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Columna
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Los camerinos son para la familia

La familia de un cantante es el público que baila sus canciones, y luego estamos sus primos y familia lejana, los que las escribimos con él, los músicos que las tocan en los discos y en el escenario, los jóvenes cineastas que nos filman mientras trabajamos, las hijas a las que les dedica Joaquín sus canciones, la familia por lo civil y por lo policiaco, los futbolistas del otro equipo, las novias, las ex novias, los músicos jóvenes que le meten sangre nueva a las canciones, los periodistas de cabecera, los editores que publican sus sonetos y mis poemas...

Todos esos estaban en el camerino de Joaquín, quince minutos antes del concierto, viéndolo tan histérico que no estaba ni nervioso. Después estaban aplaudiéndole, coreando sus canciones, y ahora, mientras se escribe esta columna, están en una fiesta para los íntimos, en el piso de arriba del Palacio de los Deportes. Están Almudena Grandes, Fernando León, los Pereza (Rubén y Leiva), que han incendiado el escenario con las dos canciones de Vinagre y rosas a las que han puesto música. Está David Trueba, Eduardo Mendicuti, el pintor Ramón Hernández. Hay poetas jóvenes como Antonio Lucas, el futbolista Guti, el escritor José Manuel Caballero Bonald, aprendiendo rock and roll a los 82, y con su mujer bailando al lado; está el cineasta Javier Rioyo y Javier Krahe, Alejo Estivel, Azucena Rodríguez, y por haber, estaba hasta algún miembro de la familia Real, sacándole humo a los zapatos a base de bailar. Había tanta gente que estábamos en familia.

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