como Choca-Choca, un ex taxista particular que se ganó su apodo debido a los cien accidentes que tuvo -"todos sin muertos"- en la época en que se dedicó a dar viajes por cuenta propia para subsistir. Su automóvil, un Moscovich azul de la era soviética, no tenía frenos, pero por suerte hoy Choca-Choca ha vuelto a su profesión de entrenador deportivo y trabaja con el equipo femenino de baloncesto de la localidad.

Colores de Benetton

En 1996, el diseñador italiano Luciano Benetton quedó tan alucinado que dedicó a la localidad un número completo de la revista Colors (108 páginas). Entre los protagonistas estaban, cómo no, Óscar Granada, Choca-Choca, Oriol Suárez, un adolescente comedor de vidrio, y MeneaCulito, la joven del pueblo que por entonces mejor movía las caderas.

Para disfrutar Baracoa hay que abrir los sentidos y abandonarse a su naturaleza y a la picardía de sus gentes, sin olvidar que uno está en Cuba, con todo lo que eso conlleva. Mejor no hablar de política. Sólo un dato: los matrimonios de jóvenes baracoesos con extranjeros se acercan al millar. Todos viven fuera. Dicho esto, en una noche de farra, a las tres de la mañana a lo mejor puede descubrir que el animador del grupo Maravillas, Osmel Mugercia, conoce toda la obra de Manuel Vázquez Montalbán y puede recitar párrafos completos de cualquiera de sus libros.

Baracoa es así. Está en Cuba, pero es diferente... Uno de los placeres aquí es bañarse en cualquiera de sus ríos fabulosos, el Toa, el Duaba, el río Miel. Una peculiaridad de ellos es el tibaracón, una barra de arena que separa el mar del río en su desembocadura y que permite darte un chapuzón de agua salada y luego enjuagarte con agua dulce con sólo volver la espalda -el tibaracón del Toa es espectacular, y se puede alquilar un bote para llegar a él-.

En las cuchillas del Yumurí, cerca del paso de los Alemanes, adonde las muchachas van a hacerse fotos al cumplir los quince, con vestidos de merengue, la playa es de arenas negras; en Maguana, en sentido contrario, por la carretera hacia Moa, la arena es blanca y absolutamente virgen.

En Baracoa también hay unos caracoles que se llaman polimitas y están coloreados de amarillo, naranja y azul, y la gente de más edad practica el espiritismo; un día, al convocar a los muertos en una reunión de cordón, cuentan que se hizo presente el cacique Hatuey, el primero que resistió a los conquistadores y que fue arrojado a la hoguera por los hombres de Diego de Velázquez. En estos montes es donde la resistencia indígena fue vencida y empezó la colonización, y siglos después de aquel suplicio los cubanos le dieron su nombre a una marca de cerveza, para refrescar. La cerveza Hatuey sucumbió después por un litigio de marcas, pero esa es otra historia.

En Baracoa hay una vieja tradición de pintores autodidactas. Muchos niños aprenden a dibujar con ellos en talleres particulares, uno puede verlos por las ventanas entreabiertas de algunas casas. Existe también un Club de Amigos del Danzón, al que pertenecen Juan Gaenza, de 89 años, y su esposa Isabel, de 84. Se reúnen el tercer sábado de cada mes en la Casa de la Cultura, y cuentan que antiguamente aquello era el Liceo, una sociedad para blancos. El murmullo de esas historias, y la sonrisa de una chica que se llama Yesterday cuando empieza a lloviznar sobre El Yunque, es Baracoa.

Más propuestas e información en la Guía de Cuba

El Yunque, una montaña de corte rectangular y 560 metros de altura, es el gran emblema de Baracoa (Cuba).
El Yunque, una montaña de corte rectangular y 560 metros de altura, es el gran emblema de Baracoa (Cuba).ALVARO LEIVA
Un grupo de músicos toca en las calles de Baracoa durante la fiesta nacional que conmemora el día del nacimiento de José Martí (28 de enero).
Un grupo de músicos toca en las calles de Baracoa durante la fiesta nacional que conmemora el día del nacimiento de José Martí (28 de enero).ALVARO LEIVA

Guía

Cómo ir

» Baracoa se encuentra en la provincia de Guantánamo, en el extremo oriental de Cuba. Se puede llegar en coche desde Santiago de Cuba, ciudad situada a unos 240 kilómetros de Baracoa. Además, hay dos vuelos directos semanales entre La Habana y Baracoa de la compañía Aero Caribean. Salen los jueves y los domingos. Precio, alrededor de 250 euros.

Dormir

» En Baracoa hay unas 120 habitaciones de hotel. Los hoteles más conocidos son El Castillo, Porto Santo y La Habanera. El precio de la habitación, unos 70 euros.

» Aproximadamente 170 casas particulares tienen licencia para alquilar a extranjeros. Es una buena opción, tanto por el precio (entre 20 y 25 euros) como por la calidad del servicio. La mayoría se anuncian por Internet. Casa Elvira (legista@toa.gtm.sld.cu; 0053 21 64 35 80) es una de ellas.

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