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Melancólico y enigmático

Ejecutado en dos tiempos, seguramente durante el verano y el otoño de 1905, justo en el momento de transición entre el periodo azul y el rosa, Muchacho con pipa es una de las más hermosas y sofisticadas creaciones del Picasso lírico e introvertido. Representa un adolescente, sentado en un taburete, vestido con un traje azul característico de la clase trabajadora, con expresión absorta, como ensimismada, que sostiene una pipa en su mano izquierda, mientras la otra la deja caer con languidez entre las piernas. Es una imagen vagamente melancólica, que no reclamaría tan vivamente nuestra atención, en primera instancia, si no fuera por el hecho de estar coronada su cabeza por unas flores, mientras que en la pared del fondo se repite con profusión este mismo tema floral. ¿Qué puede significar la imagen de este adolescente obrero coronado por flores? Al margen del gusto que el Picasso azul había demostrado por este tipo de figuras espiritualizadas, de escuálido alargamiento, a lo Greco, y su querencia por el mundo de la marginación social, es obvio que hay algo en este muchacho de autorretrato del propio artista, que se veía por esos años juveniles de bohemia como un obrero nimbado por la inspiración poética. Al parecer, según el testimonio de André Salmon, el propio Picasso solía llevar este mismo atuendo, como de mecánico, mientras pintaba, a la vez que también por aquella época de Montmartre solía fumar en pipa. Pero el detalle de las flores no se puede interpretar sólo desde un prisma simbólico, porque su presencia anuncia clamorosamente la pronta irrupción del color, después de una etapa de severa monocromía, sin olvidarnos que también a través de ello se estaba produciendo una transición hacia una diferente concepción de la figura, que deja el alargamiento manierista y su carácter etéreo para cobrar cada vez un mayor peso material y volumen. En todo caso, Muchacho con pipa, por su carácter bellamente enigmático, por representar un momento de transición decisiva en la evolución del pintor y, en fin, por su extraña y exquisita elegancia, constituye, sin duda, una pieza clave en la obra del Picasso de los primeros años del siglo XX, justo en las vísperas de iniciar el cataclismo cubista.

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