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Columna
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Cómo hablar de un libro sin haberlo leído

En París, la ciudad que tanto adoró la cultura culta, un libro causa ahora expectación. Un libro que, paradójicamente, desacredita la importancia de leer los libros. Comment parler des livres que l?on n?a pas lus, en Les Éditions de Minuit (pronto en Anagrama), analiza no ya el fenómeno de perorar sobre libros no leídos sino, además, cambiando impresiones con personas que, a su vez, fingen haberlos leído.

El título parecería anunciar un manual de autoayuda pero está escrita con una ambición muy superior. Su autor, psicoanalista y profesor, tipifica los repetidos simulacros entre colegas que, leyendo cada vez menos, no admiten esta desafección. El libro sigue conservando cierto valor reverencial en el universo culto y no sólo deben haberse leído aquellos títulos que componen el canon sino que, como todavía ocurre en determinados medios académicos, hay que haberlo leído "todo".

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Este imposible "todo" se hace, no obstante, asequible mediante las tretas que un profesional de la lectura ha ido aprendiendo y en cuya red de prácticas se asocian gustosamente los amigos o colegas. Unos y otros se revelan como sospechosos pero también cómplices de una patraña que gana adeptos puesto que, dentro o fuera de los viejos círculos, los lectores son cada vez peores y menos.

¿Son ya tan pocos y vanos que la conversación sobre libros constituye un ejemplo añadido de la realidad virtual? En esta dirección virtual -coherente con el capitalismo de ficción- avanza tanto el habla sobre lo no leído en absoluto como la plática sobre lo que apenas se ha visto en una mesa de librería o se ha recorrido velozmente en una distraída expulgación. Cualquier contacto permitiría hablar del libro en una u otra proporción razonable pero incluso, con la extrema propuesta de Bayard, lo interesante radicará en perorar sin base alguna y sin el menor asomo de vergüenzas.

Todos los libros son autobiográficos y, consecuentemente, ¿por qué los comentarios no habrían de ser también así? En ocasiones privilegiadas la opinión se inspirará directamente en la personalidad del autor al que apreciamos, distinguimos o detestamos y de donde procede todo. Cualquier exégesis de textos no leídos pero nacidos de autores conocidos anima el tono de la conversación y la prolonga incalculablemente. Con este pródigo resultado ¿qué importará la estrecha referencia a la escritura? Lo decisivo es la conversación y, dentro de ella, la creatividad que se desprenderá del ejercicio imaginativo de los locutores.

No se trata, por tanto, a estas alturas, de atenerse a ningún rigor profundo sino al fervor de lo superficial en el desenfado general del estilo del mundo. ¿Leer libros con suma atención, citarlos en sus precisos términos, criticarlos objetivamente? ¿Quién piensa en ello? Bayard recoge una cita de Oscar Wilde donde afirma que jamás se comprometió a criticar un libro que hubiera leído antes porque, aclaraba, "sería tan fácil dejarse influir..."

Aunque también, habiendo perdido el libro parte de su autoridad sagrada, vastamente arrollado por el saber audiovisual, por el turismo y los Da Vinci, por el factor emocional y el golpe publicitario, por la pantalla, el accidente y el efecto especial, ¿qué respeto futuro le seguirá correspondiendo?

No sólo todo el saber va dejando de estar contenido en los libros sino que su participación en el conocimiento conjunto se encoge a enorme velocidad. Así el declive en la lectura de libros responde tanto o menos al tópico de la barbarie generacional que a la evidente decadencia de su funcionalidad.

¿Hay que leer, no obstante, a contracorriente incluso de la nueva cultura o es ya legítima y apropiada la simulación? De la misma manera que la simulación es el disfraz de lo real, las imposturas son las máscaras de una convicción perdida. Las formas continúan para eludir la condena del conspicuo círculo intelectual pero, como en la política, el dinero o el sexo todos mienten. Mienten y sabemos que mienten, hablan y sabemos que callan.

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