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Reportaje:ESCAPADAS

Del cielo de Goethe al infierno nazi

Weimar y Buchenwald, las caras de la gran paradoja alemana

A Weimar hay que ir a pasear, a ver museos y a sumergirse sin escafandra en los puros poderes de la cultura. Con poco más de sesenta mil habitantes, a diferencia de ciudades vecinas, como Dresde o Dessau, su casco histórico aguantó bien la barbarie bélica, y en estos últimos años una contundente política inversora le ha devuelto el esplendor de antaño. Goethe, por supuesto, es omnipresente. Su casa señorial es el museo de su categoría más frecuentado del mundo. Pocos visitantes podrán evitar darse un garbeo por los salones donde el olímpico escritor cimentó los pormenores sociales de su fama. Su biblioteca está intacta y en su gabinete privado no falta una botella -vacía- de vino del Rin y las vistas a un delicado jardín. Ahora, una vigilante se ocupa de que nadie viole la integridad de ese despacho donde un tintero y una pluma perfectamente ordenados parecen esperar al genio, como si la muerte sólo fuera su pequeña distracción, un paréntesis que no afecta a su trabajo.

"Seamos nobles, amables y buenos". El poeta vivió en esta ciudad, foco de la cultura germánica, y su lema se rompe en mil pedazos cuando se visita el cercano campo de concentración.

Si nos quedamos con hambre de Goethe podemos seguir con la casa donde realizaba sus trabajos de jardinería, en el centro de un hermoso parque que lleva su nombre, y acabar con su tumba, situada en la cripta de un fastuoso edificio oculto en el histórico cementerio de la localidad (por aquellas ironías de la vida, Goethe yace enterrado junto a Schiller, a quien en vida llegó a odiar como sólo un poeta sabe hacer). Para viajeros más proclives a la chafardería también hay un circuito dedicado a la más conocida de las amantes del escritor, Carlota von Stein. Su casa está a pocos metros de la de Goethe -flanqueada por el famoso árbol que éste plantó para ella-, y su tumba también en los alrededores de la de su ferviente enamorado (aunque una raíz impúdica ha soliviantado los cimientos de su amable recuerdo).

Pero Weimar no es sólo la ciudad de Goethe. Aquí murió también, el 25 de agosto de 1900, el loco y atormentado Friedrich Nietzsche, el hombre que cambió el curso de la historia de las ideas. Como si la ciudad se avergonzara de esta otra herencia, el Archivo y Memorial de Nietzsche está alejado del centro, perfecto para obviar su visita. Y, sin embargo, Weimar es tan nietzscheana como goetheana. No en vano, la ciudad fue un vivero nazi. A Hitler le gustaba arengar a los suyos desde la balconada del hotel Elefant (en la pintoresca plaza del Mercado), hoy día ajeno a esa incómoda memoria.

Crueldades sin límite

Pero Hitler no sólo dejó el recuerdo de sus discursos. A pocos kilómetros de la ciudad olímpica está situado el campo de concentración de Buchenwald, donde tuvieron lugar -como en toda la geografía concentracionaria- asesinatos y crueldades sin límite. Ni uno solo de los convictos de este campo debió ser ajeno al hecho de ser torturado en el mismo bosque en que Goethe había paseado y había proclamado el más optimista de los lemas: "Seamos nobles, amables y buenos". Entre las víctimas de esta cruel paradoja -un cuarto de millón de personas provenientes de 35 países distintos- hubo supervivientes que más tarde destacarían precisamente por haber entendido mejor el mensaje del autor de Poesía y verdad antes que el de sus crueles carceleros. Sus nombres: Imre Kertész, Jorge Semprún o Robert Antelme. Gracias a sus testimonios comprendemos ahora un poco mejor los claroscuros de la condición humana.

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La memoria de Buchenwald resulta paradójica también por otro motivo. Al fin y al cabo, esta zona se convirtió, tras las convulsiones de la guerra paneuropea, en parte integrante de la República Democrática Alemana. El Gobierno comunista asumió la gestión de lo que significaba el campo convirtiéndolo en un ejemplo de la lucha antifascista. Entre 1954 y 1958 se erigió en las inmediaciones del antiguo campo un fastuoso memorial, aprovechando el emplazamiento de varias fosas comunes donde las SS cometieron sus últimas matanzas colectivas. Esta arquitectura pretenciosa sirvió a las autoridades del régimen estalinista para realizar ceremonias de reafirmación que se parecían extraordinariamente a las que se llevaban a cabo en la España fascista en ese otro monstruoso mausoleo llamado Valle de los Caídos. Diversas generaciones de alemanes orientales aprendieron en este escenario algunos ritos pretendidamente antifascistas, mientras los que los promovían formaban parte de una conspiración totalitaria tan acreditada como la que criticaban.

Por desgracia, el régimen de allí no sólo se dedicó a esculpir la montaña. También tuvo la torpe ocurrencia de derruir los barracones del campo. Como consecuencia de ello, actualmente solamente se mantienen en pie algunos edificios singulares, entre ellos el crematorio o la entrada principal, en cuya puerta de hierro los nazis inscribieron el rótulo "Jedem das seine" (A cada uno lo suyo).

Pero no hay que irse de Weimar con mal sabor de boca. Hay todavía muchos lugares que merecen una visita, como, por ejemplo, el Museo del Castillo, donde nos aguarda un notable conjunto de retratos de Cranach (y en cuya iglesia tocaba el órgano Bach). O el Museo de la Bauhaus, el movimiento de arquitectura y diseño trascendental del siglo XX que fue fundado aquí por Walter Gropius en 1919.

GUÍA PRÁCTICA

Cómo ir e información

- Weimar está a 274 kilómetros de Francfort y a 287 de Berlín. Hay conexiones en tren (www.db.de) desde ambas ciudades.

Turismo de Weimar (0049 36 43 74 50; www.weimar.de) .

Visitas

- La Casa de Goethe, la de Schiller y el palacio de Weimar pertenecen, entre muchos otros puntos de interés de la ciudad, a la Klassik Stiftung Weimar (www.klassik-stiftung.de).

- Casa de Goethe (0049 36 43 54 53 47). Frauenplan, 1. Weimar. Primavera y verano, de martes a domingo de 9.00 a 18.00; sábado, de 9.00 a 19.00. 6,50 euros.

- Casa de Schiller (0049 36 43 54 53 50). Schillerstrasse, 12. Weimar. En primavera y verano, de miércoles a lunes, de 9.00 a 18.00; sábado, de 9.00 a 19.00. Entrada, 4 euros.

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