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SOMBRAS NADA MÁS | Ángel González, poeta, premio García Lorca

El poeta al que alienta la noche

Juan Cruz

Angel González dijo hace años que ya estaba harto, que no iba a tomar el bolígrafo para seguir, palabra sobre palabra, contando lo que le parece este áspero mundo, por citar así, en cursiva, dos títulos que son su emblema. Pero -como ha hecho su amigo Caballero Bonald- ha vuelto a la poesía y ahora escribe poemas infantiles, a su manera entre irónica y distante, como quien toca las heridas soplando, y sigue viviendo, como siempre, amando la noche y animado por la música.

Cuando murieron algunos de sus mejores amigos de generación -Barral, Gil de Biedma, Benet, Hortelano, Alarcos, José Agustín Goytisolo...-, fue como si le hubieran nublado el porvenir, "se me adelgaza el futuro", dijo. Usa una agenda minúscula en la que anota teléfonos de amigos de todas partes -la suya es una geografía de la amistad: México, los Taibo; Asturias, todos, con la nostalgia de Alarcos; Barcelona, Lombardero, Marsé; Estados Unidos, Pedro Ávila; Granada, Luis García Montero; Madrid, Almudena Grandes, Chus Visor, Joaquín Sabina...-, y esa agenda se fue adelgazando con las tachaduras que mandan la muerte y el tiempo. Esa comprobación trágica de que la vida se acaba alrededor quizá fue la que le impulsó a hacer de su melancolía natural un argumento para decir adiós a la poesía. A la que ahora vuelve. Acaso el reciente homenaje con muchos de esos amigos, que le organizó a finales de noviembre García Montero en Granada, le ha animado los días y las noches, y la mano de escribir y de beber.

En los últimos años, ese regreso a una ciudad y a un país devastado por las ausencias se ha animado con algunas amistades nuevas, entre las cuales destaca la de Joaquín Sabina, con el que ahora comparte noches y días muchas veces; la noche es su aliada y su aliento.

Esta vez -llegó hace dos semanas de Alburquerque (Nuevo México), donde vive desde 1972, ahora con su esposa, Susana Rivera, lo mejor que le ha pasado en la segunda parte de su vida- el poeta descendió del avión y se fue a la casa del músico, y allí estuvieron tan entusiasmados de encontrarse que se acordaron casi dos días después de que había que dormir. Al despertar, Ángel vio un partido de fútbol, en cuyo transcurso se tomó unos whiskies y recordó algunas cosas que le habían pasado últimamente.

Entre esas cosas, una que habrá rememorado el viernes mientras los Príncipes de Asturias le entregaban en Granada el primer Premio García Lorca. Fue el encuentro que este republicano tranquilo tuvo hace unos meses con ellos en Alburquerque, cuando doña Letizia y don Felipe fueron al Instituto Cervantes de Nuevo México. En medio de aquel paisaje humano de hispanistas y alumnos de español, los Príncipes se abrieron paso, buscaron a Ángel, que es premio Príncipe de Asturias, por cierto, y estuvieron con él un largo rato.

El alcohol, dice el académico, le sirve para limpiar, fijar y dar esplendor a las relaciones cotidianas, "aunque a veces borra, no fija". Pero lo que verdaderamente está detrás de su resistencia (a los 78 años) para aguantar la noche, el alcohol y la vida es la música, que le persigue desde que una esquirla le vació el cerebro a su maestro de música, en la Guerra Civil, en Oviedo; era un legionario que tocaba la guitarra en una taberna y que a él le enseñaba, en 1937, a tocar ese instrumento. Él canta boleros y de madrugada rasguea la guitarra; sus poemas han pasado a la música gracias a Pedro Ávila, a Pedro Guerra, a Sabina y últimamente al tenor Joaquín Pixán, su paisano, que esta última semana presentó en Madrid su disco Voz de soledad sonando... La música y la imagen de su madre temerosa bajo las bombas de la guerra son las metáforas que presiden su vida, las que le han llenado los ojos de su melancolía, tan asombrada siempre desde que vio aquella muerte en la calle.

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