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Un sabio de la crítica literaria
Columna
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El punto justo

He conocido creadores y estudiosos que humana e intelectualmente estaban muy por encima de sus escritos. (Nombraré sólo a uno: los versos de Gabriel Ferrater son sin duda valiosos, pero ni de lejos dan la talla literaria y la fascinante personalidad de su autor). También los he conocido y los conozco en el caso exactamente contrario, de los que le hacen a uno maravillarse: ¿cómo es posible que a esta pobre señora se le deban tantas páginas hermosas, que este sujeto incapaz de construir una frase haya entendido tan bien a Dante Alighieri? En Claudio Guillén, en cambio, el hombre y la obra estaban a la misma altura eminente, en el punto justo de acuerdo.

A Guillén se le tiene presente y se le recordará en especial como comparatista, maestro en desentrañar lecturas que no se dejan entender debidamente si no es tomando en cuenta una multiplicidad de tradiciones lingüísticas y literarias. Pero es que él mismo era producto sobresaliente de una estupenda suma de tradiciones. Hijo de Jorge Guillén y ahijado de toda la aristocracia republicana, criado entre España y Francia, recriado en la Norteamérica de los grandes exiliados europeos, profesor itinerante y viajero contumaz, políglota por necesidad y por virtud, Claudio en definitiva no hacía otra cosa que mostrar las perspectivas plurales con que su propia historia le hacía situarse ante los textos. Definía la literatura comparada como "talante", pero en él era además autobiografía.

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Siempre fue así, y sus últimos libros, sobre todo, se pueden leer casi como unas memorias tan llenas de momentos sabrosos cuanto de lúcidos juicios. Un capítulo del volumen más reciente, De leyendas y lecciones (Crítica), versa sobre Tres poemas de García Lorca: una balada, un romance, una casida. La casida en cuestión se publicó por primera vez en 1932 en la revista Héroe y luego en el diario La Nación de Buenos Aires, para ir a parar al Diván del Tamarit, pero sin cambiar nunca de dedicatoria: "A Claudio Guillén, niño en Sevilla". El impecable análisis crítico ¿cómo podría no doblarse en crónica de toda una vida y una trayectoria intelectual?

Claudio Guillén escribía admirablemente, en clave de sostenido diálogo con el lector, interrogándole e interrogándose, con un estilo fresco, urbano, cordial. Así era él y así lo vi todavía el jueves pasado, por encima de achaques, en el chiringuito en que a menudo coincidíamos: con un vaso en la mano, bien plantado, causeur elegante, un poco de vuelta, pero no poco rico en proyectos y esperanzas... Impagable Claudio, siempre en el punto justo.

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