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Reportaje:

Los enigmas de Luxor

La misión española del Proyecto Djehuty vive desde 2002 en la necrópolis egipcia de Dra Abu el Naga, una colina rocosa en las inmediaciones de la antigua ciudad de Tebas, hoy Luxor. Una maravillosa aventura científica con sensacionales hallazgos: los secretos de dos tumbas de nobles de 1.500 años antes de Cristo.

Jacinto Antón

Tras una breve conversación preliminar le pregunté de dónde venían aquellas piezas. 'Min el gebel' (de las montañas), respondió. 'Muchas antigüedades', señalé con una sonrisa, 'proceden de las montañas'. 'Cierto', dijo, 'pero éstas son especiales, ¡vienen de una gran tumba! Ishtaree! (¡cómpralas!)… ¡Vienen de verdad de una gran tumba en la colina!'. '¿En la colina?', repliqué, '¿qué colina?'. '¡El Dira!', explicó señalando por encima de su hombro hacia la colina de Dira Abou'l-Negga".

El que habla con el persuasivo ladrón de reliquias faraónicas es nada menos que Howard Carter -que recogió la charla en uno de sus apuntes autobiográficos-, y el lugar maravilloso al que se refieren, preñado de momias, tesoros y misterios, es Dra Abu el Naga (el término se ha simplificado, perdiendo quizá algo de su romanticismo), una gran zona arqueológica cerca del famoso Valle de los Reyes, en Luxor, la antigua Tebas, que fue usada intensivamente como necrópolis durante las dinastías XVII y XVIII -hay también enterramientos anteriores y posteriores-, hace más de 3.500 años. En ese sitio privilegiado por el que ronda aún la sombra tenaz del descubridor de Tutankamón, que identificó en el lugar la sepultura perdida de Amenofis I, bautizada como tumba ANB, excava ahora una misión española, y está realizando hallazgos sensacionales.

Los españoles no han de buscar sus tumbas: ya las tienen. Son la TT11 y TT12 -TT equivale, en la terminología arqueológica, a Theban Tomb (Tumba Tebana)-. Se trata de dos tumbas vecinas, prácticamente adosadas, como los chalés -chalés de momias-. Fueron construidas en la falda sur de la colina para los nobles Djehuty, que da nombre al proyecto de investigación hispano-egipcio, y Hery. El primero fue, hacia 1500 antes de Cristo, supervisor del Tesoro y supervisor de los Trabajos, el equivalente actual de ministro de Hacienda y de Obras Públicas, de la célebre reina Hatshepsut, probablemente la mujer más notable del antiguo Egipto, y cuya carrera, poder y realizaciones empequeñece a las más populares Cleopatra o Nefertiti.

Djehuty, un individuo de enorme capacidad intelectual, como atestiguan los juegos criptográficos que aparecen en las inscripciones de su tumba, y hombre de confianza de la reina, tuvo el privilegio de participar -al menos a nivel organizativo- en una de las grandes aventuras de su tiempo: la expedición al remoto y exótico país de Punt, en algún lugar de África oriental. El segundo personaje, Hery, más enigmático, vivió en época anterior, durante los reinados de Amosis I (1570-1546 antes de Cristo), el fundador de la poderosa dinastía XVIII y el rey que expulsó definitivamente a los invasores hicsos, y Amenofis I (1551-1524). Amosis I también fue enterrado en el área de Dra Abu el Naga, y la localización de su tumba sigue siendo hoy desconocida -la momia, sin embargo, como la de Amenofis I, la tenemos: fue hallada en el escondite real de Deir el Bahari en 1881, en excelente compañía (Ramsés II, Seti I, Tutmosis III y la mayor parte del embalsamado Gotha tebano)-. Hery ostentó un cargo cuya relevancia es difícil de interpretar, pero que sugiere que era un hombre cercano a la casa real, seguramente emparentado con ella: supervisor del Granero de la Mujer del Rey y la Madre del Rey, Ahottep.

La aventura científica y vital del equipo español -que acaba de cerrar su cuarta campaña, de seis semanas, en Dra Abu el Naga-, se centra en excavar, restaurar y publicar las tumbas de Djehuty y Hery. El trabajo, pese a lo que pudiera parecer al tratarse de dos pequeñas tumbas -en comparación con los grandes hipogeos reales del Valle de los Reyes-, es monumental y exige unas energías y unas dosis de cuidado y paciencia casi sobrehumanas. Complica las cosas el que las dos tumbas fueran reutilizadas, en parte, en tiempos posteriores a su construcción y, en épocas ptolemaica o romana, convertidas en verdaderas catacumbas interconectadas por pasadizos subterráneos en los que se instaló un cementerio de aves sagradas, con numerosas momias de ibis y halcones.

Las labores en los dos sepulcros y sus alrededores van a prolongarse aún durante mucho tiempo; por lo menos, 10 años más. El proyecto incluye también, en su etapa final, su adecuación para que puedan ser visitados por el público. La excavación de los patios exteriores de las dos construcciones, que estaban cubiertos de tierra y ruina, ha arrojado un sinnúmero de objetos maravillosos, algunos espectaculares, y otros, además, de valor decisivo para nuestra comprensión de la historia del antiguo Egipto. Baste con citar la Tabla del Aprendiz, una tablilla preparatoria con el único dibujo frontal de un faraón (seguramente la propia Hatshepsut) que se conoce; el bellísimo ataúd de madera pintada de la Dama Blanca -así han bautizado a la anónima mujer del Imperio Nuevo envuelta en lino que apareció dentro-, o un fragmento de alabastro con el cartucho -el nombre real- de Amosis I.

El director del Proyecto Djehuty, patrocinado por Telefónica Móviles y la Fundación Caja Madrid, es el egiptólogo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas José Manuel Galán (Madrid, 1963), un hombre cauto y sensato al que le interesan mucho más las inscripciones que las momias -peor para él- y que trata siempre de contener la inmensa emoción que le provoca su trabajo. Le cuesta reconocerlo, pero en sus sueños se adentra en la tumba de Djehuty, al que está llegando a conocer como se conoce a un amigo íntimo, y da con el sarcófago dentro del cual se halla todavía el cuerpo del fiel colaborador de la gran reina… Ahora, Galán acaba de regresar de la última campaña en Dra Abu el Naga, el polvo de la vieja Tebas aún pegado en las botas. En sus palabras resuenan el chasquido de las palas al cavar en la arena, las voces guturales de los capataces y el estremecedor rechinar de los escombros que amenazan derrumbarse sobre una galería subterránea. En buena medida, el egiptólogo sigue en un mundo cálido y lejano en el que la tierra es inimaginablemente vieja, los pintados abejarucos juegan al escondite entre los cañaverales del Nilo y el sol enrojecido se reclina sobre los hombros de los colosos de Memnón igual que en los gloriosos tiempos de Amenofis III.

Galán, como el hombre ordenado que es, empieza por el principio y recuerda cómo empezó todo: "La primera vez que vi la tumba de Djehuty fue en noviembre del año 2000. Buscaba un proyecto en Egipto de cierta envergadura y que sirviera para dar un nuevo empuje a la egiptología española. Tenía una lista de tumbas disponibles del periodo que me interesaba, la dinastía XVIII, el momento estelar del imperialismo egipcio. Visité varias en el West Bank; en algunas había misiones trabajando, otras estaban en muy mal estado. Acabé en la de Djehuty. Sólo entrar, me di cuenta de que era lo que estaba buscando". Amor a primera vista, pues. "Entré en compañía de Mohamed el Bialy, que es ahora mi socio en la excavación, y otro inspector, con linternas. Fuimos iluminando los relieves y las inscripciones, un trabajo muy fino de los artesanos, y entendí hasta qué punto era un monumento importante. Cumplía con todas mis expectativas". El Gobierno egipcio, en la persona del poderoso Zahi Hawas, secretario general del Consejo Supremo de Antigüedades, dio el visto bueno a un proyecto que coincide con sus nuevas directrices arqueológicas: no abrir nuevos yacimientos, sino excavar a fondo sitios ya conocidos, y restaurar y hacer visitables los monumentos.

El Proyecto Djehuty es el primero de una misión española en las necrópolis tebanas, con el único precedente -aparte de la participación de los catalanes Lluís Monreal y Eduard Porta en la restauración de la tumba de Nefertari en el Valle de las Reinas, a finales de los ochenta- de los trabajos del diplomático y egiptólogo Eduard Todà i Güell. Todà excavó en 1886 para el gran Maspero la tumba de Sennedyem (Son Notem), la TT1, en Deir el Medina. Esa tumba estaba intacta, y Todà encontró la friolera de 20 momias; es cierto que algunas en tan mal estado que sólo pudo llevarse las cabezas. Todà, embriagado de antigüedades faraónicas, se fotografió disfrazado de momia en las salas del Museo Egipcio de El Cairo, algo que difícilmente haría Galán, notablemente más tímido.

Conseguir excavar en Tebas es todo un logro. ¿Cómo lo consiguió Galán? "No lo sé, supongo que porque tenía muy claro que debía ser ahí. Si me hubiera interesado otra época estaría en el Delta o en El Fayum; pero para estudiar el imperialismo egipcio y la dinastía XVIII, Tebas es el sitio". Galán aprovecha para destacar muy deportivamente el trabajo que desde hace años llevan a cabo sus colegas españoles en Heracleópolis Magna (Museo Arqueológico Nacional de Madrid, bajo dirección de María del Carmen Pérez Die) y Oxirrinco (Universidad de Barcelona, con dirección de Josep Padró). En Meidum, la Fundación Arqueológica Clos acomete un proyecto de investigación y restauración de la necrópolis que dirige el egiptólogo Luis Manuel Gonzálvez.

Las tumbas de Djehuty y Hery ya estaban descubiertas, lo que al neófito le puede parecer, erróneamente, menos excitante. Las descubrió Champollion, aunque el sabio iba a paso ligero y no se detuvo mucho en ellas. Tampoco lo hizo el siguiente ilustre visitante, Lepsius, que se limitó a copiar algunas inscripciones. A finales del siglo XIX, el marqués de Northampton redescubrió las tumbas, que fueron investigadas por los célebres egiptólogos que le acompañaban, Newberry y Spiegelberg (nombre que hoy le hubiera granjeado más de una broma). En los años cincuenta, otro egiptólogo, Säve-Söderbergh, el escandinavo especialista en la navegación en tiempos faraónicos, trabajó en los sepulcros. "Hacía casi medio siglo que nadie investigaba y nunca se había realizado un estudio completo. Cuando consulté la bibliografía sobre las tumbas me quedé de piedra ante lo poco que, contra todo pronóstico, se había hecho. Los descubrimientos que estamos realizando muestran cuánto hay por hacer en Egipto y qué importante es reexcavar y volver a investigar, incluso en sitios tan populares como Tebas", recalca Galán.

Una de las sorpresas es que, excavando en los patios, ha aparecido numeroso material que no pertenece a las tumbas de Djehuty y Hery. "El área fue aprovechada en años posteriores y se efectuaron enterramientos en todas las épocas, en la ramésida, en la saíta y después". Incluso ha habido una inesperada pedrea: entre las dos tumbas ha aparecido una tercera, también de la dinastía XVIII -"no sabemos quién era el propietario, no hay indicación fuera y aún no hemos entrado"-, y hasta una cuarta, sobre la de Hery, de la que se han descubierto las jambas de entrada con el nombre del difunto, un tal Baky.

De lo colosal de la tarea de la misión española da prueba el que, acabada ya la cuarta campaña, de momento sólo se han excavado en profundidad los patios de las tumbas. "Dentro hemos documentado las inscripciones visibles, pero apenas hemos empezado a excavar. En el interior de las tumbas, los primeros metros están despejados, pero luego las cámaras están llenas casi hasta el techo de escombros. Esos escombros, y piedras, y tierra, entran por agujeros de arriba. Cerrarlos es prioritario antes de poder excavar dentro, que es lo que haremos en la próxima campaña".

Cuatro años, y Galán aún no sabe si Djehuty está todavía dentro de su tumba. Eso es paciencia. ¿Estará? "Mi experiencia como arqueólogo es que siempre ocurre lo contrario de lo que esperas y planeas", explica con enervante prudencia. "Fuera, en los patios y alrededores de las tumbas, no esperábamos encontrar gran cosa y hemos hallado material interesantísimo. En la segunda campaña apareció en el patio de Djehuty ese estupendo sarcófago con momia y pensé que en ésta hallaríamos algún otro enterramiento, y, sin embargo, no hemos encontrado prácticamente nada. Mientras que en el patio de Hery sí han aparecido cosas. Dentro… es difícil de decir". Venga hombre, arriesgue. "Entre los escombros y el techo de la tumba de Djehuty se ven maravillas. Relieves policromados. ¿Se habrán conservado por debajo? Parece que sí, pero hay que cruzar los dedos". La momia debería estar, ¿no? "Ésa es nuestra hipótesis. Aunque nuestras tumbas, como todas, sufrieron la acción de los ladrones, creemos que fue durante la antigüedad, cuando sólo buscaban oro y plata. Entonces no les interesaban las momias para llevárselas. Los propios escombros han protegido las zonas internas de la tumba de los ladrones modernos de los siglos XIX y XX, que son los más destructivos, los más carroñeros. Aunque las dependencias funerarias estén revueltas, creo, tengo la esperanza, que encontraremos restos del sarcófago y del ataúd y parte del ajuar. Todo ello material de significación histórica, que es lo que realmente nos interesa".

Cuando se le pregunta a Galán en qué estado podría estar la momia, el egiptólogo arruga el ceño y se ensimisma como cuando a alguien se le hace describir el accidente de un pariente. "Es difícil decirlo. En el peor de los casos estará tirada por ahí, incluso descuartizada, igual que algunas de las que hemos encontrado fuera. La habrán abierto para buscar el escarabeo del corazón. Pero seguramente no se la habrán llevado, no es muy interesante llevarse una momia a cuestas". Sorprende el tono de ferocidad con que el egiptólogo zanja la cuestión, digno de Belzoni, el hombre que accedía a las tumbas con dinamita: "Creo que la encontraremos, pero en mal estado. Me pongo en el peor de los casos. Para no hacerme ilusiones".

Remontémonos en el pasado de la momia. ¿Quién era Djehuty? "Su nombre, escrito Dhwty, remite a Djehut, que es como denominaban los egipcios al dios Tot, el escriba divino, al que se representaba habitualmente como un ibis -de ahí el que luego se instalara un cementerio de esos pájaros en la zona-. Podemos entender el nombre de nuestro personaje como 'el que pertenece a Tot'. El nombre era bastante común, y, por ejemplo, tenemos un general contemporáneo que se llamaba igual". Ese militar del que habla Galán combatió en el norte y se distinguió en el sitio de Joppa, en Palestina, durante la campaña de Tutmosis III contra Meggido; vale la pena perder unas líneas con él para recordar que, según se cuenta en el papiro Harris, capturó la ciudad con una estrategia similar a la del legendario caballo de Troya: metiendo un contingente de soldados en cestas que parecían contener tesoros y que fueron introducidas en la población sitiada.

En fin, nuestro Djehuty (el otro está enterrado en Saqqara) no era, como aquél, un militar dedicado a contar escrupulosamente manos cortadas de enemigos y que ambicionase las moscas de oro del valor (la Cruz de Hierro de primera clase en versión ejército del faraón), sino alguien más pacífico: un alto funcionario, procedente se cree de Hermópolis, que desempeñó diversos cargos con Hatshepsut. Como supervisor del Tesoro fue responsable de contabilizar las ingentes riquezas que llegaron de Punt, entre ellas cantidades nunca vistas de especias y perfumes, y casi mil kilos -al peso actual- de oro. "En su tarea de supervisor de los Trabajos era el encargado de dar instrucciones a los artesanos, los manitas que hacían las obras más delicadas y trabajaban con materiales preciosos. Y así, por ejemplo, sabemos que se responsabilizó de la capilla en ébano de Nubia de la reina en el templo de Deir el Bahari y de que se cubrieran con electro los dos obeliscos chapados de ese material que Hatshepsut hizo levantar en Karnak, entre los pilonos IV y V". La extraordinaria calidad de los relieves de la tumba de Djehuty seguramente se explica, dice Galán carraspeando, porque el probo funcionario desvió trabajadores reales a su sepulcro. Acaso también desviara fondos de las arcas de construcción de la reina, con lo que nos encontraríamos ante una situación tipo 3% en la antigua Tebas. Un poco tarde para crear una comisión de investigación. En todo caso, Djehuty fue un tipo fiel que sufrió por ello la misma damnatio memoriae, condenación de la memoria por motivos políticos o religiosos, que su reina: su nombre y su rostro aparecen borrados premeditadamente en varios lugares en la tumba.

La decoración de la tumba de Djehuty es un primor. "En un lado de la fachada hay un gran texto autobiográfico, en el que Djehuty explica sus trabajos con Hatshepsut, y enfrente, la contrapartida religiosa, en la forma del gran himno a Amón-Ra, que estaba pintado de amarillo para que el sol lo coloreara al amanecer". La conjunción de ambos aspectos en la fachada de la tumba sintetiza, subraya Galán, los requisitos que precisaba un egipcio bien nacido para asegurarse la vida futura: haber servido lealmente al rey (si exceptuamos los trabajillos desviados) y mostrar devoción religiosa. "Junto a la fachada se alzaba una estatua del propietario del sepulcro de la que hemos encontrado una docena de fragmentos. También se hizo representar en un panel funerario en el que aparecen sacerdotes, mujeres con sistros y un arpista. ¡Todo eso sólo en la fachada! Dentro podemos observar escenas convencionales muy bien realizadas: una peregrinación a Abydos para ganar las convenientes simpatías de Osiris, una escena de caza en el desierto, el ritual de apertura de la boca de la momia…". El equipo español está rejuntando otras dos inscripciones autobiográficas de Djehuty que estaban "muy machacadas", y se confía en que aportarán nueva información sobre el personaje.

Un asunto interesante es cuán cerca estaba el servidor de la reina. No olvidemos que a Hatshepsut se le atribuye un amante en la persona de su más alto funcionario, Senenmut (un grafito de la época les muestra en actitud sexual tan explícita que hace daño), un personaje enigmático que acumuló cargos y prerrogativas extraordinarios y que parece haber permanecido siempre soltero. Significativamente, en la tumba de Djehuty no aparece ninguna mención a una esposa, aunque sí están su madre y su padre. "Es posible que los altos funcionarios de Hatshepsut no incluyeran a sus esposas en sus tumbas, por alguna razón que se nos escapa. Puede que fuera una convención, algún tipo de decoro". ¿Decoro? El morbo obliga a preguntar si no tendría la reina un harén de funcionarios… "Bueno, no dudo de que a Hollywood eso le encantaría, pero no hay ningún indicio", ríe Galán. En fin, Djehuty, hombre prudente, manifiesta en su tumba: "Mi boca guarda silencio sobre los asuntos referentes al palacio".

En la tumba de Djehuty se enterraría también, seguramente, a algunos de sus familiares. "Por eso estamos encontrando material de después de su época, como un fragmento de lino con la marca del año segundo del reinado de Amenofis II, quizá parte del ajuar de alguien de la familia".

Galán se siente muy cerca del funcionario egipcio que vivió hace 3.500 años. "Djehuty fue sin duda un miembro de la élite intelectual del momento, un momento muy importante en el que proliferaron un arte y unas ideas muy refinados. La reina necesitaba legitimarse como faraón, y encontramos inscripciones muy elaboradas, con un lenguaje político extremadamente sofisticado. Djehuty es parte de este mundo, y seguramente tuvo una responsabilidad en el alto nivel lingüístico y plástico de la época". El egiptólogo está fascinado con los textos criptográficos de la tumba. "Son un reto al lector: se utilizan signos distintos de los habituales, de forma que leerlos es como resolver un enigma. Pero, en general, todas las inscripciones en la tumba están muy cuidadas, tanto desde el punto de vista textual como formal. Djehuty es, en el fondo, Tot, el gran escriba, el hombre entusiasmado con el lenguaje y la escritura". No sabemos cuándo murió Djehuty, ni por qué causa, ni la edad que tenía. "Sabemos que su origen debía ser provinciano y que algo meritorio hizo para ser llamado a la corte de Tebas".

En su apasionada biografía de Hatshepsut (Edhasa, 2004), la egiptóloga francesa Christiane Desroches Noblecourt, que califica a Djehuty como "uno de los más fieles entre los fieles" de la reina, sugiere que el funcionario fue el responsable de la misión a Punt y viajó a ese país, que Galán y otros especialistas sitúan en Eritrea. "En las escenas del viaje, Djehuty aparece en segundo plano supervisando el pesado de la mirra y el incienso, pero al regreso. Yo no creo que él fuera en el viaje. No es un comisionado real, sino un escriba. No hay evidencia. De haber hecho el viaje, lo habría apuntado en su autobiografía inscrita en la tumba".

Entre los hallazgos extraños en las excavaciones figura sin duda la momia de mono estrangulado. "Apareció en la tumba intermedia entre la de Djehuty y Hery. Estaba junto al pozo de enterramiento del propietario de ese sepulcro que no hemos empezado todavía a excavar. El mono fue momificado como un rey, empaquetado con lino, pero previamente le habían retorcido el cuello". Quizá era una mascota querida que fue sacrificada a la muerte de su dueño para que le acompañara. Precisamente en el patio de la capilla funeraria de Senenmut en la necrópolis de Gurna se sepultó a una pequeña yegua y a un simio cinocéfalo, ambos envueltos en vendas. "Ahora que lo dice, es verdad. Pudiera ser algo similar. En todo caso, es una momia muy peculiar". Y fea.

¿Qué tal es el trabajo en Dra Abu el Naga? "Al estar al pie de una colina, en plano inclinado, presenta muchas dificultades. Cuando excavamos se nos viene encima la montaña. Hemos tenido que construir grandes muros de piedra para consolidar el terreno, lo que significa más coste y más trabajadores". Afortunadamente, el equipo español no pasa calor. "De hecho, dormimos con tres mantas. La temperatura de día en esta época del año es agradable, unos 25 grados, pero por la noche baja hasta 10". En todo caso, "se disfruta mucho", confiesa Galán, como si se avergonzase un punto de ello. "El lugar es maravilloso, y el trabajo, apasionante".

La labor en las tumbas, para la que se cuenta con 70 trabajadores egipcios, se lleva a cabo desde las siete de la mañana hasta la una de la tarde. Los egiptólogos se quedan otras dos horas más. Luego se retiran al Marsam, un hotelillo junto al templo de Merenptah, y repasan los datos que ha arrojado el día, hasta la cena. El hotel pertenece a la familia de Abd el Rasul, los legendarios saqueadores de tumbas, con lo que todo queda en casa. La relación con la gente de la zona "es otro aspecto gratificante", dice Galán. "Los egipcios son encantadores, generosos y abiertos, y el ambiente en Luxor es de absoluta tranquilidad". El egiptólogo madrileño ha hecho gran amistad con el capataz, Ali Faruk, del pueblo de Quift (antiguo Coptos), del que proceden los mejores capataces desde los tiempos heroicos de las excavaciones.

El equipo español se encuentra en Luxor en medio de la élite mundial de la egiptología. "Intercambiamos experiencias con las otras misiones internacionales. Es un escenario muy activo. Los franceses vuelven a excavar en Deir el Medina y están hallando nuevas colecciones de ostraca. Se excava debajo de los obeliscos y pilonos de Karnak y están apareciendo estatuas depositadas allí como fundación. Los belgas restauran dos tumbas maravillosas de época de Amenofis II cerca de nosotros. Nuestros vecinos alemanes han descubierto, ¡a cincuenta metros de nuestras tumbas!, un ataúd de madera indescriptiblemente bello y cubierto de textos que parece hecho ayer".

¿Y el peligro? "Bueno, solemos ir con casco en las tumbas, por indicación de los arquitectos que vienen con nosotros. En el pasillo de la tumba de Hery, un agujero lleva hasta una galería subterránea. Cuando nos metemos ahí, el terreno es tan inestable que las paredes y el techo se desploman si los tocas, todo se deshace. Cuando hay un derrumbe encojes los hombros y nunca sabes cuándo va a parar". En esos túneles, donde yacen ibis y halcones polvorientos arrebatados al cielo puro de Egipto, la aventura de la egiptología adquiere su cariz más siniestro y claustrofóbico. Pero Galán no teme a las momias. Ni siquiera a las humanas. "Para mí, aparte de las inscripciones, son sólo cuerpos con vendas de lino".

No está acreditado que las tumbas de Djehuty y Hery, TT11 y TT12, tengan maldición alguna, pese a que el insólito hallazgo de ofrendas de escarabajos remite, para el profano, a algún culto siniestro digno del infame sacerdote Imhotep de The mummy. La única maldición, en realidad, sería que, bajo las pilas de cascotes y escombros, el pasado se hubiera desvanecido y la historia no fuera ya más que unos puñados de arena indescifrable. Pero eso no pasará. Galán cierra los ojos y pronuncia la vieja palabra que ha precedido al descubrimiento de tantas cosas maravillosas: inshallah (si Dios quiere). Y el egiptólogo regresa mentalmente a la tumba, que le espera allí en la vieja Tebas, y en su imaginación recorre una vez más la inscripción en la que las mujeres de los sistros y el arpista entonan una canción por Djehuty, y vuelve a leer la letra de esa canción en el muro: "Te cantamos a ti para que Amón y Hathor te concedan todo lo que necesites y te otorguen de nuevo el dulce aliento de la vida".

El egiptólogo, José Manuel Galán.
El egiptólogo, José Manuel Galán.CARLOS SPOTTORNO

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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