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Entrevista:LIBROS | Entrevista

El gran provocador

Christopher Hitchens realiza en Dios no es bueno una radical crítica a todas las religiones. "Son una promesa vacía de los totalitarismos", sostiene el ácido y polémico escritor

José Andrés Rojo

El último número de Vanity Fair dedica su tema de portada a responder una pregunta: "¿Quién dice que las mujeres no son divertidas?". El que lo sugiere es Christopher Hitchens (Portsmouth, Inglaterra, 1949), una de las firmas de referencia de la revista y que pasa por ser uno de los más ácidos polemistas del momento. Allí donde puede haber gresca, allí está Hitchens disparando sus venenosos dardos con una prosa cargada con la dinamita de su sentido del humor.

Ahora se traduce en España su último libro, Dios no es bueno (Debate), donde exhibe sus municiones más letales para arremeter contra todo tipo de religión. Habrá quien pueda cuestionar la hondura de sus reflexiones, pero lo que nadie puede discutir es su destreza para hincar su rabiosa dentadura en una de las cuestiones actualmente más polémicas. El libro está dedicado a Ian McEwan. Hitchens lo explica: "Porque es una persona espiritual. Lo ha demostrado en sus libros y en su vida: que se puede ser espiritual sin ser religioso. Yo no soy así. Todos esos rollos no existen para mí. Cualquier religión se ofrece como una solución idiota que promete arreglarlo todo. Es la promesa vacía de los totalitarismos".

"Siempre estaré del lado de la peor versión de la democracia estadounidense frente a la mejor teocracia fundamentalista"
"Con energía nuclear o no, Irán no debería estar secuestrado por estos fundamentalistas y terroristas"

La cita tuvo lugar en febrero, durante un viaje que el escritor y periodista hizo a Ámsterdam para presentar su libro. Allí, en un restaurante italiano a la vera de un canal, Hitchens habló: "Es posible que haya personas que no busquen respuestas en la religión sino sólo consuelo. Lo que ocurre, sin embargo, es que las religiones se ocupan de que esas personas acepten una serie de explicaciones, que son pura ficción, invenciones, mitos, leyendas. Y no hay consuelo posible si uno se enfrenta a los argumentos que las religiones proponen para explicar la creación o la resurrección y otras cuestiones".

El caso de Hitchens es muy ilustrativo de la deriva que han seguido muchos intelectuales de su generación. En 2001 publicó Juicio a Kissinger (Anagrama), donde confesaba haber abordado sólo las infracciones del político "que podrían o deberían constituir la base de una acusación penal: por crímenes de guerra, por crímenes contra la humanidad y por delitos contra el derecho consuetudinario o internacional, entre ellos el de conspiración por cometer asesinato, secuestro y tortura". Y cargaba a fondo contra el ex secretario de Estado y consejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos sacando a la luz todas sus sucias maniobras en Indochina, Bangladesh, Chile o Timor Oriental, entre otros lugares. Ya por entonces, sin embargo, ese airado discurso tan propio de un tipo de izquierdas iba resquebrajándose. A Hitchens le irritó, y dolió, profundamente la blandenguería con que la izquierda reaccionó a propósito de la fetua que Jomeini dictó contra Salman Rushdie en 1989. Los atentados del 11-S terminaron de cambiar sus simpatías. El furibundo trotskista fue convirtiéndose en un furibundo neoconservador, y el caballero que se había manifestado contra la guerra del Golfo celebró la guerra de Irak, y la defendió, como es su estilo, con uñas y dientes.

"Explicar este cambio es muy sencillo", dice Hitchens. "Cuando Kissinger hacía sus sucias maniobras en Chile, lo que pretendía era derrocar a un régimen que había sido elegido democráticamente, y lo que terminó provocando fue la llegada de un dictador al poder, Pinochet. Lo que existía, en cambio, en Irak era un dictador, Sadam Husein, y la guerra se hizo para acabar con un sistema de dominación que tenía masacrados a los ciudadanos de aquel país. Ahora ya se han celebrado dos elecciones y vamos a por las terceras. No soy el que tiene que defender su posición sino quienes me critican. Los que no movieron un dedo para acabar con un tirano".

Es inevitable que el rumor de fondo de las iniciativas que ha tomado el Gobierno de Bush resuenen en Dios no es bueno, pero lo cierto es que en el libro no abundan ni reproches ni apoyos explícitos a iniciativas concretas. Sí hay una posición inequívoca de largo alcance, un diagnóstico sobre el conflicto más grave, una concepción radical de lo que está en juego. Y para Hitchens la gran batalla que se libra hoy en el mundo es la que enfrenta al laicismo contra los fanatismos religiosos. Ahí en Ámsterdam lo formulaba con estas palabras: "En esa guerra, yo siempre estaré del lado de la peor versión de la democracia estadounidense frente a la mejor de las concreciones de una teocracia fundamentalista". Hitchens se nacionalizó estadounidense el año pasado: "Quería formar parte de un país y poder pronunciarme como uno más y no como un extranjero".

¿Es entonces la democracia la mejor manera de combatir el auge de los fanatismos religiosos? "Me gustaría que lo fuera, pero no sé si la democracia puede ser tan eficaz. La mejor manera de librar ese combate es defendiendo el laicismo, la secularización. Eso es lo mínimo. El problema de las democracias es que se ven a menudo obligadas a hacer compromisos. Los Gobiernos están en el poder durante un tiempo limitado y cuando surgen los roces con una comunidad religiosa aceptan sobre la marcha que en los colegios se separen a los chicos de las chicas o que los obliguen a bañarse en piscinas diferentes. Pero no crea que se van a conformar con eso. La cuestión es qué tipo de compromisos puede establecer una democracia capitalista con las exigencias de las religiones. Es muy fácil decir que la democracia es la salida. Pero no. La democracia es lo que tenemos que proteger".

El padre de Hitchens era marino y eso explica que durante la primera parte de su vida fuera dando tumbos, de base naval en base naval. Estudió Filosofía, Políticas y Económicas en Cambridge y Oxford. Entró en el Partido Laborista en 1965, pero fue expulsado en 1967 por criticar el apoyo a la guerra de Vietnam. Formó entonces parte de un minúsculo grupo trotskista próximo a Rosa Luxemburgo y empezó a trabajar como corresponsal de publicaciones de izquierda. "Sigo siendo marxista. No sabría cómo acercarme a las cosas sin una concepción materialista de la historia. Mi próximo libro se ocupa de Rosa Luxemburgo".

En los setenta entró a trabajar en el New Statesman, donde se hizo amigo de Martin Amis e Ian McEwan y donde adquirió su merecida fama de irascible izquierdista que desenfundaba a la menor ocasión y que siempre tiraba a matar. En Experiencia, su libro autobiográfico, Amis retrata las maneras de su amigo durante una visita que le hicieron a finales de los ochenta a Saul Bellow. Le había hecho prometer que no habría excesos, que no habría "memeces siniestras". Es decir: "Nada de profesiones vehementes de izquierdismo". Pero salió el tema de Israel y Hitchens se tiró a la yugular de su anfitrión, con lo que la cena terminó como un funeral. Dice Amis que Bellow se fue allanando "ante la catarata de razón pura -con todo lujo de detalles concretos, precedentes históricos, candentes estadísticas, llamativas y finas distinciones- de la estampida cerebral de Christopher".

Esa estampida cerebral también se puede encontrar en Dios no es bueno. Detalles históricos, investigaciones recientes, flechazos de actualidad y todo al servicio de atacar en cuatro frentes: las religiones cuentan de manera incorrecta los orígenes del ser humano y del cosmos, consiguen aunar el máximo de servilismo y solipsismo, desencadenan una poderosa represión sexual y se fundan en ilusiones. Hitchens comentaba en Ámsterdam: "La mayor contradicción de las religiones es que piden a sus fieles que sean modestos, humildes y que se sientan pequeños. Y al mismo tiempo les dicen que el universo ha sido diseñado pensando que ellos son el centro de todo. Con lo que los va convirtiendo en tipos orgullosos y seguros de sí mismos. Es ridículo. Si pensamos en lo mucho que tardó en crearse el cosmos, cuánta violencia y desorden hubo para que al fin hubiera vida en este minúsculo planeta, suena absurdo pensar que hubo alguien que lo estaba construyendo para ti y para mí. Tal como están las cosas, si efectivamente existiera un dios, sería un chapucero, un incompetente, un ser extremadamente cruel".

Hitchens desarrolló la primera parte de su carrera como corresponsal. Estuvo una larga temporada en Chipre, y ha viajado por Chad, Uganda, Darfur; ha visitado Irak, Irán y Corea del Norte; ha estado en unos sesenta países. Ha escrito también crítica literaria y, entre los numerosos medios en los que ha colaborado o colabora, figuran Atlantic Monthly, The New York Times Review of Books, World Affairs, Slate, The Nation, Free Inquiry, Vanity Fair... Ha publicado más de quince libros, de los que han aparecido en España el citado sobre Kissinger, Cartas a un joven disidente (Anagrama) y La victoria de Orwell (Emecé). ¿No existe el problema de que una obra tan variada quede reducida a los latiguillos con que los medios resumen la obra de un intelectual? "La figura del intelectual surgió en Francia durante el caso Dreyfus. Y lo que dijo entonces Zola fue algo muy simple: que ese hombre era inocente y que estaba preso por un error judicial. Fueron los otros, los que pretendían representar a la gran Francia, los que defendían que las cosas eran más complejas. A veces se deben hacer preguntas sencillas. Hace poco, mi amigo Martin Amis pidió en un mitin que levantaran la mano los que se consideraban moralmente superiores a los talibanes. Sólo lo hicieron dos o tres personas. Lo que yo me pregunto es qué es lo que resulta tan complejo que impide que la gente responda una pregunta sencilla. El intelectual tiene que recordar las cosas que son obvias, evidentes, que no admiten discusión. La revista antifascista en la que colaboraban Brecht, Grosz y Heartfield se llamaba Simplicissimus. George Orwell decía que la cosa más difícil de ver es la que tienes delante de las narices. La fórmula 'no pasarán' era muy fácil de entender".

Al final de Dios no es bueno, donde hace una exaltada defensa de los valores de la Ilustración, avisa: "Una versión de la Inquisición está a punto de dar con un arma nuclear". La discusión es cómo combatir el peligroso ascenso de los fanatismos.

¿Cómo defiende Hitchens al mismo tiempo las reglas de juego internacionales y apoya la invasión de Irak que se hizo bajo la mentira de las armas de destrucción masiva? "Eso no es cierto. Se le dio a Irak una lista de las armas que poseían, y no se deshicieron de ellas. Aún no lo han hecho. Cuando se produjo la invasión, no se trataba tanto de entrar y de encontrar las armas como de obligar a Irak a cumplir con una resolución de Naciones Unidas que fue respaldada por todos los miembros del Consejo de Seguridad, y hasta por Irán y Siria. Unánime". ¿Cómo justifica el caos que hay allí ahora? "En el curso de la guerra, hemos obligado a los libios a desarmarse. Y resulta que tenían más armas de las que pensábamos que tenían. Nos las entregaron todas. Y al examinar el arsenal de Libia pudimos descubrir que pertenecía a la mafia de Al Qaeda, que se extiende hasta el norte de Siria". Y en el caso de Irán, ¿defiende la invasión? "Lo que es necesario es derrocar a los mulás. Con energía nuclear o no, Irán no debería estar secuestrado por estos fundamentalistas y terroristas. Si tienen sentido las leyes internacionales, habría que arrestar, juzgar y mandar a la cárcel a todos los responsables de tantos asesinatos (Berlín, Viena, el restaurante Mikonos) que están protegidos por el Gobierno de Irán que, mientras tanto, es capaz de cortarle las manos a alguien por robar. Es una banda mafiosa en un Gobierno. Mulás con armas nucleares".

La cena termina con un par de whiskies. Por allí han pasado el papa Wojtyla ("un tipo con cojones"), Hillary Clinton ("más de lo mismo, más corrupción"), Obama ("puede transformarse y hacer algo serio"), el arzobispo de Canterbury, Yugoslavia, la dictadura argentina y la Guerra Civil española, entre otros temas. La herida en Hitchens sigue ahí: "Cuando sucedió lo de Rushdie, me dolió la capitulación de la izquierda. Siempre encuentra justificaciones para cualquier actitud agresiva contra Estados Unidos y no sabe ver ese fascismo con rostro islámico". -

www.hitchensweb.com http://blogs.elpais.com/el_rincon_del_distraido/ (entradas de los días 11 y 28 de febrero)

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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