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CON GUANTES
Columna
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'Up'

En 1988, Hiyao Miyazaki realizó una película de animación llamada Mi vecino Totoro que cambió el curso de uno de los negocios más prósperos del mundo. El cine para niños.

Lo que hizo Miyazaki fue volver al territorio original de los grandes escritores y cineastas no estrictamente infantiles, Barry, Swift, Caroll, Gorey, Fleming y su mago de Oz, basado en la hermosa obra de L. Frank Baum. Un arte orientado para niños sólo en apariencia y que podía deslumbrar a cualquiera. Un sistema complejo que incluye diferentes niveles de lectura que, en las manos de talentos enormes, se consiguen encajar sin esfuerzo aparente.

John Lassiter dio el siguiente paso con dos obras maestras, Toy Story y Toy Story 2, y al hacerlo consiguió un éxito fabuloso y planetario mientras reconocía públicamente su deuda con el maestro Miyazaki. De hecho, fue él quien consiguió que el trabajo del gran artista japonés se conociese en Occidente.

"Crecer es volver a aprender, o recordar lo aprendido y ya olvidado"
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El resto es historia, una historia de apariencia pequeña y beneficios gigantes, que nos acompaña desde hace una década y que ha generado miles de millones en taquilla y muchos más en merchandising. Raros son los padres de hoy que no han visto por casa uno de esos coches rojos de la película Cars, o cualquiera de los miles de vaqueros Woody, o Buzz Lightyears, el tímido robotito Wall.E y el sinfín de juguetitos, camisetas, tazas, pijamas, etcétera, que generan estos hermosos monstruos comerciales.

Ahora, Pixar presenta su nueva obra, Up, y, según he leído, parece ser que Disney, la casa que vigila la casa de Pixar, anda preocupada por la falta de juguetes apetecibles que esta vez la imaginación de sus animadores ha puesto a su disposición.

No he visto la cinta, sólo el corto de promoción, del que deduzco que la historia gira alrededor de la amistad entre un niño y un anciano cascarrabias que decide atar un millón de globos a su casa y salir volando.

Las imágenes son precisas y sugerentes, la película pinta bien. Tiene ese punto original y a la vez respetuoso con las más sensatas tradiciones que tan bien ha sabido manejar Pixar hasta ahora. La casita vuela, pero no a la deriva como la de Dorothy en el mago de Oz, ni produce el terror de las casas volantes del genio del cómic belga Enki Bilal, vuela plácidamente como el mono George, o como Jorge el Curioso, agarrado a un montón de globos comprados a un vendedor callejero en Manhattan. Lasseter ya se inspiró en Andersen para su Toy Story, que se puede entender como una revisión irónica y valiente del soldadito de plomo. Nada es del todo nuevo en la mejor animación, ni en la literatura, ni en el cine, ni tiene por qué serlo. Totoro, de Miyazaki, participaba de una vieja fórmula, amistad entre monstruo y niño, que va de Sendak a Frankenstein, de ET a El espíritu de la colmena. Lo que Lasseter y su talentoso grupo intentan una y otra vez (y casi siempre con formidables resultados) es devolverle al cine infantil su enorme dignidad. Regresando con inteligencia a las claves de los buenos cuentos. Amenazando a críos y adultos con una tarea que la vida les impondrá a la fuerza, la tarea de pensar, y regalándonos a la vez el lado bueno de este esfuerzo, el placer de imaginar.

Crecer es tambiÉn volver a aprender, o recordar lo aprendido y olvidado.

El cine de Pixar ayuda a que este proceso no se detenga. No todo lo que han hecho son obras maestras, pero sus cimas (y su empeño por volver a alcanzarlas) son formidables.

Yo siempre espero sus películas, como espero las del venerable maestro Miyazaki, que acaba de estrenar Ponyo en el acantilado, como agua de mayo, incluso cuando no encuentro niños alrededor.

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